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La página sin par

Una de estas lluviosas mañanas de mayo, criminales para el destino de las cerezas y aún peores para hacerse ilusiones con las europeas, irrumpía ' en un pueblo verato, entre hacendosos escarceos y música de pasodoble, el pregón pintoresco de un vendedor callejero, motorizado y con altavoces: "¡Cómpreme una. pollita, señora! Las traigo ponedoras o a punto de poner. Tengo la negra castellana y también la rubiales japonesa. Cómpreme una y yo le dejo que acaricie a la otra. Pero sea previsora, señora: que no le falten huevos, fresquitos y al alcance de la mano...". En aquel mismo instante, más de puro milagro que por azar fangoso, estaba yo leyendo unos versos en la habitación de un hostal. No menos atrevidos en la forma que en el fondo el pregón, formaban ellos parte de un poema que escribió Harold P. Furth, físico de profesión, tras escuchar a Edward Teller en una apasionante conferencia sobre la antimateria. Y, de entrada, afinaban así: "Allí do ya la ionosfera acaba/ existe una región feroz y seria/ donde, en una fracción.de antimateriaj el doctor Anti-Teller pemoctaba".No sin cierta humildad, vi entonces en la ruda coincidencia de expresiones tan distanciadas lo paralelo y obvio del caso: cualquier pollero con pico de oro aspira a ser entrevistado por Nieves Herrero, mientras que la poesía realista tiene sumo interés en aceptar, de cuando en cuando, una coartada científica. Cara y cruz, pues, de una misma insatisfacción ante eso (ambulante o cíclico) que a los interesados, polleros o poetas con los pies en la tierra, les parece que nunca acaba de cuajar del todo. Y hasta tendrán razón. Pero lo cierto es que la otra mañana, nada más alejarse el vendedor, regresé -a la lectura del volumen donde figura el poema mencionado. Se trata de Interacciones, de Sheldon L. Glashow, premio Nobel de Física en 1979, editado en Espafia por Tusquets. Y ' al llegar al término, de madrugada (después de los amenos claroscuros que nos brindan los átomos), se me ocurrió pensar en la corpórea raridad que a algunos pobres libros de repente les toca en suerte.Sé que el tema es trivial para otras épocas del año, mas no al amparo de la Feria del Libro. Tomemos como ejemplo el volumen citado: Interac¿iones. De él se nos dirá por escrito -junto a título, nombre del autor, editorial, lugar y año de edición, acaso precio- que tiene 397 páginas. 0 sea, que entra en el apartado fantasmagórico de esos libros que, como ciertas islas, poseen una belleza sin par. Y resulta en verdad asombroso que ese dato puñetero, a todasluces falso, esté condenado a colarse en la zona más objetiva o neutra de una reseña: su ficha bibliográfica. Sin embargo, le hemos dado carácter de naturalidad. Aunque bastaría con hojear ellibro que traemos entre manos para comprobar al instante que tiene, en realidad, 400 páginas. ¿Por qué esa amputación? Porque la paginación marcada termina un poco antes del auténtico final. Nadie se pone, en cambio, a descontar las páginas preliminares, que tampoco están numeradas, ni las que pueden permanecer vírgenes entre capítulo y capítulo. No. Lo fácil es atenerse al dato de lo que allí la foliación confiesa. ¡También son ganas de terminar!

De esta forma, lo irreal ha ido adquiriendo volumen. Aunque todo quisque sabe que una página sólo puede existir sobre la otra plancha de la hoja (sea ésta de árbol o de afeitar, de lata o de tocino), la cosa es que surgen extravagantes libros que se empecinan en ignorar que hay recto y verso, haz y envés, pecho y espalda. Son víctimas de un agujero blanquinegro- loco non citato. ¿Pero costaríamucho devolverle a lo impar lo par? No se pide contar a destajo, adentrarse en la cortesía, pero sí al menos redondear en el acto cuanto repugna en lógica, atreverse a volver la página, aceptar que también una hoja tiene su cara y su cruz.

No en balde el escritor Julián Ríos, como contrapartida vengativa, ni en las pastelerías utiliza la imprecisión. Que eso fuera pedir, como tantos, una docena de milhojas, cuando él puede exigir- lo justo: "¡Déme docemil hojas!".

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