Fuimos decorado
Para cientos de miles -probablemente millones- de personas, la gala Les millors veus del món (Las mejores voces del mundo) fue una realidad catódica vivida entre los postres de la cena, llevar los platos al fregadero entre aria y aria, el cortado -descafeinado- en el sofá, la niña que se despierta porque tiene pipí y un poco de zapping durante los anuncios. Para las 14.000 personas que ocuparon el Palau Sant Jordi, la gala citada fue otra.La conclusión que se puede adelantar es que -a pesar del pipí de la nifia- fueron más afortunados los que vieron el programa por televisión.
Les millors veus del món fue un espectáculo creado y controlado por gente de televisión a mayor gloria del medio que les devora y les alimenta. El tiempo pasa a velocidad muy diferente en televisión o fuera de ella. A quienes vieron la gala en casa quizá les debió de parecer agradablemente fluida y ágil. A los que estuvimos en el Palau Sant Jordi nos pareció que nos llevaban a toque de pito.
Gala lírica: Les millors veus del Món
Intérpretes: Núria Espert, recitadora. Ruth Codina, voz blanca. Eva Marton, soprano. Paata Burchuladze, bajo. María Bayo, soprano. Piero Capuccilli, barítono. Fiorenza Cossotto, mezzosoprano. Ivo Vinco, bajo. Dalmau González, tenor. Aprile Millo, soprano. Gwyneth Jones, soprano. Jaume Aragall, tenor. Viceng Sardinero, barítono. Victoria de los Ángeles, soprano. Verónica Villarroel, soprano. Alfredo Kraus, tenor, Joan Pons, barítono. Montserrat Caballé, soprano. Rockwell Blake, tenor. Enric Serra, barítono. Eduard Giménez, tenor, y Frederica von Stade, mezzosoprano. Intervenciones pregrabadas de Josep Carreras, tenor, y Plácido Domingo, tenor. Coro del Gran Teatro del Liceo. Lluís Claret, violonchelo. Orquesta del Grarí Teatro del Liceo. Joan Albert Amargás, José Collado, García Navarro, Uwe Mund y Paolo Olmi, directores. Palau Sant Jordi. Barcelona, 17 de marzo.
La emotividad se vive de modo muy diferente en una sala de conciertos, en el Palau Sant Jordi o en un sofá ante una pantalla de televisión. En el Palau se intentó jugar la carta sensible: Núria Espert, la primera trágica del país, ejerció el cargo desde las ruinas del Liceo. En televisión quizá funcionara, en el Palau Sant Jordi tuvimos la sensación de estar viendo un vídeo.
En diversos momentos estuvo a punto de saltar la chispa de la emotividad y estuvimos a un paso de entrar de veras en el espectáculo, pero la rapidez lo malograba y enfriaba todo. Prueba de que, sin estar mal, no se consiguió calentar al público fue que, en la segunda parte, los bares situados en los pasillos que circundan la sala estuvieron concurridísimos, y que cuando Jaume Aragall aún estaba cantando Mattinata, la penúltima pieza, cientos de personas ya abandonaban el recinto para no encontrar atascos.
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