La injerencia humanitaria
El aumento en el número y las nuevas características de los conflictos de la posguerra fría, con la escalada de catástrofes humanitarias que han provocado y cuyas consecuencias en términos de vidas humanas y desplazamientos masivos de población resultan estremecedoras, ha ido progresivamente transformando los enfoques y planteamientos políticohumanitarios respecto a cómo hacer frente o prevenir esta siniestra escalada del horror.Asistir impasibles al drama de millones seres humanos, perseguidos o masacrados por sus gobernantes o aspirantes a serlo, por razón de su raza o su religión o usando su raza o su religión como excusa para encubrir sus aspiraciones de poder, resulta cada vez más difícil y más inmoral. Y se ve dificultado por el papel creciente que los medios de comunicación juegan al enseñarnos las imágenes de los horrores y colocarnos los cadáveres en nuestro cuarto de estar.
La creciente conciencia humanitaria sobre la imposibilidad de seguir asistiendo a las víctimas y respetando las reglas del juego de la soberanía nacional, cuando gobiernos impedían el acceso a las aquellas, dio origen a una nueva forma de intervención principalmente por parte de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), basada en el derecho a la injerencia humanitaria. En otros términos se trataba de no condicionar la asistencia a poblaciones en peligro o perseguidas, a la previa autorización de los perseguidores, fueran éstos Gobierno u oposición política o militar. Esta doctrina, impulsada por Bernard Kouchner, revolucionó el mundo humanitario y permitió llamar la atención sobre crisis humanitarias silenciadas o desconocidas por la opinión pública y salvar miles de vidas. No por casualidad el nombre dado a la primera organización en practicar este principio, fundada por Kouchner, era el de Médicos Sin Fronteras.
Un debate honesto y creativo nos ha llevado a muchos de los que hemos confrontado, desde posiciones de responsabilidad, crisis humanitarias de grandes dimensiones, a desarrollar posiciones más beligerantes en el plano político, por entender los riesgos que implica el no denunciar las responsabilidades políticas que están en el origen de las tragedias y en la no resolución de las mismas. Hemos ido pasando de la neutralidad a la toma de partido por las víctimas. Del silencio, a veces involuntariamente cómplice, a la arriesgada denuncia de los culpables y, sobre todo, del derecho a la injerencia humanitaria a la necesidad de la intervención política y/ o militar para prevenir o limitar las catástofes humanitarias o para encontrarles solución.
A muchos se les ponen los pelos de punta cuando hablamos de la intervención, olvidándose que la intervención es una constante de la historia y se produce en todas maneras, nos guste o no nos guste. Desde la dependencia económica, pasando por la venta de armas, el apoyo político o militar, hasta la invasión o la conquista, el mundo es, y sobre todo ha sido, un escenario de intervenciones e interferencias permanentes. Y todo en base a intereses poco confesables y unilaterales de las potencias mundiales o regionales. Y lamentablemente la actitud de los que a veces se escandalizaban de ciertas intervenciones no era. muy coherente cuando apoyaban otras. Eran, claro está, los tiempos de la guerra fría. Se trata justamente de lograr que todo el arsenal de medidas intervencionistas tan bien ensayado y probado, se ponga a funcionar para la defensa de valores y principios universales y se utilicen por la comunidad internacional a través de la ONU.El miedo a abrir la vía para que el principio de intervención por razones humanitarias se consagre es entendible. Quién decide, cuándo, dónde, cómo y para qué son preguntas más que razonables y requieren respuestas concretas en forma de Derecho internacional y de construcción de una nueva doctrina: el deber de intervención por razones humanitarias, regulado y bien definido. Pero el admitir que se masacre, se expulse por la fuerza o se cometan genocidios sobre la base de la soberanía nacional o contando con la pasividad internacional, resulta absolutamente inaceptable. Desde el gueto de Varsovia, pasando por la guerra civil española, muchos son los ejemplos de la no intervención con consecuencias desastrosas para los pueblos. Y no se puede estar unas veces a favor y otras en contra, dependiendo de las simpatías o antipatías políticas por ciertas causas. Hay que objetivar, por la vía del Derecho, las razones para intervenir.
Bosnia es, quizá, uno de los mejores ejemplos, con sus por el momento 200.000 muertos, de las consecuencias de una política de intervención humanitaria sin precedentes, pero que no va acompañada de una intervención coherente en el plano político y militar. Que nadie diga que hubiera sido inmoral silenciar los cañones que masacran Sarajevo y media Bosnia desde hace más de dos años. Y no hacía falta ni siquiera tomar partido: bastaba con destruir los cañones de todo aquel que bombardeara a la población civil o la expulsara por la fuerza. El que ello implicara sobre todo a una de las partes era responsabilidad exclusiva de esa parte. Y qué decir de la no intervención en el norte de Irak, que hubiera permitido el exterminio del pueblo kurdo por Sadam Husein. 0 de la inmensa cobardía del abandono de Ruanda por parte de las tropas de la ONU, justo en el momento en que se iniciaba el genocidio planificado de 600.000 tutsis, genocidio del que no está exenta de responsabilidad una potencia de la Unión Europea.
El objetivo fundamental de salvar millones de seres humanos condenados a muerte por sus gobernantes -o por los que aspiran a serlo-, o simplemente al exterminio, no pasa única y exclusivamente por la intervención militar. Por supuesto que no. Esa intervención sólo es necesaria cuando fallan otros mecanismos preventivos para evitar la catástrofe. Estamos hablando de diplomacia preventiva, de presión política, económica, de políticas de desarrollo distintas y más generosas (0,7% del PIB,ya), dirigidas a desarrollar a los pueblos y sus fibertades... Y también del despliegue de observadores, de fuerzas de paz, etcétera. Pero si todo falla, hay que estar dispuesto a intervenir también con los recursos necesarios a nivel militar.
El objetivo fundamental debe ser la prevención, y para ello también es esencial que los criminales no se salgan con la suya, dando el ejemplo a seguir a otros dispuestos a convertir sus países o sus territorios de conquista en fosas comunes para el que se oponga a sus planes o simplemente resulte molesto porque es distinto de raza o religión o costumbres. Si dejamos que triunfen los bárbaros, la barbarie se extenderá, como ya lo está haciendo, por todos los rincones del globo.
Falta mucho por hacer hasta que veamos un ejército mundial de los derechos humanos,. reemplazando a las deficientes fuerzas de paz de la ONU. Habrá errores e intervenciones discutibles, como,Haití o Somalia, con incoherencias y contradicciones, cuando no objetivos poco claros (Operación Turquesa en Ruanda). Pero el camino se ha inicia do y no tiene marcha atrás. En vez de quedarnos en la cuneta, los humanitarios y los que se sienten concernidos por la humanidad debemos más bien liderar el proceso y denunciar las desviaciones, que serán abundantes. Porque millones de seres humanos esperan que la justicia más elemental, el derecho a la vida, no les sea negado porque nacieron al otro lado de la frontera.
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