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Reportaje:

El jefe del 'cartel de Cali', dispuesto a entregarse

La oferta para encontrar a Gilberto Rodríguez Orejuela, el capo del cartel de Cali, llegó por teléfono una lluviosa mañana en Bogotá. El intermediario era un ejecutivo de relaciones públicas muy conocido por los servicios secretos locales, por la DEA (Agencia Antinarcótico de EE UU) y por la CIA (Agencia Central de Inteligencia) como conexión con el cartel de Cali. "Los chicos de Cali tienen un anuncio que hacer. ¿Quiere hablar con ellos?", me dijo al llegar a mi oficina.

-¿Por teléfono?, pregunté.-"Sí. Venga conmigo".

Anduvimos unas cuantas calles hasta llegar a una central telefónica y desde una cabina marcó un número y me dio el auricular. Al otro lado del hilo estaba Gilberto Rodríguez.

-"Mi hermano y yo pretendemos entregarnos a la justicia colombiana y ser juzgados. Tenemos un plan que creemos que reducirá considerablemente el tráfico de drogas fuera de Colombia. ¿Quiere venir a Cali para que pueda darle los detalles?"

¿Por qué yo? Tal vez porque la primera vez en su vida que Rodríguez dio una entrevista fue a Time hace tres años y yo era uno de los presentes. Una semana después viajaba a Cali. La ciudad, de dos millones de habitantes, se encontraba bajo el estado de sitio, con 4.000 policías especializados en la lucha antinarcóticos y un destacamento de la CIA en la cercana academia de entrenamiento de la Fuerza Aérea de Colombia.

Tomé un taxi hasta el restauran te Don Carlos -irónicamente descubrí después que era el preferido de los agentes de la DEA-. Tras una hora de espera el intermediario llegó y nos fuimos de inmediato en otro taxi a otro restaurante. Diez minutos después nos recogía un Renault gris oscuro, entrábamos en un garaje de un edificio de apartamentos y subíamos en un ascensor hasta la sexta planta. La puerta se abrió: allí estaba Rodríguez.

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De 56 años y talla mediana, estaba más gordo que hace tres años y, tras quejarse de padecer migrañas por estar "muy estresado", parecía más preocupado por el grosor de su cintura que por el juego del ratón y el gato que mantiene con la policía desde hace seis años.

A continuación se puso a hablar de negocios. "Mi hermano y yo queremos entregarnos a la Justicia pero no a la injusticia. Queremos hacerlo de acuerdo a la Constitución y al Código Penal de Colombia". Esto significa unas condiciones muy favorables: en 1991 el Parlamento votó a favor de una ley que prohíbe la extradición de Colombia. Además, tras los cambios introducidos en el Código Penal en 1993, los acusados de narcotráfico pueden entregarse sin confesar, ni delatar a otros narcotraficantes y, a pesar de ello, beneficiarse de una reducción de dos tercios en su eventual condena. La ley incluso incluye el arresto domiciliario como posible beneficio a la entrega voluntaria.

Rodríguez quería un trato aún mejor. Su entrega "debía de ser aceptada por EE UU". Es decir, que Washington tenía que aprobar lo acordado por Colombia en términos colombianos.

Almorzamos y volvimos al contenido de la propuesta. Rodríguez dijo que sus abogados la habían presentado a las autoridades colombianas hacía nueve meses y que se llegó a un preacuerdo con el entonces fiscal general, Gustavo de Greiff, por el que el capo sería sentenciado a 17 años de cárcel, lo que se reduciría a cuatro o cinco, pero de repente el Gobierno se retiró de la negociación.

En cuanto a su relación con la DEA, el capo indicó que en 1985 fue exonerado de cualquier cargo por tráfico de drogas y lavado de dinero. "En este momento tengo dos casos pendientes: uno por la compra de un rancho con fondos de dudosa procedencia y el otro por el invento de que traté de cargarme a Pablo Escobar [capo del cartel de Medellín abatido por la policía en 1993]. Su viuda y su hijo han testificado a mi favor y este asunto debe de aclararse lo antes posible".

Su familia

Antes de finalizar la entrevista Rodríguez declaró que la razón para entregarse era su familia. Tiene siete hijos, todos hombres de negocios o profesionales que quieren que su padre tenga una vida normal.Tres días después comprendí porque quería entregarse. Myles Frechette, embajador de EE UU en Colombia, anunció que serían cancelados los visados concedidos a los familiares de sospechosos de tráfico de drogas. Posteriormente, Frechette me explicó la política de EE UU sobre las ofertas de entrega de los barones de la droga. "Washington", dijo, "no impulsa las entregas en Colombia debido a la reducción automática de la condena. EE UU mantiene que las penas a los culpables de narcotráfico deben de ser acordes a la seriedad de los delitos". Frechette indicó que Washington no tenía por qué apoyar la entrega voluntaria de Rodríguez, a no ser que éste quisiera ser juzgado en EE UU.

Tres días después el intermediario volvió a contactarme y esta vez encontré a Rodríguez en una pequeña oficina en Bogota. No se veían ni guardaespaldas ni armas. Quería saber si yo tenía, una reacción a su oferta y yo le hice algunas preguntas: El Departamento de Justicia de EE UU dice que tiene evidencias de que ha vendido drogas en EE UU y de que ha amenazado de muerte a un agente de Ia DEA.

-"Estoy dispuesto a hacer frente a esos cargos", respondió.

-¿Ante un tribunal norteamericano?

-"En un tribunal colombiano o uno neutral. Incluso los estadounidenses saben que sus tribunales no son siempre justos".

-Si no es usted, ¿Quién es el jefe del cartel de Cali?

-"No hay nada como tal cartel de Cali. Es una ficción de la imaginación de la DEA."

-Si el cartel no existe ¿Quién va a persuadir a sus miembros de entregarse?

-"Hay un montón de grupos, pero no existe un cartel único. La policía lo sabe, al igual que la DEA, pero prefieren inventarse un enemigo monolítico".

-¿Cómo puede ofrecer reducir el tráfico de cocaína?

-"Por la leyes del mercado libre. Cuando la oferta disminuye los precios suben mucho".

-Si se entrega, ¿irá a la cárcel?

- "Estoy dipuesto a ir a la nueva prisión de máxima seguridad de Cali. Tengo una maletita preparada y dispuesta para cualquier eventualidad.

Time Inc.

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