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Un piloto para La Pajarera

Aquilino por aquí, Aquilino por allá; las enfermeras no lo dejan ni a sol ni sombra. Y el crío se pasea encantado por La Pajarera, la escuela infantil del hospital La Paz, pilotando un cochecito rojo. No le gusta que los niños mayores le manejen a su antojo. Entre tres le cogen en brazos y Aquilino saca todo su carácter, profiere cuatro gritos y las profesoras acuden enseguida: "¡Que no es un muñeco!", les dicen a los demás niños.Hace un año, Aquilino no era capaz, de decir ni palabra. Sus piernas parecían dos hilitos, y los ojos amarillentos se le salían de las órbitas. Ahora luce dos mofletes orondos. Pero sigue costándole relacionarse. No está acostumbrado al cariño.

Cuando ingresó en La Paz, los doctores le examinaron a fondo. Con su enfermedad, una obstrucción congénita en las vías billares de su hígado, aún puede durar más de un año con vida. Por eso lo principal es que engorde varios kilos para afrontar el trasplante con más fuerza.

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En 15 días

El pasado enero llegó a la escuela infantil de La Paz, arisco y lloroso. No articulaba palabra y apenas controlaba sus movimientos. En cuestión de 15 días aprendió lo que no había asimilado en sus tres ajetreados años anteriores. Desconoce otra cosa que esté fuera de las salas del hospital, porque tan sólo vivió junto a sus padres hasta que cumplió mes y medio de vida.

En la escuela ya es capaz de manejar los juguetes e Incluso contesta a las preguntas que se le hacen. "Tratarnos de socializarlo", explica una de las profesoras. Aquilino ya va imitando la conducta de los demás niños lngresados que acuden a la escuela; buena señal.

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Raquel, una de las profesoras que pasa con él la mayor parte de la mañana, se sienta con el crío en una sillita. Le enseña a dar palmas y a pintarrajear.

Pero Aquilino se cansa de estar en la escuela y llama a Mamen a gritos. Mamen es la enfermera que lo lleva a La Pajarera todos los días desde su cama en la planta de hepatología infantil.

Hoy por hoy, la vuelta a la chabola acabaría siendo nefasta para el niño, según los médicos. Los pacientes que reciben un trasplante tienen que vivir en una higiene absoluta y someterse a una medicación diaria rigurosa. Un chamizo sin agua corriente no es, por tanto, el lugar ideal.

Cuando el trasplante llegue -en 1993 se hicieron 20 trasplantes hepáticos infantiles en Madrid-, dejará a sus amigos de la escuela infantil de La Paz y tendrá que empezar a conocer a sus nuevos hermanitos: 144 niños que viven internos en el colegio Isabel Clara Eugenia, dependiente de la Comunidad de Madrid.

La directora del centro donde vivirá el niño es sor Araceli. Entre ella y dos educadoras velarán por la evolución de Aquilino.

El niño pronto empezará a recibir en el hospital visitas del personal de esa residencia de acogida para que el traslado al nuevo colegio resulte lo menos traumático posible. Su plaza ya está reservada.

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