Bonito juguete

La fabulilla de La zapatera prodigiosa es pequeña, intrascendente, infantil; pero el sonido Lorca está en ella, y está, sobre todo, aquella gran intención pedagógica de extender el teatro: una preocupación de los intelectuales republicanos de recoger un nacionalismo popular (como un inverso del patriotismo de propiedad, del país como finca de ricos) y devolverlo al pueblo. Fue una gran corriente, que dio los teatros ambulantes -el mismo de La Barraca-, y tuvo todo el impulso de la Institución Libre de Enseñanza. Lorca introdujo aquí recursos teatrales grandiosos reducidos a la miniatura: la representación de los cómicos en Hamlet, convertida en cartelón de feriante, que reproduce y revela el suceso; la anagnórisis de los griegos, en la figura del zapatero que vuelve a su casa disfrazado, como Ulises, para revelarse ante la constante Penélope que le espera y ahuyentar a los pretendientes... Y, repito, el sonido Lorca, que, sin ser, tan derramado como en otras ocasiones, está siempre presente.Cuando se dice bien; bien lo dice Natalia Dicenta, primera dama joven de esta compañía tan bien orientada y conjuntada. Lo que tenía aquel teatro no sólo el de Lorca, ni tampoco llamaría epígonos de él, porque eran simultáneos, a los otros autores, músicos y pintores del 27, era esa punta de ballet, ese rescate de canciones y colores, que el Teatro de la Danza de Madrid emplea para él, con la colaboración de figuras de la Compañía Nacional de Danza y del Ballet Nacional de España: apariciones coreográficas excelentes y breves, como todo en la obra, y con el vestuario de María Luis Engel y la escenografía de Gabriel Carrascal. La dirección de Luis Olmos, con la ayuda de los excelentes coreógrafos, consigue bien este bello juguete de teatro.