"Me opongo a la limitación del uso del español en Cataluña"
No se le ha salido la política de la cabeza. Se le nota orgulloso y contento de que la Academia se haya acordado de un escritor procedente de lo que él califica "una región de la lengua", pero Mario Vargas Llosa, apasionado como un adolescente a los 58 años, sigue con el veneno de la política en el cuerpo. "¿Falta algo por comentar?", le pregunto acabando la entrevista. "Sí, Whitewater, hablemos de Whitewater", contesta con un entusiasmo casi conmovedor. En su coqueta casa de Georgetown -vecina a la del príncipe Felipe-, el autor de El pez en el agua interrumpe sus labores docentes temporales en la universidad de ese nombre para hacer algunas reflexiones sobre su azarosa vida intelectual y política.Pregunta. Llega a la Real Academia Española un peruano o un español, o las dos cosas a la vez. ¿Cómo ha resuelto usted íntimamente ese conflicto?
Respuesta. Yo eso no lo siento como un conflicto. Yo tomé la nacionalidad española con absoluta normalidad. Mi relación con España era tan próxima y tan intensa antes... Yo le debo a España tanto... Yo soy lo que soy gracias a España.
P. Pero, en cierta medida, eso supone una ruptura con el Perú ingrato que rechazó su candidatura presidencial.
R. No es una ruptura. Mi relación con el Perú sigue siendo tan intensa, tan conflictiva y tan apasionada como lo ha sido desde que tengo uso de razón. Pero la relación con mi país no es algo que esté dictado por razones de nacionalidad. No he sido, no soy y no seré nunca un nacionalista. Creo que soy lo contrario de eso. Los condicionamientos nacionalistas siempre me han parecido un síntoma de incultura. Como dice Borges, en el nacionalismo sólo se permiten afirmaciones, y toda doctrina que descarte la duda, la negación, es una forma de fanatismo y de estupidez. El nacionalismo es la negación de lo extranjero, y eso me parece una fuente de violencia. Quiero ser una persona internacional.
P. Pues llega usted a un país donde no le van a faltar problemas de nacionalismo.
R. Eso es un problema que España vive con varias caras: una cara violenta, que es la más terrible en lo inmediato, pero la menos peligrosa a la larga, y otra más sutil, más eficaz, que es la del nacionalismo catalán. Allí creo que hay un proceso peligroso, porque es un nacionalismo de gentes muy hábiles, que no utilizan la pistola, que tienen una presencia muy tolerante y democrática, pero que, en realidad, están creando unas estructuras cerradas.
P. ¿Qué opina usted sobre el uso del catalán?
R. El catalán es una lengua riquísima que hay que desarrollar. A lo que yo me opongo es a la limitación del español en Cataluña. Sería un gran empobrecimiento para Cataluña si el desarrollo del catalán supusiera la limitación de la realidad bilingüe de Cataluña.
P. ¿No percibe usted un ambiente de desmoralización general en España en estos momentos?
R. Han comenzado los años de las vacas flacas y eso crea desánimo. Pero si miramos al otro lado de los Pirineos, Francia, Italia... Lo que ocurre en España es una situación dificil.... han ocurrido escándalos que provocan una gran desmoralización..., pero para mí lo fundamental es que la democracia española no está amenazada, que la sociedad civil ha seguido creciendo.
P. Tal vez ahora que es español le ofrezcan algún cargo público en España.
R. Ha quedado demostrado hasta la saciedad que soy totalmente inepto para la política.
P. ¿Disfrutó de la política como actor tanto como espectador?
R. Cuando tuve que subir a estrados para hablar en plazas públicas descubrí el enorme abismo que separa a la política real de la política de estudio del intelectual. En la plaza pública uno tiene la sensación de tocar la historia haciéndose.
P. ¿Por qué anda usted siempre en polémicas con otros intelectuales?
R. Supongo que es una cuestión de carácter. Nunca he sabido hablar a media voz. Siempre he hablado de una manera muy explícita, y eso, inevitablemente, me lleva a polémicas. En una época de mi vida, cuando yo estaba cerca del marxismo, llegué a actuar un poco condicionado al grupo, midiendo mucho mis afirmaciones en función de lo que podía hacer a la causa, y yo me sentí inmensamente mal. Para mí el caso Padilla, que supuso mi ruptura con Cuba, fue una enorme liberación. A partir de entonces pude decir lo que yo creía sin tener en cuenta la causa común. Eso es lo que me permite sentirme vivo.
P. Durante un tiempo usted fue en su tierra una especie de paria entre una intelectualidad dominada por la izquierda. ¿Ha cambiado esa situación?
R. Algo ha cambiado en América Latina. Hay una evolución en el mundo intelectual, donde tienes muchos que antes despreciaban lo que llamaban democracia formal y ahora ven que no es tan despreciable ni es tan formal. Hay un cierto aggiornamento. Hace unos años para mí era imposible entrar a algunas universidades donde corría hasta riesgo físico por las cosas que decía. Hoy en día esto no me ocurre. He podido decir lo que pienso, a veces con mucho rechazo y mucha crítica de izquierda pero por lo menos he podido discutir.
P. Es decir, la historia le está dando la razón.
R. A mí no. La historia contemporánea ha demostrado que el colectivismo, el estatismo, el marxismo, no han conseguido traer lo que se proponían: la justicia social y el desarrollo para sus pueblos. La democracia ha pasado a ser lo que Sartre dijo que era el socialismo: el horizonte cultural de nuestro tiempo. No hay nadie que hoy niegue la democracia. Y yo creo que no sólo se ha legitimado la democracia política, sino el capitalismo, que era una palabra tabú, el demonio, sobre todo entre los intelectuales. Yo menciono al demonio. Yo creo que la democracia política es incompatible con otra forma de producción que no sea el capitalismo. Creo que el capitalismo es un sistema para la producción de riqueza que no es ni malo ni bueno, no es moral ni inmoral, sino amoral. Y depende del sistema político que funcione de una manera abierta a la participación de todos o que sea un instrumento del privilegio de unos pocos.
P. Conseguida la democracia y aceptado el capitalismo, ¿qué queda, pues, por delante?
R. La democracia y el capitalismo no son perfectos y pueden muy fácilmente degradarse; la democracia, con la corrupción, y el capitalismo, con el tráfico de influencias. Ése es el nuevo combate: el combate por el perfeccionamiento dentro de la democracia y dentro del sistema de libre mercado.
P. Corrupción me trae a la mente, ahora que estamos en Estados Unidos, el caso Whitewater como una muestra del sistema político de este país. ¿Cuál es su opinión al respecto?
R. Hasta donde conozco el asunto, creo que hay una tempestad dentro de un vaso de agua. Hay una desproporción entre la magnitud del escándalo y la realidad de las infracciones cometidas. Ahora, no me parece mal que ocurra. Creo que es una expresión de una realidad muy saludable dentro de Estados Unidos, que es el escrutinio permanente de los hombres públicos. Eso, en el fondo, representa la salud de una democracia.
P. Con usted en la Academia, ahora podré decirle a mi periódico que por qué no me deja utilizar la palabra vocero si hasta un académico la usa. ¿No cree?
R. El problema es de su periódico. Yo creo que los periódicos debían demostrar la misma flexibilidad que está mostrando la Academia. Su último diccionario está muy abierto a variantes y regionalismos. No creo que se deba mantener una actitud rígida. La lengua no puede estar separada de la realidad de la calle. Supongo que ésta es una de las razones por las que creo que la Academia está dispuesta a incorporar a miembros que vienen de otras provincias de la lengua.
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