El sabor amargo de la democracia
ESTE MISMO título era utilizado ayer en Polonia por el diario católico Slowo para describir los sentimientos que le inspiraba la victoria de los ex comunistas en las elecciones generales del pasado domingo. Ha ocurrido lo impensable: a los cuatro años del estrepitoso hundimiento del régimen comunista de Varsovia, los avergonzados líderes de entonces se convierten hoy en los árbitros del momento. ¿Cómo es posible que hayan sido, tan claramente derrotadas las fuerzas de la democracia?Las explicaciones sociológicas son varias. Tienen, mucho que ver, por un lado, con la torpeza política del presidente y antiguo dirigente sindicalista, Lech Walesa, cuyas contradicciones y vaivenes políticos han sido fuente de confusión continua. Por otro, hay que mencionar también la actitud extremadamente conservadora de la Iglesia católica, que con la rigidez de sus postulados sociales (especialmente en lo referente al aborto) se ha enajenado a buena parte de la juventud. Finalmente, la victoria de los ex comunistas es reflejo de la insatisfacción, lo que el escritor y político Adam Michnik llama "inquietud y frustración", de los polacos ante una situación económica que no resuelve las disparidades existentes entre el desarrollo general del país y la miseria individual de muchos ciudadanos. Mientras la economía polaca crece al 4%, una de las tasas más altas de Europa, el paro, desconocido bajo el comunismo, se sitúa en el 15%, con importantes bolsas de desempleo que alcanzan el 30%. No muchos quieren reconocer el mérito de la Thatcher polaca, la primera ministra Hanna Suchocka, que con sus reformas liberales consiguió poner al país en el camino del desarrollo y de la conversión al capitalismo con mayor eficacia que el resto de los países del viejo mundo socialista; todo ello, sin embargo, no sin rechinar y crujir de dientes de muchas economías caseras.
La formación socialdemócrata (SLD, bautismo apresurado de los ex comunistas) obtenía más de 160 escaños de los 460 que componen el Congreso de los Diputados. El resultado le garantizará la mayoría absoluta con el añadido de los 137 diputados del Partido Campesino (PSL, viejo colaborador del partido comunista del tiempo totalitario) y los 30 de la Unión del Trabajo. Las tres formaciones han empezado ya a discutir sobre los candidatos al cargo de primer ministro y sobre el programa del Gobierno. Tienen de plazo para ello hasta mediados de noviembre, cuando debe constituirse el Ejecutivo. Pero no se puede decir que les sobre tiempo.
En efecto, la cuestión del programa no es baladí. Los partidarios de la coalición de izquierdas ponían ayer en guardia a sus propios candidatos contra todo revanchismo y triunfalismo, recordándoles que no se ha producido una vuelta a los viejos tiempos del marxismo.
El hecho no deja de ser interesante por lo que tiene de significativo a la hora de explicar el resultado electoral. Ha ganado un izquierdismo nostálgico de los buenos tiempos del pleno empleo socialista, pero consciente de que las fórmulas del tránsito hacia la economía "de mercado son las que son y no existen muchas maneras de endulzarlas. Es cierto, sin embargo, que los antiguos cuadros comunistas de provincias si querrían volver al viejo sistema de prebendas y de control que fueron su pan cotidiano durante casi medio siglo. Por otra parte, la campaña de los líderes ex comunistas incidió más en la necesidad de prestar a las reformas indispensables una cara más amable y en la conveniencia de ponerlas en práctica con mayor lentitud que en las bondades del antiguo sistema de la economía planificada.
Por esta razón, para gobernar, los vencedores quieren contar con la tercera fuerza de Polonia, la Unión Democrática (UD), de la primera ministra saliente, Hanna Suchocka. Quieren que la UD participe en las conversaciones para la elaboración del programa de Gobierno. De esta forma, no se apartarían demasiado de unas fórmulas que han sido la base del éxito controvertido, pero indiscutible, de los últimos tiempos.
Una de las cuestiones que habrá de resolver la nueva legislatura es la de las competencias del presidente de la República. Es un pulso que dura ya meses. Cuatro años después del cambio político, Polonia no tiene una Constitución democrática. El nuevo Parlamento va a tener que abordar los problemas que la cosa plantea y, especialmente entre ellos, la cuestión de la fórmula presidencialista que Walesa quiere consagrar. No le va a resultar fácil.
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