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Una exposición en Venecia evoca las conexiones entre depresión y arte

La muestra reúne obras de Tiziano, Durero, Munch y Hogarth

El mito de genio loco se pasea por nuestra cultura al menos desde que Aristóteles afirmó que todos los hombres excepcionales suelen estar afectos de "melancolía". Hoy, que la figura del creador artístico tiende más bien a confluir con la del científico, a través de una serie de procesos que implican desde el análisis de los lenguajes hasta las altas tecnologías, el Museo Correr de Venecia propone una exposición sobre el arte y la depresión. Casualmente, la muestra está patrocinada por una multinacional farmacéutica.No importa que haya pasado de moda el artista incomprendido, ni que haya remitido la aproximación psicoanalítica al arte, que llegó a ser obsesiva en los años setenta. El tema de la relación entre depresión y creación artística sigue siendo sugerente y atractivo.

Sesudos doctores que han contribuido a la organización del evento veneciano advierten, sin embargo, que el genio no llega a tal por deprimido, sino porque su otra mitad, la sana, logra seguir expresándose a través de una dura lucha con el caos, en la que no ha faltado el recurso histórico al alcohol, el opio y otras "sustancias".

Vacíos sentimentales

En esta nueva aventura, el historiador del arte, Achille Bonito Oliva, alma intelectual del evento, da ocasión para que se hable de nigromancia y alquimia, de nostalgias incolmables, de vacíos sentimentales, órdenes ficticios y pasiones inventadas para tratar de imitar una vida irremediablemente perdida, traicionándola hasta el suicidio, si llega el caso. Se habla también de cómo incluso esta negación máxima ha sido trivializada por alguna iconografía contemporánea; de hasta que un cierto surrealismo deriva esencialmente una reflexión melancólica sobre la geometría y la perspectiva; o del modo en que los retratistas del posrenacimiento consiguieron presentar a sus mecenas sin traicionar ni las aspiraciones sociales de éstos ni su. humilde naturaleza de personas.

Claro que ese discurso se desarrolla en el espacio anexo a la exposición que es el catálogo, mientras las frías salas del Museo Correr ofrecen al visitante un conjunto imposible de obras que aspira a unir Durero con Gilbert & George, Tiziano con Kounellis, Warhol o Fontana. Por toda guía hacia unas habitaciones que parecen hechas más para ocultar que para mostrar la obra, el profano encontrará alguna cita culta escrita en los muros y unos carteles brevemente explicativos de los cinco rótulos hospitalarios que ordenan el material: El alquimista, El ordenador, El traidor, El jugador y El constructor.

La melancolía de Albrecht Durero marca un comienzo puntual y claro en la habitación de El alquimista, con el universo moral de la manía depresiva. La mirada absorta del ángel de Durero y su mismo gesto melancólico, con la cabeza apoyada, reaparecen en el bellísimo Doble retrato atribuído a Giorgione y en el Estudiante enamorado de Mario Mafai. Pero éstos, como la Melancolía de Edvard Munch, pertertecen a la habitación de El constructor, por razones no precisadas. Un retrato de Tiziano abre la sección de El traidor, que incluye un autorretrato de Egon Shiele y la serie completa de dibujos titulada Jean l'Oisseleur, obra autobiográfica de un Cocteau en vena psicodélica.

Los ocho grabados de The Rake's Progress, de William Hogarth, y un gran Headache de Gilbert & George comparten la habitación de El jugador. En la de El constructor, se enfrentan una Pietá del Bramantino y una especie de igloo semicerrado, hecho con piedras planas. La mayoría de las obras proceden de Venecia o su entorno. La muestra deja una profunda sensación de experiencia gratuita.

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