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El rastro del hombre invisible

El Tribunal Supremo ha sacado de las alcantarillas al fantasma de los fondos reservados para enviar su ensabanada presencia a darse una vuelta por los juzgados de la plaza de Castilla. Pese a su cristalina transparencia, el hombre invisible inventado por H. G. Wells no pudo ocultar la huella de sus pisadas en el barro de Oxford Street y la nieve de los campos de Sussex, fue olfateado por una jauría de perros y dejó un reguero de sangre coagulada después de ser herido. También las evanescentes partidas de los fondos reservados, sustraídas formalmente al control parlamentario y del Tribunal de Cuentas, pueden producir materializaciones delictivas capaces de detectar su paradero.La denuncia presentada ante el fiscal general del Estado por Federico Trillo y otros diputados del PP apuntaba la posibilidad de que responsables políticos del antiguo Ministerio del Interior hubiesen utilizado ilegalmente esas partidas presupuestarias entre 1987 y 1994 para pagar sobresueldos a los altos cargos del departamento; así lo declaró, al menos, el ex director general de la Guardia Civil en el intento de justificar su abultado patrimonio. Tras recibir el oficio remisorio del ministerio público, la Sala Segunda del Supremo se ha inhibido con argumentos procesales: la interpretación forzosamente restrictiva de los fueros personales de enjuiciamiento criminal, la ausencia de nombres concretos en la denuncia del PP y la inconveniencia de que la Sala Segunda se dedique a tareas de instrucción en asuntos indeterminados de gran complejidad.

Sin embargo, los magistrados de la sala también afirman que los hechos denunciados pudieran implicar consecuencias penales y encomiendan a un juzgado de instrucción de Madrid la práctica de las oportunas diligencias para investigar "la posible existencia de un delito de malversación de caudales públicos". Convencidos tal vez de que el cuerpo del delito no será encontrado nunca, el presidente González y el ministro Belloch suelen poner una picarona mirada de astucia cuando responden a la oposición que los fondos reservados pertenecen al reino de lo inefable: no se puede hablar informativamente de lo que no se debe hablar legalmente. Pero aunque esa doble negación trate de ocultar la existencia misma de una terca realidad clandestina, la sombra del delito le impide obtener esa deseada invisibilidad; un discípulo bromista de Wittgenstein comentaría que es menos importante lo que puede decirse de los fondos reservados que lo que puede mostrarse. Griffin -el héroe de H. G. Wells- confiesa al doctor Kemp sus ensueños de omnipotencia: la invisibilidad le permitiría no sólo robar y matar, sino también establecer un "reinado del terror" al servicio de sus designios. Los clientes de la posada Coach and Horses presencian aterrorizados cómo el misterioso huésped desaparece de su vista a medida que se va despojando del sombrero, las gafas oscuras, la peluca, la nariz postiza, las vendas, los guantes, el traje, las botas y la ropa interior; los perseguidores, sin embargo, terminan por encontrar su rastro y le dan finalmente caza. Los fondos reservados se desvanecen igualmente en el trayecto entre el Congreso y el Ejecutivo; pero su aplicación delictiva también deja tras de sí el olor del latrocinio y la sangre del crimen. Bajo el Gobierno socialista, las desviaciones delictivas de esas partidas se han movido aparentemente hacia dos objetivos: la inducción al asesinato, ejemplificada por los atentados de los GAL, y el enriquecimiento de altos cargos, visible en el caso de Roldán. El juzgado de instrucción, primero, y el Tribunal Supremo, eventualmente, investigarán ahora si los responsables del antiguo Ministerio del Interior enloquecieron como el doctor Griffin, convencidos de que la invisibilidad de los fondos reservados les permitía robar y matar libremente.

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