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42 FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Sigue la atonía en los filmes de la selección oficial

Las retrospectivas se han convertido en el plato fuerte de la programación

Cuando esta 42ª edición del festival donostiarra ha cubierto ya la mitad de su andadura, la selección oficial a concurso sigue con la atonía que la caracteriza desde el principio. Si se exceptúan las dos películas M domingo, la española Días contados y la canadiense Mi amiga Max, resultará bien difícil a los miembros del jurado dilucidar méritos entre películas tan discretas, tan modestas, como las hasta ahora vistas. No son ninguna excepción las películas que se proyectaron ayer, la norteamericana The beans of Egypt, Maine, de Jennifer Warren, y Wiederkehr, de Silvana Abbrescia-Roth.

Por lo visto, en la mayor parte de los grandes festivales internacionales, Venecia el último, la cosecha de 1994 difícilmente pasará a los anales de la historia del cine por los altos valores de sus productos. No es culpa, ciertamente, del comité de selección donostiarra el no haber podido programar películas de mayor enjundia, habida cuenta de la escasez y de la peculiar situación del certamen vasco en el concierto internacional, con fechas casi al final de la temporada. Por lo que llevamos visto la opción ha sido el buscar filmes discretos, evitar con cuidado la película chirriante que tanto abundó en la anterior etapa de Rudi Barnett , y ampliar aún más las retrospectivas, convertidas, un año más, en el plato fuerte de toda la programación.Ciertamente, las cosas bien podrían cambiar si se confirman las expectativas a priori generadas por dos o tres de las películas que aún restan por concursar. Habrá que verlo pero, de momento, hay que consignar que las dos películas de ayer no se apartan ni un ápice de lo que ha venido siendo norma hasta la fecha: discretas películas que no son buenas ni malas, sino todo lo contrario. The Beans of Egypt, Maine es un filme independiente americano producido a partir de la aportación de la American Playhouse y de ciertas fundaciones privadas, lo que en principio suponía la garantía de un producto final con intenciones artísticas, a pesar de que en su elenco figurasen actores que ya han dado el salto desde los márgenes hasta el corazón del sistema, como Martha Plimpton y Kelly Lynch, además de un veterano frecuentador de las pantallas comerciales como Rutger Hauer.

Basada en la novela de Carolyn Chute, The Beans supone el debú en la dirección de la ocasional actriz Jennifer Warren, a quien aún se recuerda por su réplica mordaz a Gene Hacknian en la espléndida película de Arthur Penn La noche se mueve. Narrada con el recurso de una voz el off omnipresente, la película documenta la dura vida de los Bean, una familia de proverbial promiscuidad que malvive, pobre como una rata, en un pueblecito maderero de Maine.

Muchas son las intenciones de la película, entre las que destaca, sobre todo, un discurso sobre el carácter de todo proceso educativo como racionalización de los instintos violentos. Pero su modestia formal y su pulcro academicismo, unidos a un guión que recurre al fácil recurso de ordenar sin más uno tras otro diferentes momentos de la Vida de la protagonista, en lugar del empleo de fórmulas narrativas más complejas, dejan al filme un poco en sordina, un aislado retablo de gente humilde con problemas poco extrapolables.

Tampoco es la ambición formal la característica más destacada de Wiederkehr, el filme de la ¡talo-alemana Silvana Abbrescia-Rath. El punto de partida es apasionante: una reflexión pausada sobre el significado de la unificación alemana, centrado en la vuelta a Berlín, 30 años después de su partida, de una mujer que se reencontrará allí con un antiguo amante. En la confrontación entre pasado y presente, con el telón de fondo de las distintas actitudes de ambos respecto a la guerra de Argelia y, en general, al comunismo. Abbrescia Rath plantea algunas de las discusiones que agitan, hoy por. hoy, a la intelectualidad alemana. Pero su filme, de una gelidez notable, aporta muy poco a la concreción de los personajes, que se comportan como rígidos y muy poco funcionales recipientes para vehicular las, por otro lado, interesantes opiniones de la directora, jamás como criaturas con vida propia.

En otro orden de cosas, la sección Zabaltegi tuvo ayer el dudoso honor de cobijar el último regüeldo del también último imitador de Quentin Tarantino, a este paso, el director más precozmente copiado -y mal- de toda la historia del cine. El engendro se llama Killing Zoe, el que lo perpetró responde por Roger Avary y lo mejor que se puede decir de su película es que se trata de puro celuloide impresionado, y nada más. Mal fotografiada, montada como si de una exposición de fragmentos se tratara y definitivamente enloquecida, se supone que debernos, creer la alucinación drogadicta que experimentan sus protagonistas, a cuyo lado el salvaje Hervey Keitel de Bad Lieutenant es casi un inocente seminarista. Monumento a la vacuidad disfrazada de acción, tal vez vehículo para el exorcismo de alguna oscura tara personal, Killing Zoe que viene de concursar en varios festivales y de ganar el de cine policiaco de Cattolica, en Italia, es un desenfrenado monumento a la compulsión violenta al cual el propio Tarantino ha arropado con su nombre, ejerciendo como productor ejecutivo. Allá él, pero a estas alturas hay que afirmar ya que la Quentinitis es una enfermedad sumamente contagiosa, casi tanto como aquella Godarditis que agitó el cine europeo de los primeros setenta, de la que aún estamos reponiéndonos.

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