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El color verde de la Casa Blanca

El giro radical en medio ambiente que prometieron Clinton y Al Gore apenas ha pasado de las intenciones a los hechos

Bill Clinton llegó a la Casa Blanca con la intención de hacerla más verde. La apuesta era obligatoria, por dos razones básicas: distanciarse de la despreocupación, cuando no el desprecio, de Reagan y Bush por el medio ambiente, y recompensar al amplio voto ecologista que le apoyó masivamente en las elecciones. Ahora, 500 días después, el balance es agridulce: se han tomado decisiones que suponen giros radicales respecto al pasado inmediato, pero muchas promesas electorales todavía están en el limbo o atascadas en el Congreso.

Clinton, gracias en buena medida al vicepresidente, Al Gore, conocido ecologista, ha asumido compromisos serios con los grupos que trabajan en favor de la naturaleza, pero su irresistible tendencia a repicar las campanas y estar en la procesión -en la procesión de la recuperación económica- ha facilitado las acusaciones de incumplimiento de promesas. Aun así, ecologistas y expertos mantienen un margen de confianza relativamente amplio.Cuando se le pregunta a la Casa Blanca por lo logrado en este año y medio, la respuesta resumida ocupa cinco densos folios y se abre sin ninguna modestia: "La Administración de Clinton está reinventando las fórmulas de protección del medio ambiente y de la salud con espíritu innovador, flexibilidad y justicia". Autobombo aparte, las nuevas políticas que tratan de corregir más de una década de dejadez nacional e internacional se han centrado en estos asuntos: biodiversidad, plaguicidas, zonas húmedas, bosques, control de población y calentamiento global.

La política de nombramientos -Bruce Babbit como secretario de Interior y Carol Browner al frente de la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA)- ha merecido el aplauso de grupos ecologistas y de expertos. La propuesta presupuestaria de 1995 para medio ambiente suscita diferentes lecturas. Para la Administración, los programas operativos de la EPA se incrementan en un 13%. Sin embargo, para la Fundación de Defensa del Medio Ambiente, el presupuesto global de la agencia se ha reducido en un 12%. El propósito de elevar la EPA a la categoría de departamento ministerial chocó el pasado 2 de febrero con la clara voluntad de la Cámara, en la que hay mayoría demócrata.

Bill Clinton trata a menudo de sortear las resistencias al cambio de los congresistas. Así, el 28 de septiembre del pasado año, el presidente llevó a los jardines de la Casa Blanca a los tres dirigentes de las grandes empresas del automóvil para anunciar un plan de investigaciones -con fondos públicos y privados- destinadas a conseguir dentro de 10 años un coche limpio que recorra el triple de distancia con la misma cantidad de gasolina.

El pasado febrero, en un arranque de pureza democrática, Clinton ordenó a todos los ministerios y ramas de la Administración que corrigieran las discriminaciones sociales y de clase en materia de contaminación: en el plazo de un año, cada agencia y departamento deberá tener su propia estrategia para evitar el "racismo medio ambiental" que hace que se utilice pintura con plomo en las viviendas protegidas, que tolera los vertederos de basura e incineradoras en las zonas más deprimidas, que no controla el efecto de los plaguicidas en los grupos marginados de población y que adjudica a las minorías raciales los cupos más altos de contaminación. Para dar ejemplo, una nueva ley prohíbe exportar los plaguicidas tóxicos prohibidos en EE UU; hasta ahora era habitual endosárselos a países del Tercer Mundo.

El coche limpio

Cabe la posibilidad de que las dos iniciativas -el coche limpio de alta eficacia energética y la justicia medioambiental- no salgan adelante tal y como están proyectadas o se pierdan en los vericuetos de la burocracia, pero demuestran una sensibilidad que no se recordaba en la Casa Blanca e ilustran adecuadamente la preocupación de Clinton por no despegarse de la industria y, a la vez, reconocer los votos que le llevaron a la presidencia.Hacia el exterior, Clinton quiso desde el primer momento presentar a EE UU como líder mundial del medio ambiente, pero una de las medidas con más repercusión internacional -la reducción de emisiones de gases contaminantes, como país que más contribuye al efecto invernadero- se recibió con división de opiniones. El objetivo del Plan de Acción sobre el Cambio Climático es reducir para el año 2000 las emisiones de dióxido de carbono y otros gases a los niveles de 1990, pero las 50 medidas anunciadas el pasado octubre son voluntarias casi en su totalidad para la industria. Eso explica las reacciones opuestas: "El plan es un primer paso adecuado", ha dicho Thomas Kuhn, presidente del Instituto Eléctrico Edison. "Lo que necesitamos son medidas duras para conseguir reducciones reales de gases", ha afirmado Dan Becker, portavoz de la prestigiosa organización Sierra Club.

La nueva cara internacional se completa con las firmas de los tratados de la biodiversidad y del comercio de especies en peligro, el significativo precedente de las sanciones comerciales contra Taiwan por su papel en la extinción de tigres y rinocerontes (sin embargo, no se ha hecho lo mismo con China), el acuerdo internacional para prohibir definitivamente los vertidos marinos de desechos radiactivos y el giro de 180 grados en la política de control demográfico, que ha chocado frontalmente con el Vaticano.

¿Cuál es el verdadero balance verde de la Casa Blanca? "Clinton quiere realmente hacer cambios que no sean sólo de cosmética", cree Jeff Fisher, profesor de la American University, que valora muy positivamente la firma del convenio sobre biodiversidad y los nombramientos; "pero la Casa Blanca no consigue dar la sensación de que tiene una política clara y coherente".

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