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GUERRA EN LOS BALCANES

Los últimos de Mostar

Miguel Ángel Villena

Sin agua y sin apenas electricidad, sólo 10.000 personas resisten en el infierno en el que se ha convertido la ciudad de Mostar, capital de Herzegovina, después de tres meses de feroz batalla entre croatas y musulmanes, antiguos aliados. En medio de montones de escombros, basuras y hierros retorcidos, donde multitudes de ratas aprovechan los desperdicios de esta guerra, 7.000 soldados musulmanes de la Armija, 2.000 croatas del HVO y unos 1.000 civiles se disputan la antaño segunda ciudad más poblada de toda Bósnia-Herzegovina. La guerra ha obligado al 90% de sus habitantes a escapar de esta matanza que se añade, en una trágica suma, a los bombardeos de los serbios durante el pasado año.Interrumpida la llegada de convoyes de ayuda humanitaria desde hace más de mes y medio, Mostar se revela como una ciudad fantasma habitada sólo por espectros que, o bien buscan desesperadamente agua, o bien disparan sus fusiles ametralladores en un combate que se lleva a cabo casa por casa.

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Bajo un calor sofocante, que rebasa los 40º al mediodía en estos primeros días de agosto, el millar de civiles -mujeres y niños en su mayoría- que resisten en Mostar, sólo tienen un objetivo: sobrevivir.

Pequeños corrillos de gente se forman en la avenida principal a la espera de los camiones cisterna que los bandos en conflicto hacen llegar todos los días. A pesar de que desde el pasado fin de semana funciona un precario alto el fuego, decenas de franco tiradores continúan apostados en las colinas que rodean Mostar, a la caza de posibles enemigos. "La mayoría de los nuestros que han caído en Mostar, han sido víctimas de francotiradores", comenta un oficial del HVO.

Los combates se libran ya por la conquista de apenas unos metros de terreno o de un edificio estratégico en una desesperante guerra de posiciones que apenas ha modificado la línea del frente en el último mes. El río Neretva, testigo de impresionantes batallas en la II Guerra Mundial, es la línea divisoria de los dos, sectores. Mientras los musulmanes cuentan con notable superioridad numérica, los croatas disponen de muchas más piezas artilleras que les permiten bombardear el que fuera uno de los barrios orientales más hermosos de los Balcanes.

En la plaza del Rondo, a 20 metros de la línea del frente, dos palacetes de la época austrohúngara contemplan como mudos testigos la guardia de unos milicianos croatas. Sentados a la sombra de unos álamos y liando unos cigarrillos, escuchan sin inmutarse el intercambio de fuego de ametralladora al otro lado del río en una teóricajornada de alto el fuego. Su misión es vigilar, el antiguo barrio residencial, cuyas mansiones son ahora pasto de las ratas. Aunque nadie lo admite, no les resulta dificil a croatas y musulmanes abastecerse de armas en una ciudad que contaba con fábricas de aviones, de helicópteros y de motores de todo tipo antes de la guerra. Estas industrias se hallaban entre los rasgos peculiares de Mostar, junto a mezquitas e iglesias católicas y ortodoxas. Los edificios religiosos ya sólo son un montón de ruinas, pero las fábricas de armamento siguen abiertas.Desde el hospital, situado sobre una de las colinas que domina todo el valle del Neretva, se observan las columnas de humo del fuego artillero que se intercambian croatas y musulmanes. Ya nadie cree en toda BosniaHerzegovina en la posibilidad de alcanzar la paz en una mesa de negociaciones. Sólo palabras de escepticismo y de desdén reciben las conversaciones de Ginebra, mientras el temido invierno es la única posibilidad de obligar a los bandos en conflicto, dispersos y caóticos en esta geografía montañosa poblada por más de cuatro millones de personas, a tirar la toalla e izar una bandera blanca.

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Los responsables del ACNUR (Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados) coinciden en que los civiles no resistirán otros meses de bajísimas temperaturas y carreteras bloqueadas por la nieve o por los combates como el pasado invierno "especialmente los musulmanes, privados de una retaguardia que les garantice alimentos y sin comunicación entre sus zonas. Así no aguantarán otro invierno", comenta Veso Vegar, uno jefe militar croata. Desde hace dos meses, las tropas españolas al servicio de la ONU tienen prohibida su entrada en Mostar. Dos tenientes cayeron aquí bajo las balas, durante una interposición que resultó inútil. Los dos bandos han negado siempre cualquier responsabilidad en estos ataques, en un ejercicio más de cinismo. Infinidad de controles, algunos provistos de una artillería antiaérea que parece sacada de comienzos de siglo, vigilan el paso a la ciudad.

Es difícil imaginar que Mostar haya albergado alguna vez una vida normal, a la vista de la inmensa destrucción. Y, sin embargo, esta ciudad era un centro turístico y comercial con 27 colegios e institutos, universidad, bibliotecas, un equipo de fútbol y una orquesta sinfónica. Hoy la biblioteca sólo tiene cientos de roedores entre sus visitantes, y el campo de fútbol es una cárcel para prisioneros de guerra.

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