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Crítica:POP
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Con cuatro reyes

Era noche para faena de torero y alternativa de joven valor. Así que la cosa comenzó con el primero introduciendo ante el res petable a un desconocido con toda la pinta de dejar de serlo en breve, el joven cantautor canario Pedro Manuel Guerra. Este in térprete ofreció media hora de composiciones propias, entre las que se incluía el popular Contaminame, grabado por Ana Belén y que le ha valido a Pedro su en trada en la familia. Pedro Guerra -lástima de apellido- mostró en ese corto espacio de tiempo que es un auténtico profesional en lo de ordenar las palabras hasta extraerles su jugo poético, fabricando así cantables pletóricos de pasión, ternura y melancolía urbana.Su voz, con ese suave deje de muyayo canario, es ideal para, aplacar soledades. Ahora bien, le falta aún algo de definición musical que haga su proyecto más impactante y que su modo de pisar el escenario sea más sólido. Al público, de cualquier modo, le encantó.

Joaquín Sabina

Joaquín Sabina (acústica y voz),Pancho Varona (guitarra), J. A. Romero (guitarra), Antonio G. De Diego (guitarra), Quique Perdomo (saxo), Paco Bastante (bajo), Óscar Quesada (batería), Olga Román (coros). Plaza de toros de las Ventas. 2.000 pesetas. Miércoles 7 de septiembre.

Sabina tocando en Madrid es como una partida de mus, en la que uno de los jugadores -él enseña sus cuatro reyes, echa un órdago y el otro -el público- va y acepta.

Los cuatro reyes de Sabina son en realidad una animalada de banda, una puesta en escena a lo grande y un sonido potente, aunque poco claro al principio. Con respecto al grupo que lo acompañaba, entre Romero, García de Diego y Varona suman lo menos trescientos dedos y más de mil subidas y bajadas de mástil. Son ciertamente virgueros, vaya. Olga Román canta como los ángeles en domingo y Quesada y Bastante forman un tándem rítimico importante.

Carisma

Joaquín Sabina pone lo demás. Carisma, elegancia, su especial voz y la seguridad del maestro que sabe que tiene la plaza a sus pies. Bueno, también grandes canciones. Algunos himnos, aunque a él no le guste un pelo reconocerlo, y muchos sentimientos compartidos con una masiva audiencia que vive pendiente de sus labios desde hace tiempo. Se podría decir que Sabina, para ser como Serrat, sólo le falta grabar un disco como Mediterráneo; y eso que las canciones de su último álbum, Esta boca es mía, funcionan igual de bien, en directo, que las antiguas.Tal vez el único enemigo que se esconda en las sombras sea el llamado abuso de perfección, que puede hacer que un espectáculo de más de dos horas se enfríe por fases y aparezca un tanto cuadriculado. Como de especial televisivo. Por lo demás, Sabina no tiene nada que temer. Siempre llega a esta partida de mus con cuatro reyes.

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