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Tribuna
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Emblema y caso

Javier Marías

El señor ministro de Justicia está muy contento, también los periódicos y sus editorialistas, y unos cuantos columnistas; no sé si tanto los jueces. El motivo de tanta alegría es que, por fin, va a haber jurados en España. Si algo frena el entusiasmo es que de momento no van a arbitrar en todo tipo de delitos, sino sólo en unos cuantos, no necesariamente mayores.Supongo que así debe ser en un país democrático y en una sociedad democrática (el adjetivo empieza a heder, por abuso y por lo mucho que se llena la boca de quienes suelen emplearlo como si fuera un salvoconducto). Parece como si, una vez convertidos en tales, los españoles hubiéramos mejorado por arte de título o definición mágica y, por tanto, debiéramos ser considerados magníficos a todos los efectos. Y no sólo eso, sino perfectamente capacitados para desempeñar cualquier función y llevar a cabo cualquier tarea. Y así debe ser, en efecto, si nos pensamos en abstracto, como acostumbra a ser la norma: puesto que somos innegablemente democráticos, nada nos impide hacer lo que hacen otros países de nuestra noble cuerda y, por tanto, debemos hacerlo: el ministro de Justicia debe hacerlo, los periódicos y sus editorialistas deben ponerse contentos, celebrarlo los columnistas. Todo ello irreprochable, no tengo queja.

Sin embargo, hay individuos a los que todavía nos cuesta ver a nuestros compatriotas en abstracto, y a esa luz concreta yo no puedo sino lamentar la próxima existencia de jurados y asustarme bastante. La principal razón es evidente y debe ir a buscarse en el propio país que nos marca la pauta en este asunto: a tenor de las noticias que llegan abundantemente sobre los más sonados juicios norteamericanos, parece haberse perdido una de las ideas fundamentales en todo el proceso, la idea de caso, para ser sustituida por la mayor aberración jurídica, la idea de emblema, representación o ejemplo. Si se observan los espectáculos titulados Anita Hill contra el juez Thomas, La miss violada contra el boxeador Mike Tyson, La invitada violada contra un joven Kennedy o el más reciente Bobbitt contra Bobbitt, que ha llegado a nuestras mismísimas pantallas (y pido perdón por no recordar los nombres de todos los protagonistas), se comprobará que a nadie parecía preocuparle la verdad de cada caso, es decir, si realmente el juez acosó, el púgil y el vástago con apellido violaron o si la emasculadora cometió o no un delito al emascular al bruto. Lo único que importaba era si unos y otros serían condenados o absueltos en tanto que emblemas o muestras, exactamente como si fueran personajes de telefilmes con moraleja. A nadie parecía interesarle juzgar a los individuos y ver sus, casos, sino a lo que se decidió que representaban: la mujer subalterna negra contra el poderoso hombre negro apoyado por blancos, la joven ambiciosa e ingenua contra la celebridad deportiva, la mujer contra el hombre siempre, y viceversa. Las feministas veían en la condena de los varones un triunfo, independientemente de lo que en verdad hubiera sucedido en cada ocasión; los machistas militantes, una victoria en su absolución, aunque se demostrara que eran culpables. Ésta es la sociedad (democrática, descuiden) de nuestros días, y los jurados pertenecen a esa sociedad en mucho mayor grado que un juez especializado y profesional.

No es que tenga gran cosa a favor de los magistrados españoles en general, con una larga trayectoria de parcialidad y abusos nada lejana. Pero tampoco puedo olvidar que, por muy magnífico que sea nuestro país titularmente hoy en día, la mayoría de mis compatriotas no sólo participa del simplismo televisivo a que acabo de referirme, de la abstracción como método de enjuiciamiento y de la idea de ejemplificación como prejuicio aceptable y aun estimable. También me parece que demasiados son virulentamente cotillas, morbosos, hipócritas y sanguinarios (aunque quizá tampoco en eso se diferencien de otras sociedades). Lo cierto es que si un día cometo un delito (y quién no comete alguno, según las leyes), lo último que quisiera sería verme juzgado por representantes puros de una ciudadanía que pasa indiferente ante el cuerpo caído de un hombre en la calle, que jalea los tortazos que se dan dos conductores en un semáforo en vez de intentar separarlos, que denuncia a sus vecinos con suma frecuencia aunque no le vaya nada en ello, que se organiza en partidas para apalear drogadictos, que mira con malos ojos los otros colores, sobre todo si son pobres, y que tienen por programas favoritos truculencias variadas y la silla eléctrica de Julián Lago. Aun así, supongo que, lo correcto es que se instituya el sistema de jurados, no en balde somos tan democráticos. Pero, por favor, no se me pida que además esté contento.

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