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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

1995 en Palestina

EL AÑO 1994 termina con el proceso de paz en Oriente Próximo seriamente averiado y con escasas perspectivas de recuperación. La vulneración de todos los calendarios previstos basta como muestra de ello.La retirada del Ejército israelí de CisJordania tenía que haber comenzado antes del otoño para permitir la celebración en noviembre de elecciones a la primera asamblea legislativa de la autonomía palestina. Y no sólo no ha sido así, sino que las autoridades israelíes declaran, cada vez en voz más alta, que no es posible pensar en retirarse en la medida en que la policía del presidente Arafat no parece capaz de garantizar la seguridad de los colonos israelíes contra el terrorismo de Hamás.

Ello es rigurosamente cierto y la preocupación israelí perfectamente legítima, pero, al mismo tiempo, subraya la asimetría de todo el proceso. Mientras se va estableciendo, mal que bien, un aparato político palestino, Israel sigue llenando de colonos judíos Cisjordania. Y eso no dice nada bueno para una negociación que, idealmente, debería concluir con un intercambio de territorios por paz y un inevitable trasvase de poblaciones.

Paralelamente, las conversaciones entre Siria e Israel para la evacuación del Golán siguen en punto más que muerto. Con toda probabilidad, las exigencias israelíes sobre el gradualismo y los plazos de la retirada, la desmilitarización de las colinas, el futuro de Líbano -protectorado sirio- y la suerte de los 25.000 colonos actualmente en la zona impiden al presidente Asad dar su acuerdo a lo que se percibe en Siria como una promesa de devolución plagada de cláusulas restrictivas a cambio de un reconocimiento diplomático pleno. Pero, la congelación del proceso israelo-palestino también llama a Damasco a la prudencia.

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Siria no quiere ni quedar aislada, sola frente a Israel, si la paz en Palestina progresa demasiado, ni desligar tampoco su contencioso de una solución global al problema de Oriente Próximo. Su influencia sobre una futura entidad política palestina dependerá en buena medida de que Damasco no haga como el Egipto de Sadat en los años setenta, que negoció con la retirada israelí del Sinaí su virtual liquidación como factor para un arreglo político en Oriente Próximo.

La entidad nacional palestina es hoy un zombie político, un muerto en vida, una proposición que no es democrática porque no ha habido proceso legislativo para su legitimación en las urnas. Y de ello se resiente la autoridad de Arafat, al que los israelíes mantienen como interlocutor, pero al que no dan los medios para que juegue su suerte plenamente y se desacredite o se consolide fuera de toda duda. Ese medio juego, que puede ser doble juego, está agostando un proceso que apenas ha hecho que comenzar. Firmar la paz era un riesgo de seguridad para Israel. Eso lo sabían tanto el primer ministro Rabin como su ministro de Exteriores, Peres. Por ello la audacia de septiembre de 1993 en Washington se ve mal servida por los torpores de 1994. El año próximo puede ser, por ello, tanto el del salto hacia adelante del proceso de paz como el de su temible empantanamiento.

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