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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Consejos a Cuba

EN LOS últimos tres meses, dirigentes españoles de alto rango han tenido ocasión de conversar cuatro veces con Fidel Castro: primero, Felipe González en Brasil; luego, Javier Solana en Bolivia y Colombia, y mientras tanto, Carlos Solchaga ha hecho Un viaje especial a La Habana para entrevistarse con el jefe del Estado y con los principales responsables económicos cubanos. No han sido simples visitas de cortesía. Debido a la situación angustiosa que vive la isla -con cortes de electricidad constantes y una escasez de productos esenciales para la vida de la gente-, hay en Fidel Castro una disposición a escuchar opiniones sobre las posibles vías de salida que no existía en etapas anteriores, cuando le dominaba una actitud de arrogancia ligeramente histérica que le hacía gritar: "Marxismo-leninismo o muerte".Por otra parte, Castro ha legalizado la posesión de dólares y su envío desde el extranjero a los cubanos, lo cual establece una diferencia -que se agravará cada vez más- entre los que tienen y los que no tienen dólares. Con ello se ha abandonado el principio de igualdad, presentado siempre como intocable para el socialismo. Pero ese paso pragmático es insuficiente: no está al nivel de la gravedad de la situación. Por eso Solchaga expuso en su entrevista del 31 de julio con Fidel un conjunto de medidas de privatización de empresas estatales y de liberalización de sectores de producción y de servicios, permitiendo que surjan pequeñas industrias y servicios privados, y, en concreto, dejando que los campesinos puedan producir y vender libremente, lo que mejoraría de modo sustancial el abastecimiento.

Solchaga utilizó un argumento al que no pueden ser indiferentes Castro y los otros dirigentes cubanos: si se quieren conservar algunos logros de la revolución, las mejoras sociales asociadas en su origen al triunfo castrista -sobre todo en materia de enseñanza y sanidad-, hace falta una economía capaz de financiar esos servicios públicos, amenazados de desaparición por el actual desastre económico. Hace falta una economía más dinámica y una asignación racional de los recursos por ella producidos. El deseo de los gobernantes españoles es contribuir a que el cambio en Cuba -que es inevitable- se opere de manera gradual, sin violencia, para lo que sería conveniente contar con la iniciativa del propio Castro. Las fuerzas de ultraderecha desean lo contrario: un cambio violento provocado, bien por la desesperación de la población, bien por la intervención exterior.

La propaganda oficial cubana tiende a echar toda la culpa de la mala situación económica al embargo de EE UU. Este embargo es una medida completamente injusta, y España, con la totalidad de los países iberoamericanos, se ha pronunciado contra él, pidiendo a Washington que modifique esa política. Pero exagerar el papel del embargo es una forma de esconder las causas internas, la ineficacia del sistema castrista, lastrado por unos métodos burocráticos que han demostrado sobradamente su ineficacia. Por otra parte, si Cuba empezase a adoptar medidas liberalizadoras para mejorar por sí misma su economía, la presión sobre el presidente Clinton para que levantase el embargo sería mucho más fuerte, incluso por parte de muchas empresas de Estados Unidos. Sería una forma de combatir más eficaz, aunque menos propagandística, esa herencia de la guerra fría.

¿Servirán para algo los consejos españoles? No hay señales por ahora -a pesar de que personas con un espíritu más abierto han sido colocadas en los principales cargos económicos- de que Fidel Castro se disponga a hacer cambios de mayor entidad, en la línea de la legalización de la posesión de dólares. Ahora parece haber puesto sus esperanzas en el modelo chino: cambio económico liberalizador sin paralelo cambio de la estructura de poder político. En realidad es la esperanza de todos los dictadores, Franco incluido. En China, por otra parte, la nomenklatura recurrió a la represión cuando la población, sobre todo los jóvenes, reclamaron libertad política. También la reclamarán los cubanos si avanza la reforma económica.

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