Buenos modales
LA PALABRA urbanidad no parece estar muy viva en el vocabulario de algunos ciudadanos. Parte de culpa la tiene el recuerdo de aquellos catecismos de buenos modales donde se aconsejaba a la niña educada saludar amablemente al carbonero, en un acto de misericordia que no conseguía ocultar insultantes agravios sociales. Pero la urbanidad, sin estas contaminaciones anacrónicas, tiene pleno sentido contemporáneo, no como receta para estar postizo en una ceremonia de besamanos, sino como respeto al espacio común de convivencia.Cuando una encuesta asegura que Madrid es una de las capitales más sucias de Europa hay quien tiende a pensar que es un problema de los barrenderos municipales. Sin eximir al Ayuntamiento de su parte de responsabilidad, es obvio que una ciudad estará más limpia cuanto menos la ensucien sus vecinos. Seguramente, los pulidos caballeros que no tienen una triste colilla en su coche, porque todas las tiran por la ventanilla, son los primeros en no ser conscientes de la parte de culpa que tienen en que su ciudad salga tan bien colocada en estas penosas listas.
En Barcelona, una prolija normativa persigue estos actos de molestia a la comunidad. En 1993, por ejemplo, la Guardia Urbana denunció a 232 ciudadanos por aliviar sus urgencias fisiológicas en plena calle. Este combate contra las conductas que atentan a la convivencia nunca tendrá resultados definitivos sin la colaboración de los mismos vecinos. Es impensable un incremento de la vigilancia para evitar algo tan furtivo como robar una maceta de un parque, no recoger los excrementos del queridísimo perro o escupir en la calle.
Frente a los mitos bucólicos que reniegan de la urbe, cabe la reivindicación de este espacio común moderno que guarda una espléndida oferta si sabe usarse. Sin abandonar el discurso crítico contra quienes administran la ciudad, el vecino estará siempre más cargado de razón para cualquier protesta si es un buen ciudadano. Un ciudadano exigente con quienes le administran, pero también con esas pequeñeces cotidianas que provocan la incomodidad general y son el primer síntoma de que las actitudes solidarias se debilitan bajo el manto protector que da el anonimato de la ciudad.
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