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Bigas Luna inaugura la participación espanola con un filme desigual

Una película húngara y una china comparten el tono amargo de la jornada

La última y esperada película de Bigas Luna, Huevos de oro, que se anunciaba polémica antes de su estreno, inauguró anoche la amplia representación española en la sección oficial de la 4lª edición del festival donostiarra. Se trata de un filme fallido, en el cual Bigas sigue demostrando su excelente ojo para atraer la atención del público pero que se queda lejos de la riqueza visual y de la distanciada ironía de Jamón, jamón, su filme anterior.

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La de Huevos de oro es la historia de una derrota, la de un triunfador que se anuncia desde las primeras secuencias. Benito González sueña con erigir edificios "como pollas", pero es un hombre sin recursos económicos que sólo tiene en su haber una irrefrenable ambición y una notoria capacidad para atraer a las mujeres. Que sus pasiones estéticas sean Julio Iglesias y Dalí no parece provocarle contradicción alguna: en el fondo lo único que le preocupa es su ascensión social y no dejará de utilizar sus encantos para obtenerla.El filme está construido por entero alrededor de este personaje singular, a quien Bardem -que ofrece una soberana lección de interpretación- da toda la carnalidad animal que de él se espera: quien le haya visto en sus dos películas anteriores con Bigas Luna sabe bien de que hablamos. Pero el problema del filme es que el director es el primero en sucumbir a los encantos de tan singular personaje, y en lugar de poner en la picota sus delirios de grandeza por el expeditivo recurso de la ironía más vitriólica, como en Jamón, jamón, aquí duda, y sus vacilaciones se transmiten por entero a todo el filme.

De este modo, y sin que falten referencias sardónicas, las peripecias de González se narran desde un prisma más dramático y comprensivo del que hubiera convenido a un personaje de su naturaleza.

Se diría que Bigas quiere a su Pijoaparte mucho más que a ningún otro de los que han aparecido en sus filmes anteriores, y esa debilidad contagia también a la película, que da muestras de un cierto mecanicismo en la puesta en escena: la proverbial habilidad de Bigas Luna para la composición del encuadre da paso aquí a un empleo menos barroco y más pobre de los recursos fílmicos, y hasta la secuencia onírica que, en la misma línea de Jamón, jamón, se abre paso en el tercio final del filme, parece un cliché cansino.

Habrá tiempo para volver sobre ella -su estreno se producirá el próximo jueves-, pero vaya por delante que contiene también elementos de indudable fuerza y belleza: el trabajo de los actores, por ejemplo, es sencillamente espléndido (Maribel Verdú y María de Medeiros bordan el encargo), pero resulta superlativo en Bardem, sin el cual el filme sencillamente no existiría: si a alguien le cabía alguna duda, ya es hora de reconocer que en él tiene el cine español un valor plenamente maduro.

Derrota

No gris oscuro, color que vendría bien al filme de Bigas, sino negro noche sin luna es el que le va a Historia sensible a la luz, de Pal Erdöss. Su trama se desarrolla, al igual que en el filme del catalán y en Por diversión, alrededor de un personaje omnipresente, en este caso Júli, una joven fotógrafa divorciada y con un niño, que diariamente tiene que buscar como sea el sustento cotidiano. Bodas, bautizos y hasta fotos para un detective configuran su trabajo y su vida, marcada por una prematura sensación de derrota.

Tal como hiciera también Istvan Szabó en Dulce Emma, querida Böbe, pero con un talento infinitamente menor, Erdöss emplea a Júli como un espejo que muestra las miserias de la actual sociedad magiar, convulsionada por el paso del socialismo de Estado al capitalismo feroz, con su secuela de insolidaridad, desempleo y regresión machista. Y como en el filme de Szabó, la nota aquí predominante es la desesperanza más atroz: no hay nada que hacer, parece decir Erdöss, no queda el menor atisbo de esperanza de que las cosas cambien.

No parece pensar así la china Ning Ying, autora de un filme de tersa factura, Por diversión, meridiana parábola sobre el destino actual de la China y sabrosa caricatura de sus gerontocráticos dirigentes, narrada a partir de un anciano, recién jubilado de la ópera China de Pekín. Baluarte del conservadurismo ideológico, la ópera fue en los años de la revolución Cultural el más sólido bastión contra los "valores burgueses" occidentales.

Huraño, malhumorado y amante del orden, el jubilado dirige a un grupo de ancianos que, como él, profesan admiración por la ópera popular. A partir de una observación casi maniaca de los detalles, la crítica se abre paso en sordina, a pesar de matices culturales que a veces escapan a nuestra comprensión. No obstante, no tanto como para entender que la película tiene suficientes valores como para erigirse ya en un firme aspirante al premio que otorga el festival a los nuevos realizadores.

[La Ministra de Cultura, Carmen Alborch, dijo ayer en San Sebastián que ha propuesto al Gobierno que apoye la exclusión del sector audiovisual de las negociaciones del GATT, informa Efe. La ministra, que ofreció una rueda de prensa en el festival de cine donostiarra, señaló que mantiene contactos con su homólogo francés Jacques Toubon en ese sentido.]

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