Un grito sobre economía
Se ha reconocido de forma prácticamente universal que la caída pacífica de la Unión Soviética evidenció la superioridad de la economía libre de mercado occidental sobre las economías de dominio centralizado conocidas como, socialismo real". En el momento del triunfo capitalista, de la victoria clara en la guerra fría, no se advirtió de forma igual de universal que la economía libre de mercado tiene sus propios defectos serios. Pero estos defectos se han vuelto muy notorios en los últimos cuatro años y serán el tema de este artículo.Una de las grandes debilidades de la prosperidad capitalista desde los años cuarenta ha sido su dependencia de la carrera armamentística. Hitler, en la Alemania nazi, y el presidente Roosevelt, en los Estados Unidos democráticos, solucionaron el desempleo masivo y los problemas de calidad de las fábricas desocupadas de principios de los treinta con sus programas de obras públicas y rearme. Les motivaban objetivos morales muy distintos, por supuesto, pero, económicamente hablando, el rearme fue clave en ambos casos para la recuperación económica. Más tarde, la guerra de Corea, la guerra de Vietnam, las distintas generaciones de misiles de tierra y mar y el costoso programa de la guerra de las galaxias del presidente Reagan, en los años ochenta, representaron un papel esencial no sólo en la producción industrial, sino en el complejo total de la investigación científica y el desarrollo. Actualmente existe un serio desempleo entre las élites científicas, tanto en Estados Unidos como en Rusia. Muy importante tanto para la potencia capitalista como para la comunista, aunque de menos consecuencias que la carrera armamentística nuclear, ha sido su continuada competencia en la venta de armas a países menos avanzados tecnológicamente de todo el globo.
También, en el periodo que va de 1945 a finales de los ochenta, tanto el modelo soviético como el socialismo democrático ejercieron un poderoso atractivo sobre los votantes de los países capitalistas democráticos. La competencia entre los modelos capitalistas y de mercado libre, junto con los recuerdos vividos del desempleo masivo de los años treinta, fue un elemento impulsor en el desarrollo del llamado Estado de bienestar. Por otra parte, la producción económica y el capital financiero permanecieron firmemente en manos de la clase capitalista existente. Pero al mismo tiempo los Gobiernos desarrollaron programas de obras públicas, seguros de desempleo, pensiones y sistemas sanitarios que demostraron que el capitalismo occidental podía proporcionar la seguridad y prosperidad prometidas en los programas comunista y socialista. Sin embargo, consecuencia inevitable del coste de tales programas fue la desgraciada combinación del agudo incremento de los impuestos y el tremendo déficit sin precedentes para poder financiarlos.
El desarrollo del Mercado Común y la tendencia general hacia la liberalización del comercio internacional también contribuyeron a la prosperidad de los Estados de bienestar capitalistas democráticos. Pero, al mismo tiempo, la informatización de la banca y el levantamiento de todas las restricciones legales a los movimientos internacionales de capital redujeron rápidamente la autonomía económica de los Gobiernos individuales. Los capitalistas, que vieron cómo sus márgenes de beneficios se reducían debido a los elevados contratos salariales y a los impuestos de la seguridad social, comenzaron a trasladar sus fábricas a países asiáticos y latinoamericanos, con bajos niveles salariales. El número real de tales traslados no ha sido tan elevado, pero la existencia de la amenaza ha sido suficiente para que los enemigos del Estado de bienestar proclamen, en nombre de la competitividad, que los niveles actuales de costes sociales deberán reducirse en el próximo futuro.
La informatización y la libertad de transferir capital instantáneamente a cualquier parte del globo también ha puesto nuevos énfasis en las inversiones especulativas a corto plazo frente a las inversiones constructivas a largo plazo, cuyos beneficios no son inmediatos. Cuando el Sistema Monetario Europeo se derrumbó en 1992, se hicieron verdaderas fortunas especulando contra la libra antes de su devaluación. Unos meses después, muchos bancos españoles obtuvieron grandes beneficios especulando con la inminente devaluación de la peseta. Sin embargo, no todos los beneficios a corto plazo son tan especulativos como los del comercio de divisas. Existen bonos gubernamentales a corto plazo que rinden elevados intereses garantizados debido a las apremiantes necesidades financieras de muchos Gobiernos. También la abundante información instantánea hace posible comprar y vender tierras que nunca se han visto y nunca se piensan ver, y comprar futuros de alimentos, o madera, o metales, que nunca se piensan utilizar en forma alguna, excepto como fuente de benefi cios rápidos. No sólo los yuppies individualmente, sino también los fondos de pensiones, normalmente conservadores, han venido haciendo con más frecuencia ese tipo de inversiones en los últimos anos porque se encuentran apremiados por sus clientes para producir beneficios rápidos.
La actual situación económica rusa demuestra el inmenso daño ocasionado por involucrar se en la especulación en lugar de en el verdadero desarrollo económico. Diariamente se hacen millones de dólares con ventas no divulgadas de armas y tecnología rusa, con la venta de los fabulosamente ricos recursos forestales y minerales rusos, especulando con el valor del rublo y otras divisas de Europa oriental, comerciando con drogas, coches de lujo, iconos robados y otros objetos de valor de prestigio inmediato. Mientras tanto, prácticamente no se hace progreso alguno en el redesarrollo de los recursos energéticos rusos: pozos petrolíferos y redes de electricidad que sin duda podrían rendir grandes beneficios a la vez que beneficiarían verdaderamente a la economía mundial. Pero esos beneficios tardan años, y no días, en llegar, y dependen de la atmósfera de confianza y estabilidad más que de la especulación relativa a la inestabilidad.
En los años treinta fueron necesarios John Maynard Keynes, más el new deal estadounidense y el Estado de bienestar socialdemócrata sueco para salvar al mundo capitalista de su propia amoralidad. Hoy es necesaria una revolución similar a escala mundial. La cooperación internacional entre Gobiernos no suicidas debe establecer las reglas del Juego para controlar el flujo de capital especulativo que puede vencer a todos los esfuerzos de los bancos nacionales para mantener las divisas estables. Deben reconstruirse los sistemas impositivos a fin de premiar las inversiones constructivas y hacer desistir de los beneficios especulativos obtenidos con la venta de recursos económicos sin la más mínima contribución a su utilidad para amplios fines humanos. Se debe apremiar a Suiza a que revise sus leyes bancarias para: que no proporcionen simplemente refugios dorados a fortunas inconfesables, y España debe modernizar lo que el economista José Antonio Martínez Soler calificó una vez de contabilidad celtibérica, el juego de manos que permite que los KIO, Banesto y otros importen y exporten miles de millones sin que las autoridades nacionales sepan qué uso se está haciendo verdaderamente de esos fondos.
Los economistas friedmanianos deberían jubilarse honorablemente y dejar paso a los economistas keynesianos, que mantienen la extraña convicción de que el empleo útil de los seres humanos es más importante que ser capaces de presumir de haber acabado con la inflación. Como escribió recientemente el distinguido economista estadounidense Robert Heilbroner en un ensayo biográfico sobre Keynes, el atolladero actual de la práctica económica real no se puede solucionar sin "una economía que proyecta una visión moral junto el diagnóstico técnico..., comparable en su poder al de The general theory of employment, interest and money (Teoría general del empleo, el interés y el dinero).
Gabriel Jackson es historiador.
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