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La Iglesia debe aprender a competir en una situación de libre mercado, dicen los sociólogos

La democracia pone a la institución religiosa en bretes importantes, según los expertos

Campsa ha perdido el monopolio de las gasolinas y Telefónica el de las comunicaciones. Con la democracia, la Iglesia católica también ha dejado de ser la depositaria de la fe de todos los españoles, y ahora, de acuerdo con los sociólogos de la religión, debe aprender a convivir en una situación de libre mercado. Ya no tiene, a juicio de los estudiosos, el monopolio de la ética, la ideología o los símbolos. Vende, como otras instituciones, un producto más en el mercado de los valores, y debe actuar, como dicen que ya lo intenta en la esfera internacional, como una multinacional.

La cuestión ha sido planteada en e marco del seminario Religión y política en el mundo contemporáneo, que dirige el sociólogo Salvador Giner, en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en Santander. Rafael Díaz Salazar, profesor de Sociología de la Religión de la Universidad Complutense, abrió el fuego: "¿Puede la democracia colocar en situación terminal a la Iglesia católica?" se preguntó. La democracia, al menos ahora, dijo, coloca a la institución eclesial en bretes importantes, como pasó durante los Gobiernos de UCD, con la aprobación de la ley del divorcio, o ahora, en el debate de los supuestos despenalizadores del aborto. "Son nuevas dimensiones culturales, y ahí es cuando las verdades del catolicismo entran en una situación de mercado", dice Díaz Salazar.Si la Iglesia, estableciendo una analogía, era como una empresa franquista y gozaba del sistema proteccionista de un Estado confesional durante la dictadura, ahora debe competir por encontrar un lugar bajo el sol y adquirir una dimensión pública en la sociedad civil, criterios que comparte Díaz Salazar con José Vicente Casanova, profesor de Sociología de la Newschool for Social Research de Nueva York. Y en esta competitividad, apunta Díaz Salazar, la Iglesia ha de luchar para no perder el monopolio de la ética, la ideología o los símbolos. El problema, dice, "es que no está preparada para moverse en una situación de libre mercado porque no está habituada a vivir en democracia, aunque en España luchó por ella y por conseguir un pluralismo político". Y en este acomodamiento, aventura Casanova, la Iglesia católica se juega su futuro, "porque el modelo de monopolio, o de Estado confesional, se ha acabado".

Y ya existen algunos elementos de la lucha por el mercado en el escenario internacional. Ahora, dice Casanova, un aragonés afincado en Estados Unidos, la Iglesia comienza a actuar "como un movimiento transnacional católico" que entra en los foros internacionales para proclamar machaconamente su doctrina, como ocurre ahora ante la próxima cumbre sobre Planificación y desarrollo, que se celebrará en septiembre en El Cairo (Egipto). Y el estandarte de esta nueva cruzada es el cardenal Alfonso López Trujillo, prefecto de la Congregación Pontificia para la Familia.

A este nivel, sentencia Casanova, la Iglesia católica tiene futuro. Un futuro que pasa "por funcionar cómo una empresa multinacional que intenta participar de los problemas globales e incidir de esta forma en la construcción de un nuevo orden político, moral y social".

Para Fernando Velasco, profesor de Pensamiento Político, sólo existe un problema, a su juicio crucial: cambian las formas, pero no el fondo. La Iglesia católica, según su criterio, intenta competir en democracia, pero con los mismos fundamentos teológicos, "que se basan en la ley del eclesiasticismo oficial y no dan para planteamientos democráticos".

Es la teoría del supermercado y el yogur, que expone con respeto Díaz Salazar: "La Iglesia dice que tiene el monopolio del mercado único". "Tú no puedes decir que el yogur auténtico es el tuyo y que el resto de yogures son perversos".

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