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Ética y genética

La investigación científica acaba de demostrarnos que la tendencia a la homosexualidad tiene una base genética. Llegará el día, y no falta mucho, en que el gen homo pueda eliminarse a petición de la madre potencial, que fue la primera en donarle esa tendencia. El mundo entero puede perder su vena homosexual y convertirse en una novela victoriana.Durante mucho tiempo nos gustó creer que la homosexualidad era una perversión voluntaria. Todos nacemos heterosexuales, pero a algunos de nosotros nos complace dejar con un palmo de narices a la biología y decir que el sexo no fue inventado necesariamente para la procreación. Oscar Wilde era lo bastante macho, al igual que William Somerset Maugham, hasta que ambos se dejaron seducir por el placer de ponerle las manos encima a carne joven y firme de hombre.

Un viaje a Marruecos, donde los jóvenes musulmanes le ofrecen a uno sus bronceados cuerpos por 10 dirhams, dirham arriba dirham abajo, pueden incluso hacer vacilar a hombres que han sido heterosexuales toda su vida y que contaban chistes malos de maricones. No creo que todo y todas las veces se deba a los genes.

Grecia, en su época más dorada, tenía una cultura homosexual. Los jóvenes que se sentaban con Sócrates y discutían sobre la verdad y la bondad, la ilusión y la realidad, eran muy dados a las caricias de los niños, o a acariciarse entre ellos. Las mujeres servían para engendrar más griegos, pero los jóvenes estaban reservados para el placer sexual. Y, en algunas regiones, se consideraba que para llegar al éxtasis nada mejor que los machos cabríos.

Según los dogmas de la Biblia y el Corán, las prácticas homosexuales son pecaminosas. Tras la prohibición de la conducta homosexual subyace la doctrina de Aristóteles (de cuya conducta sexual no sabemos nada). Está claro que el semen se reserva para la fertilización, que se destina a hacer niños. Desperdícialo en la masturbación, dice la Iglesia católica, o en coitos con condón, o en actos entre hombres, y estarás cometiendo pecado mortal por ir contra la naturaleza.

Por extraño que parezca, ya que las uniones lesbianas no implican un desperdicio de semen, ese tipo de perversión no tendría, en buena lógica, que estar condenado, pero las mujeres no pueden dejar de lado su deber de quedarse embarazadas y revolcarse en busca de placeres improductivos.

Más pronto o más tarde, la pregunta deberá plantearse en el Vaticano: ¿es admisible la eliminación del gen de la tendencia homosexual genética? Después de todo, con eso se evita uno de los pecados mortales. Se libra al mundo de una perversión. ¿Seguro que el Todopoderoso lo aprueba?

La respuesta, creo, tiene que ser que no. Podemos atajar los pecados de los violadores mediante la esterilización o, poniéndonos en lo peor, con la castración. Algo bastante fácil" pero impensable. El libre albedrío es demasiado importante. Nacer con genes amañados, aptos únicamente para el número del gallo y la gallina, significa haber perdido, en beneficio de uno, una parte básica del libre albedrío. Las posibilidades de elección no deben, repito, no deben eliminarse.

E, independientemente de lo decididamente heterosexuales que seamos, ¿de verdad nos gustaría que el mundo se viera libre de una perversión a veces encantadora, que a duras penas se puede separar del talento artístico, sobre todo en el teatro?

Si se quiere trasladar esta nueva posibilidad al terreno de la ficción científica, no hay duda de que se puede muy bien acabar imaginando un mundo casi por completo homosexual, en el que el deber de la procreación esté reservado a unos pocos, mientras que la mayoría ejemplificaría la necesidad de mantener baja la población. Y es que si la homosexualidad puede controlarse genéticamente, también se puede controlar, presumiblemente, lo contrario.

Hace unos 33 años escribí una novela en la que presentaba un Reino Unido preocupado por el crecimiento de la población y la disminución del suministro de alimentos, en la que se podía acudir libremente al Instituto Homosex y donde eslóganes como "Ser homo es sapiens" y "Ama a los demás hombres" podían verse en las abarrotadas estaciones de metro. Se tomó corno una broma. ¿Pero no estamos viendo todos la posibilidad de usar la ingeniería genética como instrumento de control demográfico?

Vale, pura especulación. Mientras tanto, tenemos problemas éticos derivados de estos nuevos milagros tecnológicos, y no estamos muy seguros de dónde se halle la solución. ¿Es aceptable el aristotelismo draconiano de la Iglesia católica? Ningún otro estamento religioso o moral parece capaz de emitir juicios.

Dado el crecimiento de la población mundial, que ya está llegando a un punto intolerable, ¿está justificado que el Papa, en sus sermones al Tercer Mundo, hable de la necesidad de producir más y más niños? ¿Debe seguir siendo intocable, por así decirlo, para el hombre el proceso de procreación? Nada de manipulación, ni siquiera el condón para prevenir el sida. Es bastante lógico, pero quizá sea ésta un área donde no puede aplicarse la lógica.

Entretanto, leo que un proceso italiano nuevo va a permitir a una mujer de más de 50 años dar a luz. Se trata de otra interferencia en la naturaleza, pero una interferencia en nombre del Dios, o de los dioses, de la fertilidad. Sabemos cuál va a ser la opinión del Vaticano: que no se haga nada, que no metan sus medicinas y sus máquinas en un área sagrada. Y la población del mundo continúa creciendo.

Todavía queda un largo camino para que se pueda aislar realmente este gen errante y someterlo a manipulaciones. Pero la historia nos enseña que deberíamos tener nuestros juicios éticos listos antes de que todo esto sea una realidad. Mi opinión es que la condición homosexual no es pecaminosa, pero el acto homosexual puede muy bien serlo. Sin embargo, no quiero que se borre la facultad de pecar. El hombre es un animal pecador, y sin pecado no hay perdón. Necesitamos sistemas religiosos para mantener unida la sociedad, y lo que va en contra de la naturaleza va en contra de la religión. Si se tiene la mala suerte de nacer con un gen homosexual, bueno, algunos tienen la desgracia de nacer daltónicos, como yo. Jugamos con las cartas que nos han tocado. Menos interferencia científica, por favor. Dejen en paz la naturaleza.

Anthony Burgess es escritor británico.

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