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Una visión demoledora

Por fin llegó el buen cine a la programación oficial de esta 4lª edición del Festival de San Sebastián. El responsable ha sido Francisco Regueiro, cuya Madregilda no es ya lo mejor visto en esta sección hasta la ' fecha, sino una película sencillamente espléndida, llena de recovecos y meandros por los que se filtra, junto a algunas vacilaciones, toneladas de buen cine. Es un filme valiente y ambicioso, uno de esos productos que tanto nos gusta ver en el cine de los jóvenes realizadores. Regueiro no lo es por la edad, pero por fortuna sigue conservando incólume su muy particular, apasionante inspiración.Su visión ferozmente personal de la España de los cuarenta, hecha a contracorriente de cualquier noción de naturalismo, molestará sin duda a muchos, sobre todo a quienes siguen considerando a Franco ese caudillo victorioso que vendió durante cuarenta años la propaganda oficial, y no simplemente lo que era, un golpista autocrático. Pero también halagará a cuantos perseveran en la creencia de que el cine es algo más que un banal entretenimiento para pasar el rato.

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A la sombra del padre muerto

Ante todo, hay que destacar de Madregilda dos aspectos fundamentales. Uno, su olímpico desprecio por las reglas de la narración al uso y su opción por una estructura coherente con el, tono onírico de la trama. Dos, su radical negación a buscar la adhesión del espectador a cualquier precio: en una película en la cual todos los personajes son malos.

Franquismo cotidiano

Por si esto fuese poco, hay que decir también que el filme supone un abismal salto cualitativo en la configuración del personaje Francisco Franco en la pantalla: es Madregilda la más corrosiva y demoledora visión del dictador en la intimidad -y también del franquismo cotidiano- que jamás haya dado el cine español. Hecha con los estrictos datos de la Historia, pero sin pretender nunca -antes bien, negándola- una visión historicista: que la España nacida de la guerra civil tenga por madre una ilusión mítica -la Gilda cinematográfica del título- y un padre -niño autoritario- él mismo preso de la ausencia del suyo propio, es sólo uno de sus hallazgos más sorprendentes.

Narrada como si de una pesadilla agridulce se tratara, la película -soberbiamente fotografiada por José Luis López Linares-, muestra el insólito entorno íntimo del dictador, compuesto por un puñado de fieles conmilitones. A este personaje de notable ambigüedad le presta Juan Echanove una excepcional consistencia. Su trabajo y el de sus acompañantes -José Sacristán, Juan Luis Galiardo y Antonio Gamero- es simplemente extraordinario.

Pero hay que añadir a lo ya dicho, con la premura que da el tiempo y el inconveniente de una sola visión -es éste un filme que habrá que ver más de una vez-, que contiene igualmente algunos de los mejores diálogos que se hayan escrito en el cine español en los últimos años.

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