La bisectriz de Coria
Se esperaba que el huracán Gordon llegara a La Habana a las seis de la mañana. Sonaba muy bronco el malecón. Pero a las seis en punto, clareando el día, han cantado los gallos del compadre Manuel aquí al lado y el huracán Gordon no se ha presentado. Viene muy lento. Su ojo aún está en Varadero. Llegará esta tarde. Estaba preparado para ver las palmeras arrancadas de cuajo volar por delante del ventanal y en ese momento he recibido una noticia llena de equilibrio: a Rafael Sánchez Ferlosio le han dado el Premio Nacional de Ensayo. Ese ha sido el relámpago más claro de cuantos caían. Ahora en La Habana varios aguaceros sucesivos sirven de avanzadilla a la gran fiesta metereológica tropical que se prepara y en medio de la confusión pienso en la serenidad ática de Sánchez Ferlosio y también en su cachaba socrática que es la columna dórica o la bisectriz de Coria que divide el caos. Estos dioses del Caribe de confusas caderas deberían tomar de consejero a Ferlosio si quieren entrar algún día en razón.Este escritor ha hecho de la sinceridad una profesión de fe y dentro de ella no se define tanto por lo que dice como por lo que calla. Ha escrito algunos libros profundos, pero su mejor ensayo es el silencio. No se ha detenido nunca por miedo ante cualquier crítica y ha realizado un ejercicio todavía más difícil: jamás ha salido de su pluma un elogio que no creyera merecido. En estos tiempos en que vivimos su actitud es un metal precioso: el silencio de Sánchez Ferlosio también es oro. Uno no deja de admirar la suerte de este escritor que es más respetado y agasajado a medida que más se refugia en su propio interior. Anacoreta de asfalto, profeta de sobremesa, latigador secreto, sus discípulos pasan de boca en boca las enseñanzas del maestro y el permanece inmune a la vanidad.
Los lectores de Ferlosio esperan siempre su oráculo y cuando él decide expresarse su discurso no tiene término medio y en esto también sigue la práctica de los servidores de la serpiente Pitón: o bien se enreda en palabras oscuras que conducen a laberintos de donde nadie sale sin haber presentido el vértigo del abismo o bien de pronto estalla en una sentencia breve y seca como el rayo que puede obedecer a venganza pero casi siempre nace de la misericordia.
Es un lujo tener a Ferlosio preservado y puro al margen del encanallamiento general. En él puede uno apoyar la pértiga para dar el salto sobre la basura colectiva. Escriba o no escriba, hable o permanezca en silencio, su única misión consiste en estar ahí. A muchos nos basta saber que existe. A veces subimos a Delfos y logramos traernos a este servidor de la serpiente Pitón al restaurante La Ancha para interrogarlo. Es un elegante absoluto. Con la pala parte la lubina y dice: Vendrán años más malos y nos harán más ciegos. Y todo el mundo calla y sigue comiendo.
Babelia
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