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Aquilino, el niño gitano, entra en lista de espera para el trasplante de hígado

Aquilino Jiménez, de tres años, aún no conoce a su hermano, Andrés, que nació el miércoles pasado: desde sus primeros días de existencia, Aquilino vive en un hospital, siempre enfermo del hígado. En enero de 1993, unos médicos del Gregorio Marañón pretendieron negarle el trasplante -lo que le llevaría a la muerte- porque su familia vive en una chabola sin condiciones higiénicas. Lo llamaron "motivos sociales". Ahora, desde diciembre, se halla en la lista de espera -de seis niños- para recibir el órgano, que le, será trasplantado cuando haya ganado algo más de peso. Mientras tanto, seguirá viviendo en el hospital La Paz, donde fue ingresado tras el escándalo. Allí apenas le visita nadie, pero se divierte mucho: le encanta dar vueltas montado en un cochecito rojo que mueve con los pies (él todavía no camina). Y sus ojos chisporrotean cuando Raquel, profesora en la escuela infantil del hospital, le deja un micrófono de juguete. Aquilino lo agarra y entona canciones sin letra. "Ya le salieron los genes flamencos", sonríe Raquel.El recién nacido Andrés dormitaba el jueves, regordete, en brazos de su madre junto a su chabola de Carabanchel.

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Los padres de Aquilino delegan el cuidado del niño

VIENE DE LA PÁGINA 1Pasarán años, probablemente, hasta que Aquilino pueda compartir juegos con el bebé o con Emilio, su otro hermano, de dos años: una vez que consiga el hígado que necesita para hacerse mayor, comenzará una nueva vida en una residencia de la Consejería de Integración Social. Sólo la abandonará cuando sus padres, Roberto y María -los dos apellidados Jiménez y los dos de 20 años-, demuestren que pueden hacerse cargo de él. De momento, para ellos, Aquilino es un recuerdo presente pero lejano, porque apenas se han pasado a visitarlo por el hospital.

"Voy a verlo todos los días", se empeñaba en decir María el jueves pasado.

En octubre, La Paz habilitó para Aquilino y su madre una habitación del hospital. La madre podía permanecer en ella todo el día. Pero María tan sólo estuvo un par de semanas, según explican allí. Las enfermeras intentaron enseñarle los cuidados que precisa Aquilino; a darle la medicación y, sobre todo, a acostumbrarla a lidiar con la sonda que alimenta al niño directamente a través del estómago. Pero la madre de Aquilino, ya en avanzado estado de gestación de Andrés, prefirió volver junto a su familia en Carabanchel. "Es que con la tripa...", se disculpaba.

El jueves, María arrullaba con cariño a su recién nacido. Es madre por tercera vez. De tres varones. Dice que no va a esperar a que venga la niña. Que ya son muchos, y además con el recién nacido ha tenido algunos problemillas, "porque venía más gordo que el otro". El otro es Emilio, de dos años, que se despierta enfurruñado y con churretones en la cara. María se excusa: "Es que se acaba de levantar". El crío corretea por allí y da besos al nuevo hermanito.

Se la veía contenta a María. Es tímida, pero se explica con soltura. Casi acaba de dar a luz y ni se le nota. En esto llega Roberto, el padre, montado en un coche con unos amigos. Aparenta más años de los 20 que tiene, pero la mirada y los andares descubren al chaval que aún es.

Contentos por el colegio

Dice que está contento "por lo del colegio del niño": es decir, que Aquilino ingrese en un centro de acogida de la Comunidad después de la operación. Pero se quejaba de que les hayan presionado diciendo que si no cedían la guarda del chico no le operarían. Lola Abad, directora del Instituto Madrileño de la Infancia (Imain), ofrece otro punto de vista: "Los padres nos han pedido una solución. Se trata de un acuerdo. No vamos a asumir la tutela, porque Aquilino no se encuentra en una situación de abandono". La de Aquilino -que en otra situación aguardaría en su casa el trasplante- será una guarda indefinida: el Imain pondrá condiciones a los padres: visitas, cuidados... Si con el tiempo no cumplen lo pactado, la guarda se convertirá en tutela.

El padre es un gitano alto de mirada dulce, fiel al vestir de sus mayores: camisa y pantalón negros, con pañuelo al cuello. Apenas 20 chabolas componen el poblado donde viven los Jiménez. El forastero es bienvenido y no se le hacen preguntas. Junto a los chamizos se elevan unos edificios de reciente construcción donde en los últimos años han sido realojados antiguos chabolistas. Ese nuevo barrio se ve lleno de arbolillos que ya empiezan a verdear al sol. Y la comparación con las chabolas vecinas sonroja.

"Dicen que pronto nos van a dar el piso", explica el abuelo Emilio, "aunque está un poco retirado de aquí". Lo más probable es que los chabolistas de esa área acaben en un solar situado al final del paseo de Extremadura. Tal vez algún día vaya también allí Aquilino.

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