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Entrevista:

"La matanza de niños en Brasil es un espejo para el mundo"

Director a sus 37 años de Folha de Sáo Paulo en Brasilia y candidato al Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 1994., es autor -con la fotógrafa Paula Simas- de Los niños de la calle en Brasil, que hoy se presenta en España (Editorial Fundamentos /Asociación Pro Derechos Humanos de España). Dimenstein es de esos periodistas con tripas, capaz de pedir una licencia en Folha de Sáo Paulo en 1989 al comprender que tenía que investigar un tema prácticamente tabú hasta entonces: las brutales condiciones de vida y muerte de millones de menores abandonados en las calles de su país.

Pregunta. Usted tituló su libro La guerra de los niños. Parece que es muy desigual.

Respuesta. Hay una matanza por todas las ciudades del país, cometida por grupos de exterminio, que matan al menos a un niño cada día. Pero eso es solamente lo más llamativo. Lo peor, a mi juicio, es que se trata, más que de una guerra, de un proceso sistemático de aniquilamiento: a los niños se les tortura, se les aterroriza, se les prostituye.

P.¿Cuántos niños están amenazados?

R.No hay posibilidad de estadísticas. Es segura la existencia de cementerios clandestinos. Además, de cada cuatro asesinatos, el aparato oficial del Instituto Médico Legal reconoce una minoría. Pero habrá al menos siete millones de niños de la calle.

P.¿Quién aprieta el gatillo, quién carga el arma?

R.Viajé meses por Río, Sáo Paulo, Brasilia, Amazonia, el Nordeste... y pude constatar que los niños viven en un laberinto donde confluyen delincuentes, grupos de exterminio y policías, pagados por narcotraficantes y por comerciantes. Hay un apoyo popular contra los niños: todo niño en la calle es sospechoso y puede ser abatido como futuro delincuente.. Cuando el pasado julio unos policías asesinaron a ocho críos en pleno centro de Río, en la Candelária, hubo detenciones y muchas buenas palabras públicas. Pero escarbabas un poco y veías que ese tipo de acción. goza de la simpatía de mucha gente. No es una guerra de ricos contra Pobres; es peor: una guerra del pobre contra el más pobre.

P. ¿La miseria galopante lo explica?

R. Más bien la marginalidad. Toda la estructura familiar de grandes capas de la población ha saltado hecha añicos. Brasil tiene un altísimo índice de mortalidad infantil y uno bajísimo de educación. Y se sueña con corredores de Fórmula 1, es decir con el sumum de la irrealidad. Pero la droga es un factor clave. Miseria hay en África, y no sucede lo que la marginalidad, la exclusión provocan en Brasil. Cuando una cría te dice: "¿No sería posible que yo volviera a nacer?", comprendes toda la terrible soledad de esa condena.

P. La marginalidad existe en toda Latinoamérica, en Estados Unidos, en Europa. ¿Brasil es una profecía?

R. Es un espejo para el mundo. Para mí la droga es el hilo conductor de lo que sucede en mi país, en Colombia, en Estados Unidos, en el sur de Italia... De hecho, en los núcleos marginales de Estados Unidos, las expresiones que se emplean son literalmente las mismas que en Brasil. Temo, por supuesto, que Brasil se vuelva inhabitable, que evolucione hacia los nexos de droga y violencia de ciertas zonas de Colombia.

P. Usted es también autor de Meninas da noite, un reportaje sobre la ruta de las niñas esclavas en la Amazonia. ¿En qué sentido es diferente la suerte de niños y niñas en Brasil?

R.La inmensa mayoría de los asesinados son niños. A las niñas se las prostituye. Esas aglomeraciones burde les, cuya existencia se conoce ,pero no se erradica, son el auténtico retrato de la cobardía social. Eso, y la naciente in dustria en Brasil del opornoturismo, para disfrute de esta dounidenses y europeos.

P. Los políticos, ¿qué dicen?

R. Lula habla de educacion para todos, Cardoso de la prioridad de la educación. ¿Para ganar votos en las presidenciales? Quizá. Pero me Parece positivo. Y ha habido ya policías y exterminadores juzgados: pocos, pero los ha habido.Cuando algunos empezamos a hablar del tema, los derechos humanos sólo se entendían como algo de la esfera política. Ahora ya se ven como necesidad civil, real. Y eso es una cuestión no sólo brasileña, sino mundial.

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