El Ejército mexicano suspende su 'paseo militar' por territorio zapatista
Fue una operación breve, pero contundente. Una orden emitida en la noche del martes por el presidente mexicano, Ernesto Zedillo, puso fin a las incursiones del Ejército en el territorio controlado desde enero por la guerrilla zapatista. Esta decisión fue la respuesta inmediata del Gobierno a un comunicado del subcomandante Marcos, líder del movimiento indígena, que abre tímidamente la puerta hacia la reanudación de las conversaciones de paz. El objetivo de los paseos militares se ha cumplido: sin disparar un solo tiro han dejado a los zapatistas en una difícil. posición de repliegue.
El capitán Nacho era ya una figura familiar para los habitantes de Monte Líbano una aldea situada en plena selva Lacandona que desde febrero se había con vertido en la entrada Norte al territorio controlado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).El pasado lunes, sin embargo, el guerrillero de gorra maoísta y pasamontañas azul desapareció del lugar junto a sus hombres. Horas más tarde, una treintena de blindados del Ejército mexicano entraba en el poblado y avanzaba hacia comunidades cercanas. Un ambiente espeso se respiraba la víspera en el retén zapatista, situado a unas tres horas del lodazal de la ciudad turística de Palenque, en el noreste de Chiapas.
Hasta allá habían llegado ya las noticias del estrechamiento del cerco militar por el Sur, Guadalupe Tepeyac, y por la frontera con Guatemala. A unos 60 kilómetros, en el cruce de Chancalá , rugían ya los motores de los blindados del Ejército regular. El control militar se había reforzado con más de 50 vehículos desde el 19 de diciembre, cuando el EZLN rompió el cerco y llegó a tan sólo siete kilómetros de sus posiciones, según cuenta un oficial mexicano.
Tomarse la revancha
Ahora estaban dispuestos a tomarse la revancha. Monte Líbano es un grano doloroso para las autoridades mexicanas, por su posición estratégica en la selva Lacandona y por los pozos de prospecciones petrolíferas, inutilizados desde hace 12 meses.
El avance comenzó el día de Navidad. Esa noche, las linternas de los soldados del Regimiento de Caballería de Morelos arañaban la oscuridad de Crucero Piñal, camino del retén zapatista. "Mañana nos regresamos a Chancalá", decía un coronel, aun cuando el impresionante despliegue de tropas invitaba a pensar lo contrario. En la mañana del lunes llegaban a las trincheras vacías de Monte Líbano.
Por el camino, las banderas blancas ondeaban sobre los tejados de paja o uralita de los poblados, ahora desiertos, donde enormes rótulos dejaban constancia de que aquélla era zona neutral.
Simultáneamente, 10 helicópteros depositaban a varias decenas de soldados en San Quintín, en pleno corazón de la selva Lacandona, cuya pequeña pista de aterrizaje, como la gran mayoría de la zona, acababa de ser destruida por el EZLN.
Las operaciones de Monte Líbano y San Quintín desataron la alarma: el Ejército, por primera vez, tomaba dos posiciones tras las líneas zapatistas. En días anteriores, los movimientos de tropas en los alrededores de la selva Lacandona habían creado, según varios sacerdotes de las comunidades indígenas, "una auténtica psicosis de guerra".
Zedillo ha llevado al extremo su política de palo y zanahoria. Ha combinado la demostración de fuerza militar con iniciativas de diálogo aparentemente esperanzadoras. Su reconocimiento de la comisión mediadora propuesta por los zapatistas y encabezada por el obispo de San Cristóbal, Samuel Ruiz, ha dado paso a la escueta nota de Marcos, recibida en la noche del martes. En ella, el subcomandante "saluda" la decisión del Gobierno y reconoce a su vez a la Secretaría de Gobernación como interlocutor. Pero las trincheras siguen abiertas.
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