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El Estado delincuente y yo

Los tertulianos y los editorialistas, independientemente del medio en el que ejercen, suelen ser personas responsables que cuando opinan sobre el Estado se imbuyen de razón de Estado. Como tiene que ser. Y así, cuando se conoció el mal uso que el ciudadano Roldán había dado a los fondos reservados, opinaron: fondos reservados, sí; Roldán, no. Lamento no estar imbuido de razón de Estado, aunque tampoco soy un calco del retrato robot del anarquista de derechas o del anarquista posmarxista. El Estado es necesario para que nos defienda en el presente y en el futuro de los darwinistas de derechas, los nietos asesinos de Margaret Thatcher, pero, si le cedemos el monopolio de nuestra asistencia, en la duda de que Dios nos asista, hemos de exigirle que sea el depositario de la eticidad, y mal asunto cuando el Estado autolegitima el ser virtuosa de día y un putón desorejado de noche, virtudes públicas y vicios privados, sonrisas de primeras páginas en la superficie y fondos reservados en el subsuelo para asesinatos reservados.Hemos presenciado la continuidad del Estado delincuente que se sucede a sí mismo tras la desaparición de Franco, a través del puente de comunicación de aquellos incontrolados que volaron El Papus o mataron a Yolanda o a los abogados de Atocha, a manera de terrorismo disuasorio para que las izquierdas se quedaran en su sitio: pactando y desertizándose ideológicamente. Comprendo, y comprobé, la perplejidad de los asaltantes de El Papus cuando vieron que eran detenidos, ellos que eran carne de su carne y sangre de su sangre de los que les detenían y de su gobernador civil y de su ministro de la Gobernación. Dura prueba para los habitantes de las cloacas el que de vez en cuando el raticida les venga de manos del patrón, porque está admitida en la moral de las cloacas que el señor del subsuelo de vez en cuando le eche un poco de DDT.

Evidentemente, ese submundo de cloacas no lo han inventado los socialistas. Ni siquiera los responsables del orden bajo UCD, que tuvieron que tragarse los atentados Ultras, que compraron el silencio y la jubilación de mucho reyezuelo ultra y no supieron dar explicaciones cuando el líder independentista canario Antonio Cubillos fue acuchillado en Argel por un puñal incontrolado, probablemente el puñal del godo. Pero los socialistas le dieron un toque más romántico si cabe, dentro de aquella operación de tranquilización de las derechas que les llevó a subirse al Azor o a los yates de la jet-sociely y bajarse al mismo tiempo a las cloacas para planear la guerra sucia contra el terrorismo. Aquellos muchachos que llegaban al poder habían leído a Le Carré y sabían que todos los Estados, todos, habidos y por haber, necesitan ser algo asesinos y chorizos porque, de lo contrario, nadie se los toma en serio. También habían visto muchas películas del Oeste o de las guerras de ejércitos democráticos donde, a veces, haciendo de tripas corazón, se mata salvajemente a los indios o a los vietnamitas o a los espías para salvar la sociedad abierta. Para que consiguiera ser abierta la sociedad abierta se han tenido que cometer muchas fechorías a lo largo de la historia. Y es entrañable que tres mosqueteros del SEU fueran con los años sucesivos ministros del orden, así en el suelo como en el subsuelo: Martín Villa, Rosón y Barrionuevo, a los que hay que añadir, como siempre, un cuarto mosquetero: el señor Cuevas, jefe de la patronal, que era de la misma camada. Es milagroso que una misma promoción del SEU aportara celadores capaces de sucederse los unos a los otros y llevar los secretos de Estado tatuados en las pieles más secretas del cuerpo y el alma.El juez Garzón ha retirado el asfalto de la modernidad y el subsuelo ha quedado al descubierto. Los partidarios del Estado delincuente reclaman el apoyo moral de la ciudadanía porque, de hecho, emplearon contra el terrorismo instrumentos ilegales pero que pertenecían a las pulsiones vengativas y al derecho de legítima defensa de la sociedad abierta. La Brigada Político Social de Franco, la Gestapo de Hitler, el KGB soviético disponían de la misma coartada ética. El Estado merece ser defendido con la ilegalidad vigente, porque la legalidad ya se le supone, no tiene mérito. Lo que tiene mérito es que los ministros del Interior se sientan Fu-Manchú o el Doctor No y controlen la red de cloacas llenas de cocodrilos y los depósitos clandestinos de cal viva o de cemento con el que aplicar la metafísica negativa del Estado a los enemigos de nuestro, repito, nuestro, nuestro, nuestro bien común. El Estado delincuente necesita funcionarios delincuentes, y asumir esa necesidad representa una tal carga de sacrificio, de elevados ideales, que merece ser recompensada con toda clase de fondos reservados. Si Felipe González, Barrionuevo, Corcuera y todo lo que les cuelga y los que les cuelgan, merecen la idolatría de los partidarios del Estado delincuente, ¿por qué ponernos tacaños con Roldán porque el hombre pudiera agenciarse un pellizco de fondos reservados para compensar el estrés que le causaba tanta guerra sucia? Y si Roldán, para paliar la paranoia lógica de su condición de guerrillero, a veces sucio, se agenciaba una parte de la pasta gansa de los fondos reservados, dinero del contribuyente, ¿por que no iban a recibir su parte otros paladines de tan secretos cometidos? ¿Acaso es mejor que aquellos funcionarios públicos educados en el subsuelo del Estado delincuente se hayan dedicado a montar negocios privados de espionaje y de tráfico de informes catárticos?

A la vista de cómo en las tertulias y en los editoriales, sean andaluces, asturianos o madrileños, los editorialistas o tertulianos cada vez echan más en cara que ellos son los que pagan las huelgas y los chorizos y los asesinos del Estado, yo, a pesar de ser en buena medida catalán, doy por bien gastada la parte de mis impuestos destinada a la guerra sucia. Sólo le pediría al Estado delincuente que, así como me permiten destinar parte de mis dineros a la Iglesia católica, me dejen elegir a quién ha de matar o secuestrar el Estado con la parte de esos fondos reservados que viene de mi generosa contribución. Así, mataríamos todos juntos y en unión defendiendo la bandera de la Inmaculada Constitución.

Manuel Vázquez Montalbán es escritor y periodista.

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