El artículo
Algo ha empezado a cambiar en la ominosa fiesta nacional. Hay un torero de fama que es vegetariano. No revelaré su nombre para no hundirlo. En esencia el arte de torear consiste en convertir en 20 minutos a un bello animal en una albóndiga sangrante ante un público alborozado. Si en medio de este jolgorio donde se exalta el cuajarón se -descubriera que uno de esos matarifes de calzas rosas aborrece la carne su carrera quedaría arruinada. Este matador lleva muy en . secreto su martirio: tiene que hacer con la espada un estofado en el lomo de la res, pero él sólo se alimenta de cereales, frutos secos y verduras. No por eso es menos hombre. En realidad come lo, mismo que los toros. No obstan te, la carne es muy rica en proteínas, aunque pertenezca a un animal que ha sido torturado con regodeo públicamente. Pero puestos a comer carne, si la hay para todos, éste no será un país civilizado del todo hasta que el nombre de Miura, en vez de significar una aviesa intención, no se asimile ' a un gran chuletón en los restaurantes. Así sucedió con la ganadería Villagodio, que al fracasar como bravo contribuyó. muchísimo a la felicidad de los estómagos nacionales. Éste sería un gran país si en lugar de exaltar la muerte entre el polvo y los salivazos de la corrida o de ele var el desolladero a escuela de fi losofia o de extasiarse ante las posturitas de un carnicero más o menos artista o de confundir el patriotismo con la bravura dedicara todo su afán a transformar las célebres divisas de Miura, Pablo Romero o Vitorino sólo en famosos solomillos de la gastronomía nacional. Cuando el matadero mudéjar de Las Ventas se convierta para siempre en un auditorio y usted vaya a Casa Lucio, pida un miura medio hecho y en vez de que el camarero le pe gue un pase de pecho le ofrezca una maravillosa carne que ha sido sacrificada serenamente sin oír los bramidos del público ni los cursis adjetivos de los poetas ni las elucubraciones dé- los intelectuales, se podrá decir que este pueblo ha alcanzado la moder
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