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Plácido Domingo conquista a los wagnerianos de Bayreuth pese a sufrir un fallo de voz

El tenor se recuperó con coraje extraordinario y su 'Parsifal' logró grandes ovaciones

Plácido Domingo es el segundo cantante español con un papel protagonista que pisa el templo sagrado de Bayreuth (Baviera) en 30 años. La primera fue Victoria de los Ángeles. Domingo ha efectuado cuatro representaciones de Parsifal, una ópera que dura siete horas con dos descansos. En la última (viernes 13 de agosto, el mismo día que en 1876 se inauguró el festival), el tenor tuvo serias dificultades vocales en el segundo acto, pero se recuperó y volvió con nuevos bríos. Superó la prueba con pundonor, entrega y una admirable profesionalidad, para alzarse al final con un éxito incuestionable y merecido. El tenor español logró conquistar a los wagnerianos.

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Asombrosa peregrinación

La partitura de Parsifal le va a Domingo como anillo al dedo y sus actuaciones son una bocanada de aire fresco en la crisis actual de voces wagnerianas Domingo, que con anterioridad había grabado Lohengrin con Solti, Tannhäuser con Sinopoli y Los maestros cantores con Jochum, además de cantar en escena La valkiria en Viena inauguró la última temporada de la Scala de Milán también como Parsifal dirigido por Riccardo Muti. En Bayreuth (en el lander alemán de Baviera) cantó dos funciones de la última obra wagneriana el año pasado y este verano ha intervenido en las cuatro representadas hasta ahora. En la última, el pasado viernes, sufrió un fallo de voz.Ya desde que emitió las primeras frases se notaba que la voz estaba algo fatigada. No obstante, Domingo apuntaba destellos de clase y pensamos que cuando calentase las cuerdas vocales adquiriría el brillo en el fraseo al que nos tiene acostumbrados.

Como un suspiro

El primer acto mantuvo en conjunto un nivel extraordinario, con un James Levine excelso en la dosificación de planos (es el undécimo año que dirige Parsifal en Bayreuth; el próximo debutará en la nueva versión de El anillo del nibelungo con puesta en escena de Alfred Kirkhne); un coro sublime, preparado magníficamente por Norbert Balatsch. en la suspensión de las divinas sonoridades; y un elenco vocal suficiente (Sotin, Weikl ... ) por veteranía e identificación con la obra. Las dos horas que duró transcurrieron como un suspiro.Fue muy diferente la situación en el segundo acto. Domingo se las vio y se las deseó para mantener el tipo, Deborah Polaski era una Kundry áspera y gritona, y F. Mazura no sobrepasaba la más elemental discreción como Klingsor. Levine perdió concentración (o se le fue la inspiración) y Wolfgang Wagner nos sometió a una dirección escénica irrelevante, torpe y carente de imaginación. Para que nada faltase, la escenografía con que Iván Markó adornó la escena de las muchachas-flores fue de una cursilería irritante.

A pesar de todo ello, la gran mayoría del público aplaudió, salvo algunas protestas aisladas a Polaski, con lo que se demuestra que el respetable es igual de triunfalista en todas partes o que acepta con facilidad el gato por liebre o que estaba ensimismado con el lujo de escuchar Parsifal en el lugar para el que fue creado. Algunos abandonaron sus localidades, lo que dio ocasión de que entrasen en el tercer acto al menos tres jóvenes (dos chicos y una chica) no mayores de 16 años que llevaban las últimas 48 horas con carteles suplicando una oportunidad para acceder a la sala. Ellos decían que no tenían más que 15 marcos (unas 1.200 pesetas); ella hasta se había vestido de ópera con unos tacones de adolescente de los que daba la impresión que se iba a caer en cualquier momento. Sus caras de ilusión al traspasar la puerta de acceso al teatro irradiaban emoción.

Un portavoz del festival anunció, tras el segundo intermedio, que Domingo había sufrido una indisposición, pero que a pesar de la limitación de sus facultades físicas iba a intentar seguir en escena. Este tipo de actitudes, ya se sabe, encandilan al público y hasta lograron contagiar al propio Domingo, que, en el centro de todas las miradas, estuvo soberbio en empuje y musicalidad durante todo el tercer acto. El resto de los Cantantes pasó a un segundo plano y James Levine no tenía ojos más que para el tenor madrileño.

Al final (Parsifal dura siete horas con dos descansos), el éxito fue grande, con algunos tímidos abucheos de un sector del público para Wolfgang Wagner y para Levine, especial intensidad en las aclamaciones a los coros y su director Norbert Balatsch, y grandes ovaciones para las voces, y en particular para Plácido Domingo. En fin, son funciones históricas para la lírica española, y tal como lo sentí lo cuento. Pero en conjunto este Parsifal tendría bastante que envidiar al último que se vio en el gran teatro del Liceo de Barcelona en diciembre de 1988, con Kurt Moll, Simon Estes, Eva Randova... -¿recuerdan?- Claro que Barcelona no es Bayreuth, aunque en muchas cosas se parezcan.

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