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La ópera cumple 350 años, con uno de retraso

La Scala celebra a Monteverdi con una nueva versión de 'L´incoronazione di Poppea'

La ocasión era tan grande que la Scala, aun habiendo logrado un resultado musical muy sólido, no ha conseguido estar a su altura. Se trataba de conmemorar, aunque con un año retraso, nada menos que el 3500 aniversario de la muerte de Claudio Monteverdi, efeméride que, muy paradójicamente, coincide con el 3500 aniversario del nacimiento de la era. El célebre teatro milanés, que no ha conocido este año su mejor temporada, había previsto para ello una nueva versión de L'incoronazione di Poppea con el objetivo confeso de devolverla a la vida actual, huyendo de las reconstrucciones filológicas.

Se quería abrir tina nueva página tras versiones que, como la de Nikolaus Harnoncourt y los instrumentos primitivos del Concentus Musicus Wien, han dominado la escena reciente monteverdiana. Algo ingenuamente, se hablaba, de "reitalianizar" la ópera.Claudio Monteverdi, nacido en Cremona en 1567, murió, en efecto, en 1643 en Venecia, que le enterró con todos los honores en la iglesia de Santa María de¡ Frari, junto a Tiziano y otros genios de su calibre. Pero en 1642, a los 75 años, el gran músico cremonés había concluido y estrenado L'incoronazione di Poppea. Esta obra e Il ritorno d'Ulisse in patria, de 1641, son las que justifican la paternidad de Monteverdi sobre el género operístico, en mucha mayor medida que el bello Orfeo, de 1607.

Por, todo ello, la ocasión era clara y comprensible el empeño de La Scala, que inicialmente se planteó recuperar en nuevas versiones los tres títulos ya citados de Monteverdi, cuyas obras restantes se han perdido. Pero los responsables del teatro milanés pensaron pronto que quien mucho abarca poco aprieta y concentraron sus esfuerzos en esta L'incoronazione, que, por otra parte, llega retrasada un año con respecto a la fecha prevista. De ahí también que la expectación fuera máxima.

Deserciones

Buena parte de la insatisfacción con el resultado obtenido se debe por omisión de un personaje típico de la ópera de hoy, Luca Ronconi, uno de esos directores de escena que tienden a dominar las producciones en las que interviene.Ronconi tiene, además, un gusto marcado por la espectacularidad y por la gran mecánica que fueron también típicas del primer teatro barroco, hasta el punto de que sus ideas para esta L'incoronazione fueron juzgadas altamente peligrosas por el cuerpo de bomberos. Falto de tiempo para corregirlas, Ronconi abandonó la aventura el pasado mes de julio, dejando un vacío total sobre el escenario de La Scala.

Menos grave ha tenido que ser, por fuerza, la deserción final de Riccardo Muti, obligado por una afección viral a tirar la batuta con los ensayos avanzados apenas dos semanas antes del estreno. Pero es también obvio que la ausencia de este director carismático ha quitado brillo a un acontecimiento que Alberto Zedda, el experto rossiniano que dirige el Festival de Pesaro, ha tenido que asumir por completo, como responsable de la orquestación y como director musical de esta Poppea.

Lo peor es que Zedda ha realizado un trabajo muy notable en las dos facetas, que corre peligro de quedar enterrado por las demás circunstancias. Evitando el debate, en sí mismo académico, sobre el modo de enfrentarse a la ópera barroca, ha pulido academicismos indiscutibles propios de las versiones filológicas. El experto rossiniano ha asumido la hipótesis de que Monteverdi dejaba en manos de cada teatro el desarrollo de su partitura, que sólo incluía el bajo continuo y la melodía, para poner el brillante viento de la orquesta de La Scala donde el Concentus Musicus ponía sólo cémbalos y citarrones.

Y ha sugerido líneas de contrapunto, encomendadas generalmente a un chelo muy ligado, que potencian el valor del recitativo. El resultado, que en lo esencial se mantiene fiel al original, merece, sin duda, ser oído sin prisas.

En el plano vocal, el extenso reparto de intérpretes no especialistas, que cantan con vibrato como en la ópera moderna, presenta alguna laguna. Pero se apoya en una excelente Anna Caterina Antonacci (Poppea), en un muy notable Carlo Colombara (Séneca) y en el trabajo sobresaliente de Bernadette Manca di Nissa (Ottone), mucho más convincente que cualquiera de los contratenores que cultivan esta partitura.

Más discutible es la decisión de encomendar el papel de Nerón a un tenor, bajándolo una octava. Es claro que así se gana verosimilitud dramática frente a la alternativa sáfica de que Nerón sea una soprano, habitual desde que se extinguió el mundo de los castrati puestos por los papas. Pero la interpretación pierde brillantez y los dúos de Nerón con Poppea decaen sin remedio, aunque el tenor fuera más capaz que William Mateuzzi, protagonista de la representación de Cremona.La parte escénica, finalmente, adolece del pecado original irreparable de no ser nueva. Procede la ópera de Aviñón y, más allá de destacar la modernidad del espectáculo con una ambientación del siglo XVIII, resulta excesivamente francesa y desconectada de este intento, que ha quedado. cojo, de ofrecer una versión viva, imaginativa y genuinamente italiana.

Una cierta mala suerte sí que se abate sobre esta producción monteverdiana que cierra la temporada 1993-1994 de La Scala de Milán. Tras las tres representaciones ofrecidas en el teatro Ponchielli de Cremona, L'incoronazione debía debutar en el coso milanés mañana, 14 de octubre. Pero no será posible, porque los italianos hacen huelga general este día.

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