Gato blánco o gato, negro
"Something is rotten in the State", Hamlet, I,4.El epígrafe es tan conocido como olvidado y tan vieja su sustancia como para que resulte ahora incómodamente duradera y próxima. Tal es la materia que hace del escritor un clásico. Shakespeare diseccionó con afilado, penetrante escalpelo los ávidos, insaciables, cínicos y corrompidos entresijos del poder.
El tema no es nuevo ni en la historia ni en el arte. Sólo es nuevo en la desmemoria: la cultivada adormidera que no podría devolvernos nunca la inocencia.
Sófocles abre Edipo rey sobre el escenario sacrificial de la corrupción escondida que alcanza y mancha a todos en la lejana Tebas, donde los hombres mueren, y las mujeres, las bestias y la tierra misma no dan fruto, están condenadas a la esterilidad. La tragedia es posible porque Edipo, el responsable político de la comunidad tebana, se somete a un terrible autoanálisis y se reconoce como único portador de la culpa. Ese reconocimiento es, por relación a la comunidad, un acto fundamentalmente político.
Tanto Edipo rey como Hamlet encierran, además de otras cosas, una lección de eticidad política. Por eso ambas tragedias evolucionan en una línea de progresiva e implacable luz. La tensión de la conciencia trágica, tan atenuada o semiextinguida en lo moderno, no existe en absoluto en la esfera de lo político. En lo que a este país se refiere, ha sido sustituida, tiempo ha, por los espejos del callejón del Gato, por el esperpento y por las distintas variantes de lo que, recurriendo también al más agudo intérprete de la persistente inactualidad española, podríamos llamar género de la "farsa y licencia".
Por supuesto, es éste un género mohíno o triste que, políticamente, se caracteriza -al contrario de la tragedia sofoclea- por el hecho de que la comunidad no encuentra responsables capaces de asumir la culpa cuya ocultación o cuyo escamoteo padece. Obras del género pueden llevar títulos tan excelentes como éste tomado de la prensa reciente: La sospecha persigue a Galindo. Andan sueltos dioses abstractos cuya incumplida venganza se convierte en persecución sin término.
El lenguaje denuncia por sí solo la irresponsabilidad política que revelan muchos pronunciamientos. Parecería innecesario, como mímino, que el presidente del Tribunal de Cuentas haya de declarar que fondos reservados no debe ser sinónimo de fondos incontrolados. Este mismo periódico afirmaba en titulares de su primera página (9 de abril) que el Gobierno declaraba la guerra a la corrupción acosado por los escándalos de Rubio y Roldán. Ante tal afirmación, resulta dificil no preguntarse si para poner freno a acciones delictivas será necesario esperar a estar acosado por ellas. ¿Persigue la ley la acción delictiva en sí o sólo su acosante exceso numérico? "Si hubiera alguna lesión patrimonial para el Estado", afirma el ministro Rubalcaba, convirtiendo por el sobreabundante vigor de su retórica lo obvio en inhabitual, "el Estado entrará en la causa". Por supuesto; no faltaría más.
El lenguaje político parece el burdo instrumental de prestidigitadores de preparación dudosa que actuasen en una feria de pueblo. "Solchaga", dice El Mundo del 10 de abril, "puso de manifiesto su impresión de que el ex gobernador del Banco de España oculta algo". La afirmación resulta sospechosamente obscena. (No es de extrañar que sus propios compañeros sólo pudieran reelegir a Solchaga presidente del Grupo Parlamentario Socialista con menos del 50% de los votos).
Por su parte, González había dado, con ocasión del caso Ibercorp, dignidad de dogma a la honradez del que parece ahora ocultar algo. Además, no se arrepiente de haberlo nombrado gobernador del Banco de España, porque lo hizo -explica- de "buena fe" (pero sin conocimiento de causa, se supone). Qué extraña ligereza. Para aclararla, el fino intelectual que preside la autonomía extremeña nos asegura en intervención televisada: "El presidente del Gobierno no es responsable de nada". Parece que, en este extremo, el señor Rodríguez Ibarra se excedió, cómicamente, en sus exculpaciones.
Todo lo que en los periódicos husmeo durante este primaveral regreso a mi propio país revela o denuncia la peligrosa imprecisión, el carácter vagamente aproximativo del lenguaje político, incluso cuando es éste utilizado por escritores profesionales, como sucede a Mario Vargas Llosa cuando afirma en este mismo periódico (10 de abril): "Desde el golpe de Estado del 5 de abril de 1992 que él lideró (...) su situación en el marco más bien democrático que hoy luce América Latina es algo incómoda". Toda la carga de ambigüedad del párrafo reside en el impreciso carácter restrictivo de la locución adverbial "más bien", que nos impide saber en qué medida luce el famoso marco con suficiente dignidad.
González, según el editorial de este periódico del mismo 10 de abril, "habría despertado de su ensoñación (...) cuando ya casi no hay tiempo" para atajar el problema de la corrupción (y, sobre todo, de restañar sus costos de política electoral). Hasta ahora se hablaba de González como un pragmático, pero resulta que se hallaba sumido en la "ensoñación". ¿Influencia sevillana de Bécquer? En el mismo editorial hay una frase con tantos ecos míticos como el citado título La sospecha persigue a Galindo, en la que se lee: "Fue el rencor de una mujer despechada, etcétera". Primero Bécquer. ¿Echegaray ahora?
Por supuesto, estos graves deslices del lenguaje político son sólo símbolo de la escasa credibilidad de la democracia española. Del marco más bien democrático que lucen todas las Américas procede una excelente crónica (siempre en EL PAÍS del 10 de abril) sobre la Operación Ojos Cerrados en El Salvador, donde se explica cómo Washington quiso desconocer las pistas que implicaban al jefe del Ejército salvadoreño en el asesinato de seis jesuitas españoles. El asesino o -lo que es lo mismo- el responsable militar de la orden de asesinato sigue disfrutando de buena salud gracias a la cobertura del embajador W. Walker de Estados Unidos, quien, precisamente, se apoyaba en el asesino para dar un marco más bien democrático a un país de aterradoras carnicerías.
El eminente Walker escribió con un desnortado olfato político y una total ausencia de los más elementales principios éticos: "No quiero comprometerlo todo por unas muertes pasadas, por muy odiosas que sean". Uno de los jesuitas asesinados fue el rector de la Universidad de Centroamérica, Jesús Ellacuría, autor de un excelente ensayo sobre la Reacción española contra las ideas de Miguel de Molinos (1956), otro español moralmente exterminado por sus jueces vaticanos, en este caso.
Ciertamente, cabe preguntarse a estas alturas, difuntos ya los tristes sistemas antagónicos, a qué llamamos, con tan vacío orgullo, democracia.
En un ensayo ya antiguo sobre Ideología y lenguaje tuve ocasión de recordar que el romanista alemán Harald Weinrich había propuesto las bases para el estudio de una "lingüística de la mentira". Weinrich escribe: "La mentira brutal, perversa, total, es de naturaleza sintáctica, falsifica el significado en el punto donde el lenguaje y el mundo se encuentran: en la situación lingüística".
La inquietante pregunta que no podemos eludir es ésta: ¿serían fundamento del sistema en que vivimos las situaciones lingüísticas de mendacidad? Y sea dicho así para cubrir con un piadoso velo lo que es grueso recurso abusivo a la mentira y al no reconocimiento de la total responsabilidad que ante el común ha de asumir quien detenta -sobre todo legítimamente- el poder.
es escritor.
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