Puro negro
Quienes busquen en Blanco, segunda entrega de la trilogía Tres colores que el cineasta polaco Kieslowski inició con Azul, una prolongación argumental y estilística de esta, que vayan preparándo su mirada para contemplar el desparpajo y la originalidad con que la sorprendente imaginación del director y el guionista Pisiewicz dan un vuelco al asunto y situan al espectador en latitudes cinematográficas completamente inesperadas.No hay en Blanco ni rastro del lirismo punzante y de la solemnidad trágica de Azul. La musicalidad de la secuencia -todo buen filme de Kieslowski está vertebrádo sobre movimientos de la música de Preisner, como si esta emanara espontáneamente de la imagen o viceversa- rompe con el juego entre los silencios y los zarandeos sinfónicos, para jugar con un desacralizado ritmo de tango, de puro tango. De esta forma, de la inquietante introspección sentimental de Azul, Kleslowski pasa de un salto en Blanco a un sarcástico duo en forma de relevo, destinado no a averiguar los fondos de sus personajes sino los trasfondos sobre los que se mueven. Y de la tragedia pasa al esperpento, a un vapuleo inmisericorde de humor negro: negro incluso en sus variantes líricas, como las desoladoras escenas finales, donde hay un escoramiento hacia el poema que deja ver bajo él un tejido de cinismo desalmado. Y el juego de identificación de Azul se hace aquí juego de rechazo.
Blanco
Dirección: Krysztof Kieslowski. Guión: Krysztof Pisiewicz y K. Kieslowski. Fotografia: Edward Klosinski. Música: Zbigniew Preisner. Polonia-Francia, 1994. Intérpretes: Zbigniew Zamachovski, Julie Delpy, Jamisz Gajos, Jerzy Stuhr. Cines Roxy, Real Cinema y, en v. o., Renoir (Plaza de España y Cuatro Caminos).
Filme plural
E incluso de rechazos, ya que la película es quebrada, plural, salta de escena en escena a través de insospechados giros y variantes argumentales imposibles de prever y capturar con antelación, pues cogen al espectador siempre desprevenido, descolocado frente a los vuelcos que experimenta la pantalla: unos vaivenes que no le dejan resquicio ni tiempo para reaccionar contra la incatalogable sucesión de los sucesos. Cuando uno comienza a darse cuenta de lo que está ocurriendo, Kieslowski y Pisiewicz ya se nos han adelantado y están metidos -y nosotros tras ellos- en un nuevo berenjenal, en otro recodo del laberinto, en una imprevista esquina o quiebro de la línea -que en Azul era rectilínea- argumental y emocional.
Este ejercicio de funambulismo cinematográfico es de una brillantez deslumbradora y le valió al cineasta Polaco el premio a la mejor dirección en el último festival de Berlín. Nada que objetar, pues el mérito de una tarea hay que medirlo en función de las dificultades que ofrece a quien la lleva a cabo; y convertir en imágenes el guión de Blanco requiere una pericia de maestro en su oficio por parte del director. Una imprecisión en el ritmo, una medición apresurada o dilatada de la duración de una escena, y la cadena de carambolas sobre la que discurre Blanco se resquebrajaría. Tiene el filme algo de lógica de reloj, de encaje de alta precisión entre piezas de un mecanismo en el que la ausencia o la endeblez de un solo eslabón acabaría con el todo. Y el todo en Blanco funciona a la perfección.
Y dentro del alarde formal, cargas de profundidad que hacen de Blanco una nueva y sonora bofetada de sus autores a quienes extraen optimismo de lo que está ocurriendo ahora mismo en Europa. Sin ser una película testimonial ni explícitamente política, el reflejo que hay en ella del tránsito que vive Polonia del salvajismo estalinista al capitalismo salvaje es de una dureza demoledora, una carcajada gélida y oscura, que otorga verosimilitud radiográfica al torcido y retorcido puzzle argumental. Crónica sentimental de la vida en un pudridero social y moral europeo, este Blanco es puro negro.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.