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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Turca, pero no pasión

Impecablemente realizada -basta decir por Aranda- y por todos los síntomas calculada para dar buenos -reúne los ingredientes adecuados- resultados comerciales, La pasión turca tiene virtudes derivadas de la solvencia del cineasta; y un defecto derivado de su condición de cálculo: está sabiamente compuesta, pero es -cosa rara en Aranda, que tiene maneras apacibles, pero es de los que se queman las pestañas- distante, casi fría. Para entendemos: tiene mucho de turca y poco de pasión.Parece (sin serlo) una película de riesgo, con contenidos escabrosos, pero está organizada de modo que entra como agua en las tragaderas comunes: un alimento de apariencia transgresora que en realidad se pliega al estómago conformista. Todo apunta a que La pasión turca origine un reguero de espectadores y siembre un epidérmico debate sobre norma, excepción y el difuso punto donde confluyen. Y es que los polos del juego son precisamente lo menos creíble de la película, lo que hace que su desarrollo (jalonado por escenas de mérito, como un indirecto pero fuerte encuentro sexual entre Ana Belén y Corraface) se apoye en dos pies de barro.

La pasión turca

Dirección: Vicente Aranda. Guión. V. Aranda, basado en la novela de A. Gala. Fotografía: Alcaíne. Música: J. Nieto. España, 1994. Intérpretes: Ana Belén, Georges Corraface, Silvia Munt, Ramón Madaula, Loles León. Madrid: cines Gran Vía, Palacio de la Prensa, Roxy, Ideal, Duplex, Colombia, Renoir, Parquesur, Aluche.

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La norma (el asexuado matrimonio de Ana Belén) está expuesta con apresuramiento, como si Aranda-guionista hubiera cedido ante las prisas por ir cuanto antes al grano que le gusta moler a Aranda-director. De ahí que la película no transmita una imagen vigorosa del malestar íntimo y la carencia sexual de esa mujer. Pero sólo si vive su falta de vida el espectador puede vivir la vida que descubre en forma de pasión súbita y desconocida: ese "trozo de cielo" (sic) diario que obtiene de su amante.

Es imposible representar el "cielo" sin haber dado antes una adecuada imagen del "infierno". Sin un convincente infierno cotidiano previo es imposible hacer creíble el cielo extracotidiano que Ana descubre con las piernas abiertas debajo de un guía, en un autobús de turistas españoles en Estambul. Al faltarle la representación del desamor de donde surge, esta primera y crucial escena pasional no enciende, es tibia y está interpretada en el mal sentido: fingida y no vivida o no transmisora de vida, de vuelco de vida. Tan es así, que en la mirada de Silvia Munt (que olfatea la repentina pasión turca de Ana) hay más capacidad de sugerir lo que le ocurre a su amiga que en las semievidencias de su encuentro con Corraface: escena de sexo nada inquietante, aunque esté ideada por quien ideó las de Amantes, que están entre las mejores y más complejas del cine reciente.

El resto de la construcción se resiente inevitablemente de la endeblez de esos cimientos, que están sólo enunciados y no auténticamente representados, lo que condiciona todo lo que sigue: una bien urdida trama, correctamente interpretada por Belén, Corraface, Madaula, León y (magnífica) Munt; y realizada con primoroso oficio por Aranda; que dará que hablar en las mesas camillas de España y convocará presumiblemente muchos espectadores, pero que es cine efímero, útil para una industria necesitada de obras inmediatamente rentables, pero que poco (salvo Alcaíne, que hace inédito al Bósforo) añade a los méritos de quienes la hicieron.

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