Madrid parece un hígado
Cuando había empezado a acostumbrarme a la M-30 nació la M-40 y fue como volver a empezar. Esta última llegó tarde para las necesidades de Madrid, pero demasiado pronto para mi capacidad de adaptación a los laberintos. Una vez me metí en el laberinto de cristal del Parque de Atracciones, que es una cosa de niños, y tuvieron que entrar a rescatarme a las dos horas, porque me dio un ataque de angustia y me puse a gritar. Fue muy humillante. Al principio, en la M-30 me perdía también y llegaba a los sitios de milagro, no sé, o quizá porque todos los caminos conducen a Roma. Eso es lo que me pasaba a mí, que me metía en la M-30 por Arturo Soria para llegar a Bailén y aparecía en Roma, donde no se me había perdido nada, pero yo hacía como que había ido a ver al Papa y de ese modo nadie se daba cuenta de que me había despistado. Luego me aprendí tres o cuatro salidas y he llegado a usarlas con la naturalidad con la que me muevo por el pasillo de mi casa, en el que de vez en cuando todavía me pierdo, aunque no es la M-30, ni muchísimo menos. Es que tengo problemas de orientación. En la mili intentaron enseñarme a orientarme por las estrellas, pero desistieron enseguida, porque todas me parecían iguales, como las salidas de la M-30. Yo siempre me oriento situándome en relación al barrio de la infancia, se ve que todavía no he salido de allí. Una vez estaba en Grecia, porque desde Roma se llega con facilidad a Grecia, y me perdí también. Entonces busqué mi calle, la de niño, y enseguida supe hacia dónde debía dirigirme. A mi mujer le pareció asombroso que desde una calle de Atenas pudiera situar en el espacio una de Madrid, pero ésta es una de las pocas capacidades digna de mención que poseo, junto a la de levantar las cejas por separado, que aprendí de Víctor Mature en la oscuridad de los cines de barrio de mi adolescencia.Sin embargo, he conseguido cogerle alguna afición a la M-40. Ya sé llegar por ella desde la plaza de Castilla hasta el aeropuerto, donde tampoco se me ha perdido nada, como en Roma, pero hago como que voy a tomar el puente aéreo y de paso compro lotería. La M-40 tiene momentos excelentes. Por lo general, es tan aburrida como cualquier autopista, pero cuando se inspira parece una sinfonía, o quizá un cuarteto de cámara, no sé, tampoco la música es mi fuerte. Ahora la uso para llegar desde la cuesta de San Vicente al aeropuerto y me vuelve loco el tramo que precede a la salida de Mercamadrid, donde todavía no he ido. En ese tramo, uno tiene la impresión de no estar en ningún sitio: es el lugar utópico por excelencia. Cuando alcanzo esa zona, hay un momento en que no sé quién soy ni adónde me dirijo, lo que en Madrid le sucede prácticamente a todo el mundo. Menos mal que mi coche tiene más memoria que yo y acaba por llevarme al aeropuerto, donde compro un décimo de lotería o tomo el puente aéreo, según, y luego vuelvo a casa con la impresión de haber hecho algo útil. No soporto perder el tiempo.
Madrid es como un hígado porque no tiene forma. El hígado, que viene de higo, es la única parte del cuerpo que está sin diseñar: según Casares, se trata de un órgano glandular, grande, de forma irregular y color rojo oscuro, situado en el hipocondrio derecho. A veces pienso que Madrid es el hígado de España porque produce bilis para todo el territorio nacional y es el lugar donde más posibilidades tienes de perderte, a pesar de la M-40. A mí no me importa, me gustan los hígados porque su falta de simetría encaja muy bien con mis dificultades para encontrar referencias orientadoras. Lo que no me gusta es que le pongan tanto clenbuterol, porque el clenbutero engorda mucho y a esta ciudad le sobran unos kilos de grasa. En fin.
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