Partida en tablas en Chiapas
Las estrategias del Ejército Zapatista y del Gobierno mexicano desembocan en un precario equilibrio.
Siete días han bastado para que los acontecimientos se precipiten en el Estado mexicano de Chiapas,casi un año después de que el levantamiento del Ejército Zapatista de Líberación Nacional (EZLN) cambiara el curso de una historia que el Gobierno se empeñaba en escribir con letras de oro.En una semana, los efectivosde la guerrilla indígena y las tropas mexicanas se han movilizado en una peligrosa danza en la que milagrosamente no se ha apretado un solo gatillo. Con este telón de fondo, las dos partes han dado los primeros pasos hacia el diálogo al aceptar a los respectivos interlocutores. El presidente mexicano, Ernesto Zedillo, y el subcomandante Marcos, líder del EZLN, dirigen una partida de ajedrez que, por el momento, parece haber concluido en tablas. El equilibrio, sin embargo no puede ser más precario.
El escopetazo de salida lo dio la guerrilla zapatista, cuando el pasado día 19 'rompió' el cerco militar que rodea la selva Lacandona y 38 localidades fuera de su zona amanecieron practicamente incomunicadas por zanjas y retenes. "El Gobierno miente cuando dice que sólo es cosa de cuatro municipios. No me creían cuando decía que estábamos creciendo, que teníamos más fuerzas en Chiapas. Ahora lo van a creer", afirmaba esa fría madrugada, en su bastión de Guadalupe Tepeyac un subcomandante Marcos sin su tradicional sentido del humor.
"Marcos se vio forzado a actuar por sus propias bases sobre todo después de que el gobernador del Partido Revolucionario Institucionial (PRI), Eduardo Robledo, tomara posesión. La gente en los pueblos se preguntaba si pensaba hacer algo más que escribir cuentos", afirman fuentes cercanas al EZLN.
El subcomandante se había quedado atrapado en sus reiteradas amenazas de reiniciar el conflicto armado, si Zedillo y Robledo accedían a sus cargos tras "las elecciones fraudulentas" de agosto. A Marcos le había fallado estrepitosamente una de las patas en que pretendía sustentar al EZLN: la llamada Convención Nacional Democrática, un conjunto variopinto de grupos que resultó incapaz de presentar una oposición civil organizada.
"Tenemos orden de echarnos a un ladito si entra el Ejército, de evitar el contacto con el enemigo. Sólo habrá enfrentamiento si nos 'chingan', decía el teniente Avelino con su pasamontañas negro y su camisa café, en un bosque de San Andrés, última localidad tomada por los zapatistas.
El golpe de efecto fue insuperable pero puso en bandeja al Ejército. mexicano la excusa perfecta para iniciar una movilización que algunos oficiales pedían a gritos. "La verdad es que estamos desconcertados. El EZLN está bien organizado, pero no tiene capacidad de choque. Sus armas son pura mugre, y sin embargo hasta aquí llegaron", comentaba un oficial del retén de Chancalá, en el noreste del Estado. "Esto no es una guerra de verdad, es una guerra política".
Blandiendo el mandato constitucional de mantener libres las vías de comunicación, las tropas recuperaron el control de las localidades ocupadas. Fue sólo el comienzo del avance hacia territorio zapatista. Montetíbano y San Quintín, dos de las posiciones más importantes, cayeron el 26.
"No se puede hablar de guerra sino de alteraciones del orden" afirmaba un general de la agrupación de Ocosingo, la ciudad donde el 1 de enero se dieron los choques más sangrientos. "El EZLN no se comporta como una guerrilla. Su estrategia es publicitaria. Ahora por ejemplo no ha habido ruptura del cerco, porque no hay cerco, hay posiciones fijas, que todo el mundo cruza. Ellos están a la defensiva".
Si bien Marcos insistió que su obietivo, como movimiento político, no era buscar el choque, las maniobras del Ejército mexicano han puesto de manifiesto la gran disparidad de fuerzas entre ambos. Cualquier ataque zapatista, dicen los militares, sería suicida. Mientras, el cansancio empieza a cundir entre los combatientes, que después de un año de movilización abierta no acaban de ver resultados tangibles.
La popularidad del subcomandante pasa, además, por horas bajas. Instancias religiosas no siempre conservadoras le han acusado de desvirtuar la defensa del indígena con otros objetivos puramente políticos. Junto a ello la devaluación del peso le ha servido al Gobierno para culpar al EZLN de la disminución "del ahorro de los mexicanos".
El cerco se estrecha también desde la capital mexicana, donde, el presidente Zedillo juega sus piezas con el afán de quitarse esta pesadilla de su sexenio. La movilización de las tropas sobre el terreno se combina con sondeos de opinión sobre el eventual uso de la fuerza en Chiapas y con constantes iniciativas de diálogo.
En este panorama, un escueto comunicado llegó el martes pasado de la selva Lacandona. En él, Marcos reconoce como interlocutores a los representantes propuestos por el Gobierno, lo que se interpreta como un paso al diálogo. Acto seguido, Zedillo ordenó la retirada de las tropas, de algunas posiciones y, un día más tarde, anunció el reparto de 26.000 hectáreas de tierra éntre campesinos indígenas. La vieja partida termina en tablas. Queda por ver ahora cómo comienza la siguiente.
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