"Ninots"
Ocupan calles y plazas, y se reproducen de forma increíble y cómica; respiran el aire de Valencia y muestran su interior en la caricatura y el perfil deformado. El turista de Burdeos o de Bolullos del Condado, madrileño o berlinés, de Lepe o de Zumárraga, el paisano valenciano, miran de soslayo y encuentran en la falla la cara grotesca de un ninot conocido. Propios y foráneos suelen quedar embotellados por la marea humana que inunda estos días la capital del Turia.El ninot de falla es un sátiro a la vez progresista y reaccionario: progresista cuando se presenta como instrumento de crítica social, ridiculización de la cursilería y Terminator de la corrupción; el esperpento de cartón se tiñe de reaccionarismo cuando se opone a cualquier progreso, cuando se ancla en los valores tradicionales del machismo, del chiste fácil agrario o de la gracia convencional de las clases medias urbanas. El monigote valenciano es moralista porque la falla es una sátira: ellos, los ninots, aparecen en una calle como reprobación cívica; en la plaza de más allá, como cliché conservador. Pero el muñeco fallero posee fama y categoria internacional como las naranjas o la cerámica valenciana. Excepción hecha de alguna falla institucional, como la del Ayuntamiento en la plaza del mismo nombre, las fallas se levantan con mofa tramada de juego, con regodeo corrosivo, con algazara mediterránea. Los grupos de figuras representan escenas jocosas en una ciudad que tomó por norma el paseo ocioso, el callejeo, el andar de parranda. No es toda la verdad en torno al pueblo valenciano, pero es una generalización aceptada.
En Valencia, observadora siempre de su entorno huertano, no medraron la ascética, la mística ni la épica; allí floreció históricamente la sátira como género literario y como comportamiento lúdico. Obispos y corregidores, la burguesía decimonónica, el franquismo de época o el residual, intentaron coartar y encauzar la procacidad y el desenfado de los muñecos. En parte lo consiguieron oficializando nuevos rituales u organizando el desorden festivo y espontáneo. Con todo, ahí está el desorden, en la cara gordinflona o flácida, alegre o descompuesta del ninot; un muñeco al que conoce y en el que se reconoce el visitante y el nativo que pasean por Valencia durante las fiestas josefinas.
Las fallas de 1994 darán de nuevo pábulo a una sonrisa común. Los monigotes se configurarán como alegoría de la política municipal, autonómica, española, europea e internacional; aludirán, de forma sarcástica y sin romanticismo, al espíritu de los tiempos; los lemas de algunas fallas del 94 cantan: Años de vacas flacas, Crisis total, Bufonadas, Tocando fondo, Camas -hospitalarias o no- de urgencia, En el fondo todos somos buenos, Las ilusiones que no nos falten.
Y tampoco nos faltará, este año de crisis y problemas laborales, el gracejo atávico y en valenciano que subvierte la norma hortícola y piscícola. La subversión fallera convierte las palabras en metáforas lascivas y pecarninosas, cilicio para puritanos en Cuaresma cuando se queman las fallas. Tomates, cacahuetes, berenjenas, nabos, alcachofas, zanahorias, brevas, gambas, sardinas y anguilas de la Albufera, dejarán constancia, en boca de los monigotes, de la fiesta más original y primitiva del mundo. Los muñecos de fallas, los ninots quemados y reproducidos todos los años, también provocan de soslayo una sensación extraña: son exceso ridículo y observan nuestros excesos; parece como si quisieran atrapar a propios y foráneos en la jaula de nuestra historia cotidiana.
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