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La 'abuela' de la movida agoniza en un hospital sin la compañía de sus amigos rockeros

La viuda Ángela Rodríguez comenzó a vivir la noche madrileña a los 70 años

La abuela de la movida, Ángela Rodríguez, tiene 23 años. Nació a los 70, dice ella, cuando conoció a los rockeros, y ya va por los 93. Esta viuda que vino al mundo un día de Reyes es una forofa de los conciertos más heavies, de tomar un whisky al día -"es vasodilatador", dice-, y colega de los Panzer, Luz, Obús, Rosendo, Ramoncín... Ahora, la vejez le consume sus infinitas energías en un hospital. "Tengo pena, estoy sola" se quejaba ayer con la voz apagada. Cantan sus colegas que los viejos rockeros nunca mueren. Los médicos la miran con preocupación.

Viste con igual garbo una chupa de cuero y que un traje de flamenca, que para eso es rockera y se crió en Sevilla. Ni Loquillo en sus poses más vacilonas consigue la planta de esta vieja metalera que sabe más de música que cualquier enteradillo de veintitantos años.Hace ya dos décadas acudió con su nieto a un concierto de rock, y flipó de tal manera que se hizo adicta al rugido metálico de las guitarras eléctricas y al estruendo de las baterías, sonidos poco aptos para tímpanos acostumbrados a la Niña de los Peines y las radionovelas de su época.

Desde entonces se hizo habitual del programa de Paco Pérez Brian El Búho, una fórmula radiofónica novedosa para la época de los ochenta. Allí conoció a Ramoncín, a Luz Casal, y comenzó a alternar con los jóvenes rockeros del espectro musical. La radio fue la primera y ha sido la última fuente de energía de Ángeles.

En el programa La radio de las sábanas blancas, que dirige en Radio Cinco su amigo José Manuel Parada, hacía las delicias de los oyentes los martes, hasta las dos de la madrugada. "Llegaba al estudio cansadita, tan mayor ya; pero no había quien la dejara en casa. Cogía el micrófono y era otra: esto, las cámaras, la gente, le daban la vida", comenta Parada. "Es que yo con los viejos me aburro", decía siempre.

Se vistió de heavy para la portada de un disco de los Panzer. Acudía a fiestas a las que sólo se invita a los más conocidos grupos rockeros. Se subía a las motos como una quinceañera, sin reparar en las cilindradas. Vibraba en los conciertos como el más enterado, hasta que dejó de acudir a las citas de rock cuando en una se quedó "sorda de un oído", asegura.

Fue protagonista de varios programas de televisión. Entre otros, se emitió un capítulo de Vivir cada día, con las andanzas de esta luchadora con una vida tan dura como la música que disfruta.

Ángela pasó por la vicaría a los 23 años con un sevillano que, como ella, estuvo en la cárcel "por rojo", aunque en realidad todo fue fruto de las "envidias" de los vecinos, dice ahora. Su marido murió de tuberculosis cuando ella tenía 41 años y cinco hijos que sacar adelante. Trabajó de asistenta y más tarde se colocó en la Caja Postal.

"Ha luchado mucho, mucho", comenta su hija, que también se llama Ángela, mientras le acaricia el pelo. Y sigue luchando. Con hemorragias intestinales y encharcamiento de pulmones, esta anciana se rebela porque quiere que las enfermeras le den agua, y se zampa una galleta a hurtadillas de familiares y médicos, que tienen que sacársela a la fuerza.

Con su voz desdentada y la mirada acuosa y gris de la vejez, quiere que vayan a verla sus amigos, los rockeros. "Se va", dice con pena de su compañera de habitación, que va a obtener el alta médica y que tiene "la manía de cantar". Pero la abuela ahora no quiere cantos ni movidas. Custodiada por una Santa Gema y cuidada por sus hijos y las enfermeras, quiere pasar con sus colegas estos momentos, como hicieron en las juergas.

Es una mujer querida y respetada por unos jóvenes que, como siempre, no se han entendido con sus propios padres, y no digamos con sus abuelos. Quizás porque se ha adaptado a los tiempos con el difícil arte de combinar la tolerancia y el respeto a las canas. Y es que la abuela que puede llamar carroza a los más jóvenes es, ante todo, una abuela, con todos sus avíos: su peinado de señora, su santa Gema. No quería morirse sin ver otra vez a la Blanca Paloma, su Virgen del Rocío. El año pasado cumplió este deseo. "Ya me puedo morir tranquila", decía.

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