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47º FESTIVAL DE CINE DE CANNES

El centenario de Jean Renoir se celebra con tres películas bajo mínimos profesionales.

El genio universal del cine francés reaparece en una película del iraní Kiarostami

Jean Renoir, una de las cumbres del cine, o nació en mayo sino en septiembre de 1894, pero aquí se han adelantado a las celebraciones de su centenario y ofrecen, además de todas sus películas sonoras, una parodia de beatificación que aquel hombre agnóstico hubiera aceptado sólo en forma de películas herederas de su magisterio. Si se exceptúa A través de los olivos, del iraní Abbas Kiarostami, rodean a esta canonización de Renoir una película francesa y dos italianas que cuestionan la honestidad de los programadores de Cannes 94.

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El estilo de Renoir, capaz de reducir a total estado de sencillez los comportamientos y las situaciones más complejas; y de extraer poesía y pasión de una aparentemente fría mirada documental de la cámara a la vida tal como discurre, sólo se ha visto aquí en algunos maravillosos momentos de A través de los olivos, una película cercana al espíritu de Renoir que llega del Irán, de la vida de los campesinos supervivientes del terremoto que hace unos años asoló una de las zonas más pobres de este pobre país.Su creador se llama Kiarostami y su nombre no dirá nada a quienes, como los españoles, no hemos visto ninguna de sus obras. Sin embargo, aunque carezca de lugar en un mercado de películas que copan todas las de Hollywood a costa de cerrar la puerta a incontables obras de mayor altura que ellas, no deja de ser revelador que el lacónico y huraño Akira Kurosawa, que sólo habló una vez en su vida bien de un colega -el actor Toshiro Mifune, con quien no se dirige la palabra desde hace 30 años- no escatime ahora palabras para proclamar que el único cineasta vivo que le interesa es precisamente Kiarostami.

Viendo algunas escenas de A través de los olivos; se entiende que el genial octogenario Kurosawa conserve, como Renoir en sus últimos años, la frescura y clarividencia de la mirada de un niño. Es esta mirada insobornable y no contaminada lo que convierte al cine de Renoir, como al de Kiarostami, en único. Y es vergonzoso que aquí la evocación de la ingente obra de este cineasta coincida con la proyección casi clandestina de A través de los olivos, mientras las sesiones de gran audiencia estuvieron dedicadas a tres películas que ensucian la memoria de Renoir: Las putas, de Aurelio Grimaldi; Barnabo de las montañas, de Mario Brenta, ambas italianas, y la francesa Grosse fatigue, de Michel Blanc. Tres engendros de los de verlo y no creerlo: imposible peores.

Las putas es eso: sólo putas, un rosario de estampas seudodocumentales, torpes y amañadas, sobre los mugrientos ritos del sexo comprado en las aceras de los arrabales de Palermo. El engendro es tal que produce incredulidad su proyección y selección para este festival. Cosa que no ocurre con Barnabo, película-nembutal que tumba entre ronquidos al cinéfilo más empedernido y en la que asistimos a un ejercicio de conversión de un trepidante cuento de Dino Buzatti en un alarde de morosidad tan dispa7 ratado, que convierte a la lentitud de Michelangelo Ant onioni en la alegría de la huerta. Para muestra, un botón: hay una panorámica vertical sobre la esfera de un reloj, desde las doce a lasseis, que dura lo que dura el segundero en llegar abajo. Lo que algunos llaman cine moderno y es cine de nunca.

Y el postre: Grosse fatigue, que es un campeonato de autobombo y ombliguismo francés de tal magnitud, que ante él el superpatriotero Le Pen en un internacionalista desmelenado. La crema de la popularidad cinematográfica y televisiva francesa es vista allí en un auténtico éxtasis autocontemplativo, que, sólo rompe el gran Philipe No¡ret cuando dice: "El cine francés es una mierda", o algo parecido, lo que es una inmejorable definición de esta monumental aldeanada, con la que se conmemora aquí el siglo de Renoir, el más universal de los cineastas de Francia.

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