Sobre las ruinas del teatro reina Boadella
Un teatro desafectado, en ruinas. Se supone, por el título, que es un teatro nacional; yo imagino el Liceo, porque lo que resuena en él es la ópera y los rumores de la polémica de Wagner. Un viejo maestro, tan en ruinas como el teatro, maldice, lamenta, quiere continuar y renacer; y esperar que vuelva el público. Supongamos que es Boadella, viejecito (lo hace un excelente actor, Ramón Fontseré); por sus sarcasmos y críticas sardónicas y porque es el personaje que tiene la razón, y esos siempre representan la nobleza del autor, la virtud inteligente del director (Boadella es las dos cosas); desde allí hace tina autocrítica de los otros, si se puede decir así; la crítica del teatro, del que forma parte muy importante.Está bien que el satírico que ha burlado moderadamente la milicia, la religión o el nacionalismo se burle ahora de su propia condición y profesión. Moderadamente, también: es decir, entre improperios, insultos, vocabulario duro dedicado a las gentes de teatro, tiene una reserva de ternura y de emoción, hasta de esperanza. Su acusación va sobre todo contra el ministro de Cultura (Carmen Alborch me dijo, y también tiene derecho al humor, que a ella no le concierne porque no es ministro, sino ministra) y los funcionarios culturales; y los autores o directores que se benefician de todo (la palabra "Hormigón" se interpretó, hasta por el interesado, como un emblema del aprovechado de todos los dineros públicos para hacer escasa y mala labor), y los críticos (se fusila a uno en escena, envuelto en verborrea: curiosamente, se llama Sagarra y su periódico es La Nación: uno de los míos); se ataca el realismo, y la teatralidad (los emplea, sin embargo).
El Nacional
De Albert Boadella, con la colaboración literaria de José María Arrizabalaga. Intérpretes: Jesús Agelet, Begofia Alberdi, José María Fontseré, Ramón Fontseré, Joan Gallemi, Ramón Llimós, Minnie Marx, Pilar Sáenz, Xevi Villar. Espacio escénico y dirección: Albert Boadella. Compañía Els Joglars. Teatro Albéniz. 20 de enero.
Como esto sería un artículo, o un editorial (géneros, como bien saben ellos, infinitamente inferiores, literariamente, al del arte dramático), tiene que aumentar teatralidad con una parodia de Rigoletto, a la que da un sentido que es el mismo tiempo exaltante y crítico de la profesión teatral: la del bufón. (John Osborne hizo ya ese símil en The Entertainer: la hizo de todo su país).
Tiene una perfección técnica singular, y el arte de la música escénica lo domina (Los virtuosos de Fontainebleau); el dialogo esta templado con micrófono, y así los fragmentos que puedan estar grabados no dan sensación de artificio; aparte de que tiene una soprano espléndida, Begoña Alberdi, que hace una caricatura fina y al mismo tiempo elogiosa y admirativa de Montserrat Caballé; un buen barítono, Joan Gallemí, y unos tañedores de cuerda muy buenos. Rigoletto es emblemático, como los personajes del hampa que se recogen en las ruinas del teatro y sirven para las lecciones del viejo maestro.
Una broma más de Boadella: ingeniosa, divertida, simpática, vagamente injusta; al mismo tiempo que ataque -de esgrima-, blanco de ese ataque. Se aplaudió con entusiasmo, sobre todo por las gentes del teatro, que siempre piensan que cuando se habla mal de alguien, es de otro.
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