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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Drama en Marsella

LA SOLUCIÓN de la fuerza terminó por imponerse. El secuestro de un avión de Air France, iniciado en Argel el sábado pasado, concluyó ayer en el aeropuerto de Marsella con un asalto al aparato por unidades de élite de la gendarmería francesa. El asalto fue un éxito policial, con todas las salvedades del caso cuando están en juego vidas humanas. Según un primer balance oficial, los cuatro secuestradores resultaron muertos, algunos pasajeros y tripulantes, ligeramente heridos, así como también nueve policías, algunos de consideración. Tres de los pasajeros habían sido asesinados anteriormente por los terroristas durante la brutal odisea. Terminabana así dos días y medio de tensión extrema, negociaciones infructuosas e intentos de chantaje de los secuestradores, afectos, según parece, al GIA, el más radical, asesino y xenófobo de los movimientos islamistas en guerra civil con el poder militar argelino.El gran dilema que se plantea en situaciones como la que han vivido los 170 pasajeros y tripulantes del avión secuestrado es actuar sin ceder al chantaje con todos los riesgos que ello comporta, o negociar para preservar, ante todo, las vidas humanas. Cada caso habrá de merecer una respuesta diferente, pero, en la situación que nos ocupa, el Gobierno francés ha obrado con acierto, profesionalidad y, posiblemente, suerte.

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La actitud de los piratas fue en todo momento desafiante en extremo. Ya habían dado muerte a tres de los rehenes -un policía argelino, un diplomático vietnamita y un cocinero de la Embajada francesa en Argel-, y todo daba a entender que podían proseguir su mortal chantaje hasta que se accediera a sus peticiones: que se les permitiera dar una conferencia de prensa en Marignane, el aeropuerto marsellés, y que el avión siguiera viaje a Paris. En algún momento del secuestro habían pedido también la liberación de Abasi Madani, el líder del FIS, movimiento troncal del islamismo argelino.

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Nada permitía suponer que las exigencias de los terroristas no cesaran de crecer y que, una vez en París, formularan ulteriores peticiones, con el riesgo o aun la probabilidad de nuevas muertes para dar mayor credibilidad a sus amenazas. Y ello sin, ninguna garantía de salvación para el resto de los rehenes. Por ello, el ministro del Interior francés, Charles Pasqua, de acuerdo con el jefe de Gobierno, Édouard Balladur, dio hacia las cinco de la tarde de ayer la orden de asalto. El peligro de que hubiera mayor derramamiento de sangre era, verosímilmente, menor que si se seguía negociando sin futuro.

Evidentemente, que el resultado dé la operación haya sido tan positivo en términos de economía de vidas humanas -sobre todo de las inocentes- ha de influir en el juicio sobre la oportunidad de una decisión tan terrible. Pero seguramente hay que tener el valor de reconocer además que, disponiendo de fuerzas entrenadas para ello, como han demostrado serlo las unidades de la gendarmería, y ante un adversario decidido a todo en sus canallescas pretensiones, la mejor solución es la de mantener una política de firmeza. Lo contrario equivaldría a extender un cheque en blanco a futuras exacciones terroristas de este género y a anunciar urbi et orbi que Occidente cede ante el chantaje del terror, islámico o de otra laya.

Fuentes oficiales del FIS anunciaron ayer su con dena de cualquier tipo de secuestro o acción criminal de-estas características. Pero eso no excusa a nadie: la guerra argelina es ya un todos contra todos, en el que se rivaliza en la locura de la sangre, desde la represión ejercida por el Estado hasta la vesania de los grupos islamistas. La acertada actuación del Gobierno francés indica, cuando menos, que se está dispuesto y se sabe combatir cualquier desbordamiento de la con tienda argelina en el continente europeo.

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