Tregua en la batalla
HA SIDO necesario todo un fin de semana para que, tras sucesivas reuniones del Comité Monetario (integrado por los directores generales del Tesoro y subgobernadores de los bancos centrales de la CE) y del Ecofin (ministros de Economía y Finanzas), se haya alcanzado un acuerdo que únicamente aplaza la definitiva reforma que el Sistema Monetario Europeo (SME) precisa. El acuerdo alcanzado amplía la fluctuación sobre los. tipos de cambios centrales vigentes hasta ahora en un 15%, lo que supone de hecho una notable relajación de la disciplina cambiaría, sin duda, la característica básica del propio sistema.La solución, lejos de poner fin a la situación de interinidad en que estaba sumido el mecanismo de cambios, azotado además por los especuladores, lo que hace es prolongarla. El pacto vulnera el objetivo fundamental del sistema: la estabilidad de los tipos de cambio, precondición del normal desenvolvimiento del mercado único y punto de apoyo clave en el diseño actual de la transición hacia la Unión Económica y Monetaria (UEM). Es en estos momentos en los que hay que recordar cómo ese proyecto contemplaba una segunda fase cuyo inicio tendría lugar el próximo 1 de enero, en el que las bandas de fluctuación excepcionales de aquellas monedas como la peseta y el escudo portugués deberían reducirse a las mínimas existentes.
Tan importante como constatar el mantenimiento de esta situación de interinidad en la crisis del SME es comprobar las dificultades de los responsables de Economía y Finanzas de la CE, que necesitaron más de 20 horas de intensas reuniones para llegar a un acuerdo en cuestiones de dimensiones estrictamente técnicas. Ello pone de manifiesto los débiles fundamentos en los que está sustentado el andamiaje de una Europa unida. En las condiciones actuales resulta dificil aceptar que esa referencia integradora sea la única vía de legitimación de las políticas nacionales. Razones hay para deducir que tras esas dificultades de los responsables económicos subyacen distintas posiciones sobre la integración económica y monetaria y, en todo caso, una clara alteración de las prioridades que denota la supeditación de los objetivos europeos a los problemas domésticos. En cierto modo, ello es comprensible, dada la profunda recesión por la que atraviesan todas las economías del continente, pero también lo es que, dado el alto grado de integración efectiva de las economías, la salida de la crisis es difícil conseguirla si no es revitalizando ese proyecto de integración, aunque sobre bases más realistas que las mantenidas hasta ahora y, en todo caso, articulando una pedagogía política de la idea de la integración sobre fundamentos menos voluntaristas que los dispuestos hasta la fecha.
Ciertamente, la solución arbitrada mantiene, formalmente , los mecanismos básicos, del sistema. No menos cierto es que la situación dé provisionalidad ha sido asumida por los mercados. Esas mayores posibilidades de fluctuación de las monedas, aunque conceden una cierta tregua a los bancos centrales, no garantizan la ausencia de tensiones adicionales en un futuro próximo y, con seguridad, perturban el normal desenvolvimiento del mercado único. Es por ello que la tarea prioritaria de los responsables políticos y económicos es la de llevar a cabo la reforma y el fortalecimiento de esa disciplina cambiaria, sin la cual es difícil obtener las ganancias de bienestar que se suponen asociadas a una mayor integración en Europa. Esas tareas de reforma han de tomar como, eje básico el reforzamiento de la necesaria cooperación entre las autoridades monetarias nacionales. Un principio que inspiró la creación del SME hace 15 años y que quebró desde la emergencia de la crisis.
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