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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La memoria como ilusión

No deja de ser curiosa esa emoción añadida que, junto a las de la excelencia en la ejecución o el encanto evidente de las obras reunidas, nos asalta en la visión de esta muestra memorable. Emoción que tiene mucho de dulce nostalgia por el tiempo ido, por algo en lo que, indudablemente, nos reconocemos, algo que fuimos o, mejor, que creímos ser y ya no somos.Esa sombra de melancolía es, por supuesto, en gran medida ilusoria. Nace, en primer lugar, como mera respuesta mecánica a la peculiar tonalidad emocional que caracterizó el hacer de los pintores y dibujantes románticos.

Pero, a la vez, nuestra propia memoria nos juega ahí una mala pasada, a modo de un equívoco déjá vu o espejismo nemónico. Podremos culpar a Chateaubriand, a Hugo o a Mérimée de haber violentado nuestra identidad histórica, suplantándola con un estereotipo mítico, pero, por paradójico que nos resulte, también nosotros acabamos por identificarnos, de modo inconsciente o no, con ese retrato idealizado.

Vistas románticas de España

Acuarelas y dibujos, 1800-1870. Galería Guillermo de Osma. Claudio Coello, 4, lº izq. Madrid. Hasta el 28 de mayo.

De hecho, esa identificación no constituye, en el fondo, un lapsus verdadero, pues fuimos también, de algún modo, lo que la imagen romántica nos supone. Y, en tal sentido, quedaría hoy plenamente justificado ese punto de entrañable nostalgia por algo que, al fin, encarnamos y perdimos, nuestra propia dimensión legendaria.

Nos acerca esta exposición, pues, a la memoria de aquella imagen romántica de España" que acuñaron, en sus viajes en pos de lo "pintoresco" -de aquello digno de ser pintado-, artistas de muy distinta procedencia, a lo largo del pasado siglo. Son, sobre todo, por ceñirnos a los nombres reunidos en esta ocasión, franceses como Blanchard o Ligier, e ingleses como Lewis, todos ellos rastreando, tras la imagen de los Pirineos, ese Sur fabuloso e incontaminado por el tedio de la Europa de la revolución industrial, patria de un buen salvaje tan cercano y semejante como para permitir albergar, todavía, una esperanza de redención.

Pero son, asimismo, artistas como Villaamil o Fortuny, junto a aquellos costumbristas españoles que adoptaron la floreciente moda, en los términos diseñados desde fuera de nuestras fronteras, pero que responden también, al fin, al hecho de que hiciéramos nuestra esa imagen ilusoria, convirtiéndonos en "nuestros propios bárbaros".

Recorrido pintoresco

Las cuatro decenas de acuarelas, dibujos y estampas reunidas por esta muestra están básicamente fechadas en las ocho primeras décadas del pasado siglo, y nos conducen, por tanto, desde los antecedentes de las vistas románticas a su plenitud, prolongándose hacia algunas formulaciones tardías. La selección ha sido efectuada con olfato y rigor encomiables, tanto en la identificación y análisis de las obras como en su acertada calidad. Y el resultado es, a todas luces, fascinante. Lo es en el clima general que respira este recorrido pintoresco, pero, sobre todo, en la sorpresa que nos deparan algunas piezas de particular interés.Destacaré, así, La plaza de Cibeles, de Ligier; el dibujo de Lewis, el blanchard y el ginain del álbum de los duques de Montpensier; los bocetos de Villaamil para La España artística y monumental; el delicioso Polleras en la catedral de Sevilla, de Bécquer, o el delicado temblor del rincón granadino de Fortuny.

Todas ellas nos devuelven, incólume, la ilusión ambivalente de nuestra identidad mítica. Tanto que, al abandonar la sala, uno está tentado de repetir las palabras que cierran el relato del itinerario español de Gautier cuando, tras cruzar la frontera y pisar de nuevo, con el ánimo de un exiliado, la propia tierra, el viajero concluye: "El sueño había acabado".

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