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La estatua amputada

Antonio Muñoz Molina

Nadie contuvo a los bárbaros beodos que en la noche, ya de por sí temible, del sábado al domingo tomaron por asalto la breve isla circular sobre la que se aposenta el carro neoclásico de la diosa Cibeles y destrozaron los jardines, arrancaron los caños de la fuente, los cables eléctricos y los, focos y, por fin, en una simpática muestra de entusiasmo y espontaneidad popular, le arrebataron el brazo izquierdo a la estatua, dejándola al amanecer amputada y rodeada de basuras. La policía municipal, asegura un periódico, no tuvo necesidad de intervenir en ningún momento. La policía municipal de la capital del país no consideró que en la sana alegría de aquellos aficionados al fútbol que celebraban la victoria de la patria hubiera nada excesivamente reprobable, y el alcalde, practicando un bondadosismo paternal como de estatua de Botero, les recomienda que de ahora en adelante contengan su entusiasmo.En toda victoria hay siempre algo aterrador, pero si a cada partido del mundial que gane bravíamente la selección española ya a ser asaltada una estatua del centro de Madrid al final del campeonato la ciudad será como Constantinopla en tiempos de los motines de los iconoclastas, y es posible que las autoridades acaben enfadándose, como esos padres pacientes que aguantan con su mejor sonrisa las gamberradas de sus hijos pero que llegado un cierto punto no tienen más remedio que aplicarles un correctivo, o que llevarlos al psicólogo. Arrasar un jardín y amputar una figura de mármol ya se ve que no son motivos para que la policía intervenga: ¿será preciso, para que lo haga, que los vehementes hinchas, en un arrebato de gozo, vuelquen el caballo de Felipe III en la Plaza Mayor o derriben de su pedestal ante el museo del Prado a don Diego Velázquez?

Uno de los enigmas, no ya de la ciudad de Madrid sino de la propia vida española, es la impunidad y aún el prestigio del vandalismo y de los malos modos, así como la exquisita consideración que suelen merecer los canallas. El otro día, durante el juicio a un individuo acusado de violar a una niña y de asesinarla luego con seis puñaladas, el fiscal declaró que no se apreciaban signos de ensañamiento en los actos del acusado. Mira uno los periódicos y camina por la calle y en todas partes hay como una embotada indulgencia hacia la crueldad, una mezcla de claudicación y de miopía, de desgana y de halago: la policía no apreció tampoco signos de ensañamiento en quienes asolaban la Cibeles.

En otros tiempos, el espectáculo de barbarie que se vio la otra noche en Madrid habría reafirinado a los antifranquistas puritanos en su convicción de que el fútbol era una maquinaria al servicio del embrutecimiento colectivo: cada primero de mayo la televisión en blanco y negro transmitía corridas de todos y partidos de fútbol, y los dolientes herederos de la izquierda ilustrada comparaban aquello con el panem et circenses de Roma y suponían tristemente que la obsesión por las quinielas de 14 era más útil para la dictadura que el miedo a la brigada políticosocial.

Ahora se diría que el embrutecimiento colectivo no le parece mal a casi nadie, al menos a casi nadie que tenga un cargo político: uno de los sinónimos actuales de la palabra embrutecimiento es cultura popular. En cada ciudad española hay un barrio que se convierte en un infierno los fines de semana, y las autoridades mu nicipales, no sabe uno si corrup tas, además de incompetentes, hacen como que no se enteran de los incumplimientos de las nor mas que ellas mismas han dicta do ni de las protestas de los veci nos que aspiran reaccionaria mente a dormir por la noche y a que sus calles no amanezcan con vertidas en muladares de vómitos y cristales de botellas rotas.La agresividad, el ruido salvaje, la bronca ciega que yo veo los fines de semana en ciertos lugares de Granada o de Madrid no los he presenciado en las noches de ninguna otra ciudad europea. Me acuerdo de un sábado a medianoche, en las calles estrechas del barrio alto de Lisboa, iluminadas por los letreros rojos y azules de los bares, de cuyas puertas entornadas venían ráfagas de música, caminado entre grupos de gente que tomaba copas y conversaba con tranquila viveza. Para lo que uno viaja es para aprender sobre sí mismo y sobre su propio país, y en esa noche de Lisboa en lo que yo pensaba era en la aspereza y en la brutalidad de la juerga española, de las que sin embargo se sienten tan orgullosos los intelectuales de lo que podría denominarse izquierda lúdica y los concejales de las más diversas advocaciones políticas.

El alcalde de Madrid dice que no hábría estado bien reprimir a los hinchas que asaltaron la Cibeles. A un concejal de izquierda yo le oí explicar que se se controlaban los ruidos de las motos que convierten en un martirio cualquier paseo por Granada se estaría reprimiendo a los jóvenes, que bastante reprimidos están ya por el sistema. El Ayuntamiento de Madrid, muy preocupado por el consumo de alcohol entre los jóvenes, decide valientemente atajarlo, pero no en el difícil y molesto territorio de la realidad, sino en el mucho más llamativo de las campañas publicitarias: mientras tanto, y a pesar de que está prohibido vender alcohol a los menores y consumirlo en la calle, en el centro de Madrid cualquier tienda suministra a cualquier adolescente por muy poco dinero vinazos y licores in fectos que ellos beben a morro para: emborracharse cuanto an tes, y no he visto jamás que la po" licía munic ' ipal haga.siquiera con los vendedores ¡legales de alco hol ung de esos simulacros de re dada que hacen de tarde en tarde y tan cansinamente con los vendedores de drogas. Como parece. que los defensores de la ley n o ponen mucho interés en que ésta se cumpla ya han surgido bandas de justicieros espontáneos, y no falta mucho para que aparezca también algún cazador de recompensas: un periódico ofrece una de 500 mil pesetas a quien encuentre el brazo de la diosa Cibeles. Ya sé que la gloria futbolística conmueve más a las autoridades municipales que la salvaguarda de nuestro patrimonio monumental, pero yo, aun a riesgo de que se ponga en duda mi patriotismo, preferiría que la selección española no volviera a dar motivo para celebraciones tan rotundas.

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