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El sabor torero

Fraile / C. Vázquez, Chamaco, J. Vázquez

Cinco toros de Fraile de Valdefresnos (uno, devuelto por inválido), bien presentados y armados, inválidos. 3º, sobrero de Antonio Pérez, chico, inválido. Curro Vázquez: estocada (oreja); pinchazo hondo bajo perdiendo la muleta y descabello (gran ovación y dos salidas al tercio). Chamaco: bajonazo (silencio); dos pinchazos y estocada (silencio). Javier Vázquez: estocada tendida (oreja); bajonazo (ovación y saludos). Se guardó un minuto de silencio por Joselito, en el 74º aniversario de su muerte. Plaza de Las Ventas, 16 de mayo. 3ª corrida de feria. Lleno.

El sabor torero otra vez. Estos toreros veteranos... El día que se vayan los toreros veteranos -y ya quedan pocos- es muy probable que el toreo pase al olvido. El toreo según es y la tauroaquia enseña, con sus gustos y sus aromas propios, se quiere decir. Curro Vázquez, que está en temporada de despedida, ofreció una muestra surtida de este toreo puro y dejó golosos los paladares de la afición.

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La teoría de ayudados, trincherillas, pases de la firma y el de pecho con que prologó su primera faena fue de aquellas que se consideran antológicas. Eso es torear. Eso es torear con técnica, hondura, inspiración y majeza. Uno ya le habría dado por esa teoría de ayudados y todo lo demás la oreja que le concedieron después, naturalmente por los méritos contraídos, pero también con carácter testimonial, en demostración de que sin pegar la paliza pegapasista se puede deleitar al público, poner boca abajo la plaza y cortar orejas.

La paliza pegapasista, en cambio, la dió Chamaco...

Pero ¡calla, corazón!, porque la tarde no iba de pegapases, si exceptuamos las intervenciones del pundonoroso joven. La tarde estaba tan torera, que en cuanto se hacía presente Chamaco y perpetraba derechazos, parecía un anacronismo, ¡oh paradoja! El mundo al revés, la noche de los tiempos convertida en luminoso amanecer. El toreo eterno primaba, de súbito, sobre la candente, y era lo que pedía el público, no digamos la afición incombustible e iconoclasta.Javier Vázquez, matador de las últimas hornadas, también se cruzaba con el tercer toro como si fuera diestro de pasadas épocas, cargaba la suerte, embarcaba las medias, inciertas y toponas embestidas con largura. Toreó así en redondo, sobre todo al natural, y abrochaba las series echándose el toro por delante en el pase de pecho. Al sexto le hizo la faena entera por naturales, y la novedad constituyó un acontecimiento en ésta época de pegapases derechacistas, que merecería perpetuarse en bronce.

Mejor dos bronces: uno, a los naturales de Javier Vázquez; otro a los ayudados y todo lo demás componiendo teoría, de Curro Vázquez. "Es la tarde de los vázqueces", se oía decir. Tarde de sol imprevisto en pleno día otoñal, que acabó a remojo. Jarreaba si Dios quiere qué, y el público, guarecido bajo paraguas y embutido en chubasqueros, no se movía de sus asientos haciendo honor al toreo de Javier Vázquez por naturales.

Los pases, si bien se mira, le salían a Javier Vázquez cortos porque -ya se ha dicho- las embestidas quedaban medianas. Los toros también eran medianos. En realidad, los toro! ni o podría decirse en propiedad que fuesen toros; si acaso, la mitad. Matemáticamente, el toro partido por dos. Zootécnicamente, el toro metamorfoseado en cordero. Veterinariamente, el toro cojito de las cuatro patas, excepto par de ellos que debían estar parapléjicos y un tercero que le renqueaba hasta el rabo.

Les da un paralís, también se oía decir. Ya puede suponerse que la afición lo lamentaba en el alma: uno, por la grave adulteración que sufría la corrida; otro, porque con toros atacados de paralís sobra la lidia y el toreo eterno se desnaturaliza. Javier Vázquez casi se inventó la faena que instrumentó al sobrero paralítico, premiada con oreja. Curro Vázquez pudo completar la suya al primero, asimismo premiada y muy aclamada, apurando esforzadamente las pocas ganas de andar que le quedaban al torito inválido. Tardó el veterano diestro en acoplarse a la vacilante embestida del cuarto, e incluso sufrió un desarme; mas calculó luego el ritmo que requería la bovina cojera, su rumbo y deriva, la distancia donde el inválido iba a dar el tropezón, y ligó dos bellas tandas de redondos. Dos deslumbrantes tandas que hicieron crujir los olés profundos de la afición venteña, la pusieron en pie, y la dejaron golosa de torería para los restos.

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