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Vuelve a las pantallas la leyenda del OK Corral

Lawrence Kasdan recupera en 'Wyatt Earp' una fuente de decenas de fihnes del Oeste

La figura, adulterada por el folclor fronterizo finisecular de EEUU, del pistolero, jugador, atracador y policía Wyatt Earp, autor con su banda de un sangriento Arreglo de cuentas contra el grupo de salteadores del cuatrero lke Clanton ocurrido en Tombstone, Arizona, el 26 de octubre de 1881, fue abordada directa o indirectamente por el cine en una veintena de filmes. Ahora, apoyados por la demanda de westerns derivada del inagotable poder de fascinación de los mitos de Oeste y del éxito de Sin perdón y Bailando con lobos, Lawrence Kasdan (director y guionista) y Kevin Costner (productor y protagonista) buscan en Wyatt Earp una síntesis de más de tres horas de esta mina imaginaria.

La adopción por el cine de esta leyenda fronteriza comenzó en la segunda década del siglo, durante la época de los primeros westerns mudos, algunos supervisados por el propio Wyatt Earp, que acabó su quebrado y tormentoso itinerario por la áspera piel del Oeste, desde su Misuri natal a California, precisamente en Hollywood, donde ganó sus últimos salarios -murió a los 80 años, en San Francisco, en 1919- por asesorar a pioneros del western sobre el fondo histórico de sus ficciones.Hay sobradas razones para suponer que las informaciones que Earp proporcionó a guionistas y directores de westerns tenían poco de verídicas, sobre todo cuando se referían a sí mismo. Su folletón autobiográfico escrito en 1888 es considerado por los historiadores de la Frontera como un divertido, por increíble, ejercicio de autobombo, en el que es difícil encontrar una afirmación contrastable. Es célebre su autoatribución de la captura de un tal Ben Thompson, pistolero de mala muerte que asesinó al sheriff de Hays City en 1873, año en que Earp no pisó los alrededores de esa ciudad ganadera, de la que había salido por pies meses antes, perseguido por haber jugado con cartas marcadas una partida de póquer.

Mortal batida

A esto se añade que, 10 años después de su muerte, en 1929, Stuart N.Lake publicó Wyatt Earp, frontier marshal, biografía que ensanchó las falsedades escritas por Earp y acumuló como ciertas las leyendas orales sobre sus hazañas, inventadas por él o emanadas del mundo de la Frontera, plagado de mitos destinados a combatir el tedio de aquella mísera forma de vida, como los que generó el reguero de pólvora del brutal suceso de OK Corral.Muchas de estas patrañas tienen un origen preciso: los reportajes de un socio de Earp, compañero de fechorías y encubridor, llamado John P. Clum, que era editor de The Epitaph, uno de los dos periódicos de Tornsbtone en la época -mediados los años setenta- en que los hermanos Earp y sus familias se trasladaron de Dodge City a esta ciudad y donde, tras una intrincada campaña, logró que le nombraran no marshal -como él afirma- de la ciudad, sino deputy (ayudante) del verdadero marshal, un tipo llamado John Behan. Como tal ayudante, Earp encabezó la mortal batida que acabó con la banda Clanton y desencadenó la leyenda.

La matanza del OK Corral no fue un arresto de defensores de la ley a una pandilla de forajidos, sino un arreglo de cuentas entre dos bandas de outlaws, una de ellas, la de.Earp, disfrazada detrás de la placa de plata de la ley. Los orígenes del suceso, en el que murieron tres Clanton y fueron heridos dos Earp, se remonta a unos meses atrás, al atraco y robo de la diligencia de Contention, en la que murió de un tiro por la espalda el escolta del carruaje y en la que intervinieron en connivencia cuatro forajidos: tres de la banda Clanton y uno de la de Earp, un complejo individuo llamado John Holliday, verdadero irradiador de la fascinación que arrastra el mito y que rompe el monstruoso prosaísmo del suceso, elevándolo a leyenda.

Holliday, que se hacía llamar Doc sin ser médico, era un dentista de Georgia, al que los médicos de su tierra le aconsejaron, tras diagnosticarle una tuberculosis galopante, que emigrara a territorios más secos que el suyo como única forma de- aplazar su muerte. Fue así como este extraño y atormentado hombre se adentró en las praderas del oeste del Misisipí y alcanzó notoriedad por su rara presencia, su aureola de tahur frío combinada con su fama de pistolero compulsivo, con picor en su veloz dedo de apretar el gatillo: un alcohólico desquiciado, tempestuoso y de temeridad suicida.

Vagabundeó Holliday durante años en Tejas y Arizona, y acabó instalando su tenderete de jugador y pistolero en Dodge City cuando era allí deputy marshal Wyatt Earp, antes de ser desbancado del cargo por los hermanos Ed y Bat Masterson y se fuera a Tombstone para optar al mismo cargo allí. En Dodge, Wyatt conoció a Doc y lo enroló en su grupo de sheriffs delincuentes. Y un loco solitario, minado por la muerte, se incrustó en una piña familiar -Morgan, James, Virgil y Wyatt- poblada por la ambición y hasta entonces impenetrable. El precipitado de este encuentro fue explosivo y condujo a las empalizadas del OK Corral y, de allí, tras las vendettas posteriores a la matanza, a la leyenda, que brotó de la muerte de Holliday en un hospital para indigentes de Colorado.

Fue Holliday el préstamo que Earp hizo a Clanton para asaltar la diligencia de Contention y, dadas las características del sujeto, el autor del asesinato a sangre fría del escolta. Algunos Clanton -el jefe Ike, su hermano menor, Billy, y un miembro de la familia asociada MacLaury- creyeron tener atrapada a la banda rival, y en la mente práctica de la piña familiar Earp, estimulada por la temeridad de Holliday, brotó la deducción: aniquilar a los extorsionistas, que con su amenaza de delación podían acabar con la carrera policial de los Earp, desde la que podían delinquir impunemente, pues ellos eran los encargados de perseguir los delitos que cometían.

Este es el nudo del embrollo. La veintena de filmes que lo abordan, la mayoría olvidados, dieron paso a dos inolvidables obras maestras: Pasión de los fuertes, de John Ford (1946), y Duelo de titanes, de John Sturges (1956). Fue la cristalización del rastrero mito fronterizo y su elevación a poema trágico. La imagen tosca e insignificante de Wyatt fue sustituida por las portentosas recreaciones que de él hicieron Henry Fonda y Burt Lancaster. Y de los rasgos flacos, angulosos, y de los ojos penetrantes y enigmáticos que saltan del papel de las fotografías que se conservan de John Holliday surgieron las composiciones de Victor Mature, Kirk Douglas, y ahora, a la altura de estos gigantes, de Dennis Quaid en este, por ahora, último filme de saga.

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