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Una coronel emocional

Rosa Montero

La coronel norteamericana Margarethe Cammermeyer tiene un apellido que suena a nombre de queso y una tendencia emocional al lesbianismo que provocó su expulsión del Ejército en 1992, aunque ahora un juez ha obligado al Pentágono a readmitirla.La coronel Margarethe Cammermeyer debe de tener también una pasión por lo marcial para mí incomprensible, pero desde luego respetable: allá cada cual con sus manías. Llevaba 26 años de servicio en las Fuerzas Armadas y había sido condecorada con la Estrella de Bronce tras dirigir un hospital de guerra en Vietnam: o sea, que era un pedazo de militar en toda la regla. Margarethe tiene ahora 52 años: imaginen toda la mili (y nunca mejor dicho) que ha debido de tragarse esa criatura para construirse una buena carrera en un medio tan machista como es el del Ejército norteamericano. Porque hoy la situación es todavía, al parecer, muy discriminatoria, pero hace veinte años, cuando nuestra Margarethe empezó a marcar el paso, debía de ser mucho peor. Ella ha sido una pionera en la milicia; pero seguramente nunca deseó ser también una pionera en la lucha contra el Ejército. No hay más que verle la carita para advertir que las Fuerzas Armadas son su sueño, su mundo. Y ese porte que luce, tan hecho para vestir el uniforme. En su última rueda de prensa, por ejemplo, se la ve ataviada de civil; pero sus ropas tienen tanta farfolla cromática y un corte tan aguerrido que se diría que Margarethe va de camuflaje y que acaba de salir de las selvas birmanas.

Y es que hace falta amar mucho al Ejército y confiar mucho en él, hace falta ser una militarota irrecuperable para contestar con tanta candidez ese cuestionario inadmisible (afortunadamente derogado por Clinto), en el que se le interrogaba por sus tendencias sexuales: "Tengo una inclinación lesbiana, de naturaleza emocional, que no implica actividad sexual". Una frase muy modosa y quizá incluso algo patética. Puede que me equivoque, pero cabría pensar que Margarethe reprimía su propia sexualidad y que, al contestar así, creía ofrecer un ejemplo de disciplina y rigor ortodoxo a su padre el Ejército. En tal caso, no le sirvió de nada su sacrificio: los abismos a los que llega la homofobia son insondables.No termino de comprender qué es eso que tanto temen los que temen a los gays. ¿Piensan tal vez que son seres desordenados incapaces de gobernar sus tórridas pasiones y que, por tanto, van abalanzándose violentamente sobre cuanto prójimo se les ponga a tiro? Vista la multitud de denuncias que se están dando últimamente por parte de mujeres militares estadounidenses contra sus colegas masculinos por maltrato y abuso sexual de todo tipo, más le valdría al Pentágono concentrar sus esfuerzos en controlar a todos esos varones de tendencias emocionales irreprochablemente heterosexuales, violadores en potencia, zopencos muy hombrecitos. El mundo sigue siendo aún muy sexista y los ejércitos son unas instituciones claramente machistas, con toda esa chundarata seudoviril en la que se sustentan. Será por eso, por esa masculinidad mentirosa e imposible de cumplir que proclaman, por lo que son un medio tan homofóbico: ya se sabe que no hay como dudar de la propia sexualidad para que te aterre el espejo de la diferencia.

Sea como fuere, el caso de Margarethe tiene un final feliz. Ha demostrado una vez más que los creyentes traicionados en su credulidad suelen ser especialmente fogosos en la lucha por sus principios y ha conseguido hacer historia, agrandando el marco de libertades. Y quién sabe, a lo mejor nuestra coronal hasta ha pasado en su intimidad de lo puramente emocional a lo activo y concreto. Porque no hay como atacar las grandes contradicciones para afrontar las chicas.

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