¿Que diablos hace Clinton en el mundo?
Si hubiera que traducir la intención de la portada del último semanario Time, la frase sería: "¿Qué diablos estamos haciendo en el mundo?". Una pregunta cuya respuesta es poco probable que pueda dar el propio Clinton.Una oleada de desconcierto arrastra a la política exterior de Estados Unidos y a los países que la sufren directa o indirectamente. Esta semana, los símbolos de ese desconcierto han sido Somalia y Haití, dos de los países más pobres de la Tierra, que ponen a prueba la inconsistencia del liderazgo de Washington.
El pasado jueves, Clinton tuvo que convocar precipitadamente una conferencia de prensa para explicar qué estaba haciendo en esos dos países. Dijo que no ha llegado a un trato con Mohamed Aidid y que está determinado a defender la democracia en Haití. Lo último parecía dudoso antes de que el presidente decidiera el viernes por fin despachar una flotilla de guerra a las costas del país caribeño -en los últimos días habíamos visto un barco de guerra norteamericano retroceder porque un puñado de matones se había adueñado de Puerto Príncipe-. En Somalia, el Gobierno de EE UU ha humillado discretamente la cabeza ante Aidid.
En descargo de Clinton hay que hacer algunas puntualizaciones. Ni en Somalia ni en Haití están claramente identificados los enemigos y los objetivos. Además, Clinton está siendo también víctima del doble criterio con que se juzgan las acciones norteamericanas. Ejemplos. Somalia si se queda, se le acusa de reproducir un modelo neocolonista; si se va, se le acusa de no ayudar al cumplimiento del mandato de la ONU. Haití: si entra, se le criticaría por la previsible escalada de violencia; si no entra, se le critica por abandonar a los haitianos.
Al haber desaparecido el enemigo principal, Washington es incapaz de medir el punto y el momento en el que golpear, y por eso se queda siempre corto o se pasa.
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