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Crítica:LA NOCHE DEL CINE ESPAÑOL
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Franco se llevó un Goya

Al final, Franco se llevó un Goya aunque desde el principio esta fue la peor función de teatro de un colegio de monjas dirigida por la madre superiora Rosa María Sardá. ¿Premios Goya de cine o premios yoga para dormirse en la cena? Relájense y duerman hasta llegados los clips o la publicidad, lo único por lo que el sufrido público no se sonrojó. Mucho mérito fue necesario para aguantar las gracias que nos brindó la maja Sardá, vestida con mantón verbenero y tocada con un clavel que le colgaba como una peineta del Ampurdán.En cuanto a la cámara, absolutamente frigorífica, sus movimientos estuvieron a la altura de una orquesta ocupada en soltar acordes y redobles de tambor. Música muy a tono con los rojos intensos y extensos de la ministra de Cultura que, abriendo sus fauces como para tragar un cítrico, recordaba la variedad sanguinelli, tan apreciada por los cosecheros valencianos. Pero más vale sonreír como lo hace Carmen Alborch que carcajearse sin ganas como lo hacían muchos de los asistentes a este aburridísimo acto de tortura subvencionada. La dosis de barbitúrico la suministró Gerardo Herrero, vicepresidente de la academia, con su triste porte de maître de restaurante para lactantes. Y Goya allí siempre, con el cuello torcido, girando como el lignum crucis ante la feligresía. Unos lo recibieron directamente del pescuezo, al estilo ave de corral. Otros cazaban el trofeo del cráneo del baturro por la coronilla y se lo ponían bajo el brazo.

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A la cárcel

El premio al mejor sonido resultó ser original. Los animadores arrastraron botes para emular los ruidos de Todos a la cárcel, un lugar en el que productores y ejecutores del programa merecieron ser recluidos.

Un momento muy ingenioso fue el de la aparición de Inocencio Arias caracterizado como maquillador. Se quitó el bisoñé y demostró al público que él es quien es, un plenipotenciario apto para cualquier papelón de teatro, fútbol o valija diplomática. En este preciso momento, el espectáculo recordaba a los festivales de Eurovisión, cuando España ganó con Massiel y su La, la, la.

Lo único tierno de la noche, algo que hizo olvidar la estupidez de tantos chistes malos, fue la aparición de Tony Leblanc, quien arrastraba sus 72 años apoyándose en un bastón que no era el gayato del palurdo que nos quiere divertir, sino el palo del enfermo que es, y sabe ser, este cómico entrañable. Leblanc recogió su ex voto con categoría de Goya de honor de manos de Luis García Berlanga y Concha Velasco que movía la cabeza como las marionetas de Mari Carmen. Tuvimos que esperar una hora y 10 minutos de vergüenza ajena hasta ver en lo alto a la primera guapa de la noche, Pastora Vega. Luego salió Resines con su bigote de anuncio de enchiladas, y no aguanté: llamé al motorista de la pizza a domicilio porque todo sabía a deliciosa comida basura.

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