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La pasma

Javier Marías

Ahora que la mitad del Ministerio del Interior está dimitiendo y la otra mitad bajo sospecha, no está de más recordar cuál fue su penúltimo y brillante proyecto en favor de la seguridad de los ciudadanos, algo que pasó relativamente inadvertido dada la gravedad del asunto. Que yo sepa, además, el proyecto no ha sido desechado, por lo que podríamos verlo realizado sin más aviso cualquier día de estos.Como quizá recuerden los lectores se trataba de colocar cámaras de vídeo en las calles de las ciudades. En las calles más conflictivas en principio, o más susceptibles de ser escenario de delitos y crímenes, lo cual viene a equivaler a todas a la larga. Esos ojos de Dios estarían permanentemente alerta, vigilados a su vez por ángeles uniformados y con pistola reglamentaria. Para su instalación se aducían dos motivos: uno, que ya existía el procedimiento en bancos y grandes almacenes, así como en algunos puntos de carretera; dos, que sería algo fantástico para prevenir y disuadir la comisión de delitos. No sé si la medida, caso de intentar llevarse a cabo, sería anticonstitucional o ilegal o incluso factible (no parece que ese ministerio haya observado la ley a rajatabla), pero no me cabe duda de que es ilícita, ese adjetivo cada vez más olvidado o menos tenido en. cuenta o más insidiosamente confundido con lo legal. Hay cosas que, siendo legales, no son sin embargo lícitas, es decir, no son de recibo, no son admisibles en ninguna circunstancia. Por poner un ejemplo extremo, tal vez fuese legal que el Gobierno procediese a la venta del museo del Prado, como solicita cierto dramaturgo muy santo y sandio, pero no sería lícito que lo hiciera. 0 bien supongo que cuanto decretaron los nazis en Alemania fue legal durante su mandato, ya que alcanzaron el poder mediante elecciones, pero sólo sus herederos se atreverían a decir que además fueron lícitos sus campos de concentración y sus persecuciones.

Un individuo que no desee ser vigilado ni filmado puede optar por no entrar en un banco o en unos grandes almacenes, que al fin y al cabo son locales privados, con sus propias reglas que se aceptan o se rechazan. Pero las calles no son de nadie y uno no puede dejar de pasar por ellas. Los actuales gobiernos tienden cada vez más al totalitarismo: intervienen en todo, saben de sus ciudadanos cuánto ganan, cuánto gastan, su pasado y su presente, sus amistades, sus costumbres, sus compras, de todo hay registro en la abrumadora y siempre creciente eliminación de la espontaneidad y la improvisación, del elemento azaroso que hace la vida llevadera e interesante. En realidad es inconcebible que se haya podido llegar a este estado de control sin que haya habido un amotinamiento. Los ciudadanos estamos asfixia dos. Instalar cámaras en las calles supondría el fin absoluto de la libertad principal, la de hacer algo o ir a un sitio sin que nadie lo sepa, independientemente de que la acción o el des plazamiento sean o no delictivos, el fin de la libertad personal. Nadie tiene por qué saber dónde voy ni con quién, cuán do ni por qué motivo, tampoco mis intenciones, que aún no se juzgan. En lo que respecta a la disuasión es uno de los argumentos más falaces y más endebles que podrían esgrimirse para semejante abuso. Porque la mayor disuasión del delito en las calles sería prohibimos salir a esas calles, lo cual quizá no está lejos de la mentalidad policial que va dominándolo todo; y el siguiente paso -la disuación en las propias casas, a las que nos veríamos confinados- sería el de llevar los ojos de Dios allí mismo, a nuestros domicilios: con los teléfonos intervenidos y cámaras de vídeo en nuestras habita ciones es seguro que nadie cometería nada, ni siquiera buenas acciones. En los estados supuestamente democráticos se in tenta convencer a la población de que la policía está a su servicio y la protege. Yo no he sabido de ninguna policía que no se haya protegido sobre todo a sí misma y a quienes le daban las órdenes. No he sabido de ninguna que haya duda do a la hora de beneficiar a los mafiosos y perjudicar a la población si lo veía necesario o simplemente conveniente para su cuerpo. Con el ex director de la Guardia Civil fuga do, el ministro del Interior dimitido y unos cuantos altos cargos envueltos en turbiedad, resulta más fácil verlo. Pero no se olvide, cuando todo esto haya pasado, que serán sus -sustitutos quienes seguirán teniendo los datos y los posibles ojos. Por si acaso, no habría que dárselos, porque la legalidad per mite que para cualquiera de nosotros, en cualquier momento, la policía pase a convertirse en otra cosa que a la vez es la misma: a saber, en la pasma.

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